Emma:
¿Alguna vez han hecho o dicho algo y luego se han arrepentido con todas sus fuerzas?
Sí, ¿verdad?
Creo que todos pasamos por eso en algún momento de nuestras vidas, de hecho, es algo que suele pasar bastante a menudo y justo hoy, estoy arrepintiéndome como nunca antes en mi vida por no haber hecho algo.
Sí, efectivamente, maldigo a toda mi ascendencia materna biológica, por haber sido tan estúpida y no haber llegado hasta el final con Aaron. Es que… Wao… Podré no tener mucha experiencia, pero ese sin duda se lleva el premio al orgasmo más intenso de toda mi jodida vida y solo fueron besos y su bendita lengua.
Se preguntarán qué sucedió después de que explotara gritando su nombre por todo lo alto sin importarme un carajo quién pudiera escucharme, ¿no?
Pues la respuesta es: NADA.
Es decir, una vez limpió el desastre entre mis piernas con su lengua, llevándose hasta la última huella de mi orgasmo, se incorporó y me besó. Aquí es importante destacar algo. Aaron besa de puta madre, el maldito niñato sabe lo que hace y es capaz de hacerte ver la luna, el sol y las estrellas con algo tan simple como un beso, pero en ese último, algo cambió.
No me pregunten qué fue, pues por más que intento buscar una respuesta, no la encuentro. Fue tierno, realmente tierno, provocando una avalancha de mariposas en mi vientre que nunca antes he sentido. Sus labios se movían sobre los míos con lentitud, con dulzura, como si los estuviese memorizando para no olvidarlos jamás. Fue de esos besos que te llegan al alma y que te dejan con ganas de más, pero no precisamente de algo sexual, sino de estar juntos, abrazados, besándose por el simple placer de hacerlo.
Fue de esos besos cargados de sentimientos que describen en los libros o al menos así lo sentí yo y eso me asusta como la mierda.
No obstante, intenté no pensar en eso y estaba a punto de devolverle el favor porque, seamos honestas, el niñato se ganó con creces su orgasmo, pero no quiso. Simplemente me dijo que debía marcharse, volvió a vestirse y se marchó como alma que lleva el diablo dejándome confundida, con un nudo en la garganta y con una pregunta que ni doce horas después, me ha dejado en paz: ¿Hice algo mal?
Es decir, ¿por qué si no saldría huyendo?
Cuando sentí que el cuerpo no me temblaba y que podía enfrentarme al resto sin que notaran a la legua lo que había estado haciendo, me arreglé y salí a la fiesta con el único propósito de buscarlo para saber qué carajos había pasado.
No lo encontré.
En su habitación tampoco.
Y ni siquiera lo pude llamar porque dejó su teléfono en mi habitación.
Disimuladamente, le pregunté a Addyson si lo había visto, resulta que el maldito se fue, alegando que su antiguo compañero de habitación, es decir, Ryan, había tenido un accidente, nada demasiado grave, pero él había querido asegurarse de que todo estaba bien.
Era mentira, lógico. Lo sé porque su teléfono estaba en mi poder y no había forma de contactarlo a no ser que fuera a través de Dylan y dado que mi primo seguía en la fiesta, pues ya saben la respuesta.
Se largó por mi culpa.
No sé exactamente qué hice mal, pero se fue por mí o por lo que sucedió en mi habitación.
Ahora supongo que se preguntarán: ¿Emma, qué demonio lujurioso se te metió en el cuerpo como para hacer semejante locura?
He aquí la respuesta y un consejo para que vean que soy buena: Nunca, jamás de los jamases tomen cerveza cuando estás rabiando por los celos justo después de haberte dado cuenta de que el mocoso insoportable que has odiado toda la vida, te gusta.
Juro por Dios que cuando vi a Roma pegada al brazo de Aaron quise matarla. La chica siempre me ha caído bien, no es mala, aunque sí un poco intensa, aun así, siempre nos hemos llevado bien; sin embargo, ayer la odié como a nadie en el mundo.
Esa mirada bobalicona que le dedicaba, esos toques en sus brazos y pechos para nada inocentes, el hecho de que Aaron no se apartara y que, al contrario, le sonriera, me tenía de los nervios. No sé por qué, no me considero una persona celosa, al menos no tanto y juro que ayer tuve pensamientos de los que no me siento demasiado orgullosa.
Para colmo tuve que escucharla hablar durante horas sobre lo guapo, sexy y caballeroso que era Aaron. Lo mucho que le gustaría poder ser su novia y la receptora de sus caricias. La imagen de esos dos besándose pasó por mi cabeza poniendo mi humor patas arriba.
Cuando se pusieron a bailar, tan juntitos, acaramelados, con Aaron riendo a carcajadas, ella tocando su cuerpo, juro que tuve que controlar las ganas de levantarme e ir hacia ellos y separarlos.
En ese punto ya había perdido la cuenta de cuántas cervezas me había tomado.
A todo eso, súmenle los malditos pensamientos subidos de tono que he tenido sobre él los últimos días y mi falta de sexo.
Ah, pero Roma no fue mi único problema…
Las malditas amigas de Sabrina también hablaban de él como si fuera un puto objeto sexual. Estuve solo quince minutos con ellas y juro por lo más sagrado que quise estrangularlas cada vez que escuchaba lo que les gustaría hacerle y que él les hiciera.