Una niña pequeña corre alegremente en un prado hacia su madre, quien estaba sonriendo y esperándole con los brazos abiertos. Detrás de ella estaba el padre de la niña. El paisaje era hermoso y seguro, por lo que los tres podían andar descalzos.
Mientras estiraba ansiosamente los brazos, listo para abrazar a su madre, a la niña no le pareció nada extraño cuando abrió un ojo para ver lo cerca que se estaba acercando y no podía ver ninguno de sus rostros. Solamente se veían sus labios, siendo el de su madre el único curvado hacia arriba mientras que su padre... ya se había desvanecido.
—Date prisa, Mayra —le insta su madre.
Cerrando sus ojos color violetas, la niña acelera el paso ante la suave urgencia en la voz de la mujer. Sintiéndose sin aliento, sus piernas comenzaron a perder la fuerza para seguir moviéndose. Pero no se detuvo, sino que se negó a hacerlo. No quería hacer esperar más a su madre.
—Ya casi estás aquí, no te rindas.
Apretando los dientes, la niña de cabello oscuro se obligó a ir más rápido, sus pulmones y piernas ardían por el esfuerzo. Justo cuando se sentía a punto de colapsar, un par de manos agarraron las puntas de sus pequeños dedos y con cuidado la empujaron hacia adelante directamente hacia un cuerpo.
—Buen trabajo, Mayra. Ah, estoy orgullosa de ti por no rendirte.
Jadeando, la niña logra sonreír, acurrucándose cerca del hueco del cuello de su madre. La brisa tierna anulaba su olor de su propio sudor, solo se podía oler el aire fresco y los girasoles.
Todo estaba felizmente en silencio mientras madre e hija disfrutan del abrazo... hasta que despierta gracias al sonido de su alarma.
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Editado: 05.07.2023