Descuento activo "Digno de tus ojos"
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¡No se arrepentirán!
Fragmento:
—Esperé su mensaje, señor Bakken. —Aquella voz sedosa que alguna vez imaginó que tendría, se hizo eco en sus oídos. Era una ola de suavidad, esperanza, ternura… el pecho de Valhir se alebrestó, pero a contrapunto, la tensión en su espalda se hizo presente—, ¿Usted no cumple sus promesas?
Valhir giró su cuerpo con lentitud, percibiendo como todo su ser rebuscaba en sus sensaciones antiguas lo que estaba sintiendo en ese instante al oír los matices de su voz. Lea estaba allí, detrás de él contemplándolo con la mirada serena y una bonita sonrisa traviesa. Se sentía aturdido, débil, toda ella en esa faceta era una dosis de algo extraño que narcotizaba sus sentidos y no lo dejaban actuar. No obstante, Lea inclinó apenas su rostro, enmarcado por su flequillo y ese cabello rebelde, estiró su boca sin antes humedecerse los labios y se acercó un paso hacia él con evidente preocupación. Estaba cerca… su aroma, sus ojos… esa mirada que había deseado… tan cerca.
—Señor…
El paso final hacia el principio que lo guiaba al infierno, fue dado por El Mastín en ese instante. Como la última comida de un condenado a muerte, Valhir tomó la boca de Lea masacrándola sin escala y con codicia. Con ímpetu devoró sus labios y hambriento se intoxicó con su sabor perdiendo la razón. Recorrió con su lengua y sin permiso hasta el último rincón de aquella ardiente cavidad, mientras gruñía como el animal herido que era, bufó cuando la esponjosidad de la carne de sus labios pudo al fin ser arrastrada por sus dientes y no se limitó al percibir sus manos empujarlo desde su pecho. Valhir la sujetó con fuerza, sosteniendo su rostro con ambas manos, esclavo de la libidinosa energía que se expandía por su cuerpo. No podía detenerse, no quería aunque el aire se acababa y el esfuerzo de Lea Harper se volvía intenso, El Mastín ambicionaba más… deseaba más de esa mujer que aunque sus manos empujaban, su boca le regalaba suspiros agonizantes. Le hundió la lengua por última vez y chupó sus labios con dureza, arrancándole un gem!do delirante… tenía que detenerse.
—Vine a contarle mi propuesta… personalmente.
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