Alexander Dietrich.

Capítulo 4: Un beso en los labios, la mente y el corazón

     La soledad rodea a Alexander todo el tiempo, a pesar de estar siempre rodeado de gente; sobre todo de gente a los que la sociedad cataloga como «importantes», aun así, es vivir en soledad, ¡la peor soledad que existe!, esa que te inunda a pesar de tanta gente.

     — ¿En qué piensas? —Preguntó la señora Steel; una mujer unos cinco años mayor que Alexander, y tan bien conservada como una de su misma edad.

     —En el caso. —La reunión con el señor Ferrant y su abogado no fue para nada sencilla, y mucho menos cordial; definitivamente los antecedentes de Ferrant lo persiguen, pero su dinero y contactos también lo hacen.

     —Lamento que te estreses tanto por mi culpa. —La rubia de ojos verdes siempre procura provocar algún tipo de acercamiento con Alexander, el cual también siempre impone esa línea de respeto que ella anhela perder con él—. Puedo invitarte a tomar un trago. —Unos centímetros más cerca del galante abogado es casi pisar el cielo: ¡Casi! —. En mi casa. ¿Qué dices?

     —Lo aceptaría con gusto, señora Steel. —Aunque su respuesta fue amable, y se podría decir que confirmativa, Alexander añadió esa frase con un tono gélido de voz, lo cual indica que en realidad no acepta, y solo se vio obligado a responder amablemente; eso hasta la señora Steel lo notó, pero en lugar de verse ofendida se sintió más atraída hacia él, soñando con domarlo algún día, y descubrir a un hombre cálido debajo de tanto hielo invisible, pero palpable.

     —Por favor, solo llámame Amara.

     —Señora Steel, no puedo fraternizar con usted, ya que en dado caso me sería imposible representarla; usted es mi cliente, y lo más idóneo es que permanezca así. —El tiempo que a Amara le costó acercarse a Alexander, él lo destrozó en instantes con su alejamiento—. Le llamaré en cuanto haya algún avance importante con su caso, con su permiso. —Sin miramientos, dejó el despacho donde se llevó a cabo la reunión con Ferrant y la señora Steel.

 

     El trayecto a su casa fue relajante para él, quitándose por un momento el saco y desabotonándose las mangas de la camisa blanca, mientras el chofer conduce a casa.

     — ¿Cómo le fue, señor?

     —Regular, Matt. —Ese «regular» indica «no me hables tanto».

 

     Una vez en casa, Alexander se dirigió directo al despacho donde se encontró con Isabella, quien acaba de colgar el teléfono.

     —Le acaba de hablar la señora Steel. —El gesto que hizo Alexander indica en todos los sentidos que se encuentra harto de ella.

     — ¿Qué te dijo? —El tutear a los empleados significa dos cosas; que él está siendo amable, o que está de muy mal humor; en el caso de Isabella, significa obviamente lo segundo, así que ella echó a andar su mente a todo motor para no cometer ningún error que le cueste algún regaño; o peor aún, su despido.

     —Que espera el regreso de su llamada, y que está en pie la cita para tomarse un trago juntos. —Alexander se quitó de nuevo el saco, y lo colgó en el perchero para después dirigirse a su silla.

     —Si llama de nuevo, dígale que no estoy, invéntele que tengo una cita con otro cliente o que me mudé a Júpiter. —Ese comentario bien podría aplicarse como un chiste, si tan siquiera el tono de voz y gestos de Alexander no indicaran que no le hace la menor gracia.

     —Muy bien, señor Dietrich. ¿Desea algo más?

     —Sí, un whisky.

     —Enseguida, señor Dietrich. —Después de servirle el whisky a Alexander, Isabella se dispuso a acomodar el saco que este dejó en el perchero; repentinamente una fragancia fresca y masculina le invadió la nariz, y eso le provocó querer acercarlo a ella para oler mejor la fragancia; pero de pronto volvió a la realidad, y entonces deslizó el saco sobre el perchero.

 

     Después de una hora, Alexander regresó a su despacho.

     — ¿Alguna novedad?

     —De nuevo llamó la señora Steel para preguntar sobre el caso y sobre… —Alexander mostró la palma de la mano para callar a Isabella.

     —Si llama otra vez, dile que yo le llamaré en cuanto me desocupe. —De nuevo Alexander regresó al caso de la señora Steel, la cual Isabella se imagina como una señora millonaria de casi cincuenta años que está detrás del joven abogado.

 

     Al parecer la señora Steel no ha desistido de tener un encuentro con Alexander, así que el día de hoy le hizo una visita que nadie esperaba.

     —Buenos días. —Saludó Isabella, un tanto extrañada de ver a la mujer en la casa de Alexander.

     — ¿Dónde está Alexander? —Muchos piensan que el dinero te brinda la oportunidad de tener la mejor educación, pero al parecer eso es algo meramente relativo.

     —El señor Dietrich aún no está listo.

     — ¿Qué quieres decir? —Amara le lanzó una mueca a Isabella, para después escanearla de pies a cabeza; cayó en cuenta de que es una joven demasiado hermosa para su gusto—. Él vive aquí. —Dijo ante lo que cree obvio.

     —Así es… ¿Señora…?

     —Steel. —Respondió con una ceja enarcada, en son de disgusto. Isabella notó que la señora Steel no luce como la había imaginado; al contrario, se podría decir que es una mujer muy bella y jovial que haría linda pareja con su jefe.

     —Señora Steel, el señor Dietrich vive aquí, pero tiene un horario de trabajo.

     —Quiero que lo busques de inmediato. —Ordenó como si esa fuera su casa—. Dile que estoy aquí. —Se dejó caer en uno de los sillones de piel marrón que se encuentran en el pasillo, cerca de la oficina de Alexander—. Sé que me recibirá. —Isabella dudó un poco en hacer lo que ella le pidió—. ¿Qué esperas, niña? ¡Muévete!

     —Sí, señora, con permiso. —Isabella se dirigió a la cocina para buscar a Adalia, y preguntarle qué debe hacer en este caso.

     —Me parece extraño, normalmente Alexander no recibe gente aquí.

     —Parece más una visita informal que una consulta. —Isabella se reprendió un poco por haber hablado de más. Adalia llevó ambas manos a su cintura, y frunció el ceño; después hizo una mueca torcida, y meneó la cabeza en forma de negación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.