DESCUENTOS ACTIVOS. DOCE AÑOS MENOR
¡Dios, me va a coger tarde! Pienso mirando mi reloj, mientras corro apresurada saliendo del supermercado. Tenía que ser hoy que tengo esa reunión importante, que se demoraran en cobrar. Vuelvo a mirar el reloj, me quedan apenas veinte minutos para llegar, no me va a dar tiempo, el tráfico es insoportable.
Y sin más, corro para llegar a mi auto que lo dejé un poco lejos, cerca de la calle, para que me fuera fácil salir. De pronto siento como el tacón de mi zapato se rompe, se me vira el pie y voy a parar con mis huesos en el piso.
¡Maldito zapato…! ¿Es qué hoy nada me sale bien? Diosito, por favor ayúdame. Estoy a punto de echarme a llorar, mientras recojo todas mis cosas desparramadas. Cuando escucho una voz muy varonil, que me pregunta.
—¿Puedo ayudarle en algo?
Levanto mi cabeza ante esa voz que me ha removido hasta lo más profundo. Y ahí, de pie delante de mí, el hombre más hermoso que puedan imaginar. ¡No lo puedo creer, sí que trabajas rápido, diosito!
—Gracias, ya casi termino— contesto ante su gesto de agacharse para ayudarme a recoger las cosas.
Y mientras continúo recogiendo mis últimas cosas, lo observo. Es alto y musculoso; viste unos vaqueros, que dejan muy bien marcado su exuberante bulto. Cuando logro apartar mi vista de esa parte de su anatomía, descubro unos muy bien formados pectorales; un poco más arriba, unos carnosos labios junto a unos ojos negros de ensueño, debajo de unas espesas y largas pestañas. Deberían ser las mías así, pienso. Su voz me saca de mis pensamientos.
— ¿Puedo ayudarle? — pregunta de nuevo, esta vez más cerca e inclinado.
Y me tiende su musculosa mano, para ayudarme. Me quedo extasiada observando sus increíbles ojos, sus carnosos labios húmedos y sintiendo ese embriagador olor que despide, que me hacen querer saltarle arriba. ¡Cielos, contrólate Ema! Me digo cerrando los ojos; al abrirlos, miro su mano extendida, sin comprender que aún estoy tirada en el piso, después de mi aparatosa caída, por culpa del tacón de mi zapato.
La agarro y me pongo de pie apenada, pero me falta el equilibrio, estoy a punto de volver ir a parar al piso, cuando sus fuertes brazos me agarran por mi cintura, pegándome a su cuerpo. ¡Y es cuando todos los nervios que existen en mi cuerpo, saltan como un resorte, como si me hubieran electrocutado! Salgo de su agarre, obligándome a sonreír.
—¡Mu…, muchas gracias! —Digo alejándome, sin dejar de observarlo.
¡Oh, cielos! ¿Habrá salido de mi imaginación? ¡Es exacto, al príncipe de mis sueños! ¡Ese, que creamos en nuestra imaginación todas las chicas! Y tenía que verme desparramada en el piso, ¡qué vergüenza! ¡Diosito, eso no se hace! ¿Cómo se te ocurre mandármelo cuando estaba en esa horrible situación?
Giro mi cabeza una última vez y lo veo en el mismo lugar, observándome. ¡No lo puedo creer! ¡Es el hombre de mis sueños! Y yo, caminando coja por todo el parqueo, me debo ver horrible. Por fin llego a mi auto, coloco todo en el asiento trasero, cambio de zapatos, siempre traigo unos de repuesto. Arranco, doy marcha atrás y al girar mi cabeza, lo veo, avanzando con las llaves en la mano hacia su auto.
Me detengo un momento, pensando qué hacer. ¡Es el hombre de mis sueños, no puedo dejarlo ir! ¿Cómo se te ocurre mandármelo hoy Diosito, cuando no tengo tiempo? ¿Y si cojo por allí? Es el parqueo, ¿qué puede pasar? Me digo tentada de ir a hablar con él, no sé… El radio dice la hora, y me doy cuenta de que no tengo tiempo. Me alejo cada vez más de él, sintiendo que estoy desperdiciando, quizás la oportunidad de volver a amar. Suspiro y me resigno, debe ser que no es para ti Ema, confórmate...
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