Alexander Dietrich.

Capítulo 2: Meta cumplida

     Esta vez el horario de trabajo para Isabella comenzó poco antes de las siete de la mañana, para llegar a tiempo y preparar la oficina de Alexander antes de que él la invada a las ocho en punto.

     — ¿Quieres un poco de café antes de empezar? —Preguntó Adalia con una taza en la mano.

     —Muchas gracias. —Respondió Isabella, recibiendo la taza blanca con toques azules—. Es riquísimo el olor a café por la mañana. —Añadió con una sonrisa.

     —Tiene usted razón, señorita Hertz. —Ambas se sorprendieron al ver a Alexander tan temprano en la cocina; pero quien expresó un poco más esa sorpresa fue Isabella, al dar un ligero brinquito para después seguir con la mirada el origen de esa voz.

     —Buenos días, señor Dietrich. —Dijo la joven.

     — ¿Ya no soy solamente…, señor? —Isabella sintió sonrojarse al punto máximo de vergüenza, y se reprendió a sí misma por no haberse quedado callada el día anterior.

     —Le pido una disculpa por eso, señor Dietrich. —Él apenas y la observó de reojo, pasando por alto la disculpa de la joven; sin embargo, dirigió su atención hacia Adalia, quien le extiende una taza con café.

     —Me sorprende verlo tan temprano, y sobre todo en la cocina, señor. —Adalia le extendió una servilleta, mientras le indica con la mirada a Isabella que guarde todo tipo de distancia con Alexander, ya que su carácter en días como hoy se vuelve más insoportable.

     —No pude dormir en casi toda la noche… ¡Otra vez!

     — ¿Quiere lo mismo de siempre? —Alexander observó de reojo a Isabella, quien permanece en silencio y completamente confundida, pero también alerta para recibir órdenes; en cambio lo único que hizo Alexander fue dirigir de nuevo su atención hacia Adalia.

     —No. —Negó convencido—. Esta vez no, solo el café. —En otras ocasiones él toma algún somnífero o tranquilizante, pero el sentirse propenso a depender de esos fármacos le indica que debe dejar de tomarlos por su bien.

     —Muy bien. —Adalia dejó la taza en la barra de granito color beige, se dirigió hacia Isabella, y le pidió la taza, la cual también puso en la barra—. Nosotras iremos a preparar su oficina, señor. —Adalia hizo una pausa—. ¡Dietrich! —Alexander entendió a la perfección el mensaje, pues en realidad pocas veces le llaman así, pero ahora parece que se ha puesto más exigente; al menos con la nueva empleada—. Con permiso, señor.

     — ¿No le gustó el café, señorita Hertz? —Preguntó, interrumpiendo el trayecto de ambas. Adalia le lanzó una mirada de súplica a Alexander para que no desquite sus males con la joven.

     —Es un café exquisito, señor Dietrich, pero antes que todo está mi deber de corresponder a su confianza al haberme brindado una nueva oportunidad. —Adalia se siente orgullosa de que la joven haya salido del embrollo, mientras que Alexander solo le dedicó una fugaz mirada que indica aprobación.

     Después de dicho encuentro, ambas se dirigieron al despacho para que Isabella aprenda cómo debe acomodar todo en el lugar para que Alexander no se moleste.

     —Esa fue una buena respuesta. —Dijo Adalia, sacudiendo el escritorio mientras que Isabella organiza la pila de libros que está en el librero.

     —Recordé las palabras que usted me dijo.

     —Él es así desde… —De pronto Adalia recordó que no debe hablar más de la cuenta; pues si lo hace, no solo Isabella quedaría despedida, sino también ella misma—. Desde hace mucho tiempo.

     — ¿Quiere decir que antes era distinto? —Adalia no sintió intromisión de parte de Isabella, así que asintió.

     —Él era un hombre diferente, muy alegre y noble; sé que lo sigue siendo, pero la vida se encarga de que ciertas cosas vayan cambiando con el tiempo. —Isabella no comprendió en absoluto, pero dentro de sí entendió que algo malo había pasado, y que no es momento de preguntar qué.

     —Comprendo; pondré todo de mi parte para entenderlo, y haré lo necesario por hacer bien mi trabajo y no causarles más problemas.

     —Sé que lo harás bien, mírate, tienes potencial. —Adalia aprobó la vestimenta de Isabella; una falda entallada color rosa, y una blusa negra de mangas cortas; lleva el cabello recogido, y zapatillas; todo impecable.

     —Gracias, señora Adalia. —Adalia luce similar, solo que con ropa más conservadora y conforme a su edad; ella e Isabella son las únicas que no utilizan uniforme en la casa.

 

     Una hora más tarde, todo quedó reluciente y acomodado.

     —Él normalmente viene a las ocho, pero intenta estar aquí a las siete para que empieces con el acomodo de las cosas, la mayoría de las veces intentaré ayudarte para que el trabajo no se te complique, y no tengas que estar más temprano. ¿Te parece?

     —Claro que sí, señora Adalia, y aprecio realmente su ayuda. —Adalia se dirigió hacia la puerta.

     —Tú lo esperarás aquí, yo iré a hacer el desayuno. —Tal como dijo Adalia; Alexander llegó a las ocho, quedándose parado justo en la puerta para observar su oficina reluciente; un par de minutos más tarde, prosiguió sin decir ni una sola palabra. Isabella se quedó esperando órdenes, y lo que obtuvo a cambio fue un completo silencio.

     Más de veinte minutos después, Alexander dejó su computadora de lado.

     —Señorita Hertz, el periódico. —Lo pidió en un tono aparentemente amable, pero aun así suena hostil y molesto.

     —Enseguida, señor Dietrich. —Ni siquiera había terminado la frase cuando le puso el periódico en el escritorio, perfectamente acomodado; él lo tomó y comenzó a hojearlo, mientras Isabella espera nuevas indicaciones. Cinco minutos después, vino la prueba de fuego, pues Alexander le pidió un poco de café. Isabella se dirigió de inmediato a la cocina, mientras que Adalia ya le tenía todo preparado. De regreso en la oficina, realizó el mismo ritual del día anterior, solo que esta vez lo dejó en la mesa de cristal, Alexander dejó el periódico sobre el escritorio, y se dirigió a la mesita, tomó el café y bebió un sorbo. Isabella espera ansiosa la reacción del joven abogado; con el ceño fruncido, la observó; ella entrelazó las manos al frente, a la espera del reclamo, ya que su expresión no indica otra cosa que no sea mal humor.




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