Ema
Al llegar a casa, mi padre al verme abrió los ojos sin creerlo, por más que quise ocultar la marca de mi mano envolviéndola en un pañuelo, pudo darse cuenta con solo ver cómo me la cubro. Endureció su mirada para encerrarse en su habitación sin querer hablarme, tal vez ofendido por mi desobediencia.
Siento que aún me arde la mano por lo que la coloco bajo el agua fría sin sentir el alivio esperado.
Durante la noche mi temperatura subió más en el lugar donde ahora tengo esta marca. Y no sé si he estado delirando, pero tengo nociones de pérdida de memoria así que supongo que así fue.
Me levanté de la cama aun con fiebre, me serví un vaso con agua sintiendo a mis manos temblar, antes de ver a mi padre aparecer preocupado frente a mí, y mirarme tan desconsolado que me siento culpable. No pude ocultar la marca de mi mano, señal que de ahora en adelante soy una doméstica de un hijo de Hades. No sabía que esa era una de las condiciones para trabajar para los Akunis, aun así, no tenía otra opción, era la vida de mi padre o mi orgullo.
—Perdóname, hija, si hubiese sido más sincero nada de esto hubiera pasado —dijo abrazándome.
Lo miré confundida. Pero tampoco agregó más palabras.
—No te preocupes, saldremos de todo esto, no soy la primera y única humana marcada por un hijo de dioses, todos quienes entran a trabajar para ellos deben pasar por esto —me alcé de hombros sonriendo para animarlo—. Además, mira esto.
Me coloqué un guante en mi mano y le sonreí divertida.
—Hace juego con mis ojos —le dije y aunque quiso sonreír me miró con tristeza.
Colocó sus manos alrededor de mi rostro, tomándome de ambas mejillas con suavidad. Y quiso decir algo, pero no pudo y solo me volvió a abrazar.
—Tienes razón, vamos a salir de esto —y no sé porque sus palabras sonaron con tanto rencor.
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Me levanté temprano, tomé un ligero desayuno antes de salir de mi casa con mucho cuidado para no despertar a mi padre, pasó una noche horrible. Suspiro aferrándome en la idea de que debo continuar con esto porque es la única familia que tengo, sin él no tengo razón para vivir.
Entrecierro los ojos mientras camino por las frías calles, la niebla se expande ocultando la pobreza de los alrededores, a los mendigos que parecen multiplicarse cada día debido a la alicaída economía de los humanos.
Me acerco a la parada de buses y espero junto a un grupo de personas que lucen tan serios y callados como yo. Esta parada es solo para quienes trabajan para los Akunis. Algunos llevan su marca, con indiferencia, y otros como yo parecen ocultarlos. No alcanzo a cuestionar ese detalle cuando un bus de tono azul y blanco se detiene frente a nosotros.
—Servidumbre de los hijos de Hades —señala un individuo con traje que desciende del bus.
El bus sale de los terrenos de los humanos, dejando atrás la penuria, las casas viejas y arruinadas, la pobreza, lo deprimente del paisaje; para llegar a la ciudad de Akunis, los cuales parecen ser parte de otro mundo pues hasta la luz del sol parece darles prioridad a ellos antes de a nosotros. El lujo, el cuidado, la limpieza, los enormes edificios, la modernidad, es un cambio enorme.
Desciendo junto a la mayoría de los humanos y entramos todos al edificio en donde desde hoy comenzaré a trabajar. Primero tuve que pasar a recursos humanos donde me fotografiaron, luego me hicieron llenar unos papeles que faltaban.
—La nueva asistente de presidencia —musitó inquisidora la mujer de cabellos claros atados en una larga cola, que anotaba los datos en su computadora. Noto como luce su marca con orgullo.
Yo en tanto sigo con mi guante, no logro entender el orgullo que puedan tener para haber sido marcados casi como si fueran ganado.
—Sí —respondo y al hacerlo alza sus ojos sobre mí.
—Te deseo suerte, la última asistente terminó en la cárcel de los Akunis —y al escucharla no pude evitar querer preguntarle qué quiso decir con eso.
La cárcel de los Akunis solo encierra a quienes han cometido un gravísimo crimen contra uno de los hijos de los dioses. Dicen que es una tortura para un humano ser encerrado en ese lugar.
—¿Qué le pasó? —le pregunté intrigada.
Miró a ambos lados antes de ponerse de pie y susurrarme.
—Se metió en una relación amorosa con el presidente y…
—¡Señorita López! Apresúrese con eso que necesito que me envié unos correos —apareció el gerente de recursos humanos, el mismo Akuni de cabellos oscuros de la entrevista, interrumpiendo nuestra conversación.
De inmediato la mujer bajó la mirada para evitar el contacto visual y me entregó mi tarjeta de acceso explicándome lo último antes de que me liberara. No puedo creer que hayan encerrada en una cárcel como esa a una pobre mujer solo por tener un lio amoroso con el dueño de esta empresa.
Subo el ascensor en silencio, y aunque viene lleno, la mayoría se baja antes de que llegue al piso a donde me dirijo, quedándome completamente sola. No puedo negar que ver todo el lugar vacío, aunque es intimidante, me hace respirar aliviada, sin ojos curiosos encima mío que me hagan sentir más presionada. Camino por el pasillo y me detengo cerca del pulcro y brillante escritorio que me han asignado. Tomo asiento sin saber qué hacer, y prendo la computadora ingresando con las claves que me dieron en recursos humanos.
—¿Por qué ocultas tu marca? —escucho una voz severa y me pongo de pie inmediato, encontrándome frente al presidente de la empresa, sin saber que decir para responder a su pregunta. No pensaba que un detalle como ese podría molestarlo, pues por su tono es claro que no parece feliz que use un guante, ocultándola—. ¿Por qué no respondes?
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Editado: 05.03.2022