Ema
—¿Qué es eso? —me preguntó mi padre sin creerlo mientras se dejaba caer en la vieja silla de madera.
Lo contemplé con una sonrisa, no sabe las ansias que sentí durante todo lo que duro el regreso a mi casa, con esa manzana envuelta para que nadie pudiera darse cuenta de lo que llevaba en la cartera y me lo pudieran quitar o peor acusarme de robarlo de los huertos de los Akunis.
—Es una manzana, una de verdad, no como esa pasta de frutas desechadas que comemos, esta es real —le dije animada sin poder quitar mis ojos encima de la fruta roja, es tan brillante y hermosa.
Me miró preocupado.
—No me la robe —musité ofendida—. Me la dio un… alguien del trabajo.
—Un akuni —completó la frase que antes yo no había podido terminar.
Moví la cabeza en forma afirmativa.
—No te preocupes de eso, dicen que tiene muchas vitaminas, te puede ayudar a sentirte mejor —señalé acercándola a su lado.
—Pásame un cuchillo —dijo después de un largo silencio donde estuvo examinando cada rincón de la fruta.
Fui a la cocina en busca del cuchillo, la pobreza del inmueble me hace sentir cierta inquietud, pero muevo la cabeza evitando pensar en eso, buscando en la vieja gaveta algún cuchillo que aun tenga filo.
—Toma, padre, que la disfrutes, yo iré a recostarme un rato a la cama —pero me sostuvo del brazo.
—Siéntate, Ema —me dijo y lo miré confundida.
Tomó la fruta y la partió por la mitad con el cuchillo.
—Come conmigo, si no lo haces yo no la probaré —habló con seriedad.
Sonreí conmovida y sin poder decir palabras me senté a su lado. Siempre pensé que las manzanas serían de interior blando, pero aun así me sorprendió lo dulce y jugosa que es, nunca había probado algo como eso, y me es imposible creer que algo así hubiera crecido en los árboles. Si todos los árboles de la vieja ciudad de los hombres tuvieran manzanas no habría personas muriendo de hambres en las calles, solo bastaría que tomaran una y fueran felices.
—Si vuelven a darme otra prometo traerla también —dije feliz ante la sola idea de que pudiéramos compartir otra manzana a futuro.
Me sonrió con tristeza y eso me confundió.
—Hija, ten cuidado, un Akuni no regala algo así sin esperar algo a cambio, ya sabes si debes renunciar por cualesquiera circunstancias hazlo —su seriedad me hizo sentir angustia, aunque no imagino que tanto daño podrían causarme, además ver a Aurora, Inés y Laura que parecen felices en su trabajo me da confianza de que nada malo podría pasar.
Pero para dejarlo tranquilo moví la cabeza en forma afirmativa.
***************O***************
Arturo
Me senté con seriedad a la mesa notando la expresión de aquella mujer que no ha dejado de mirarme con severidad. El ambiente alrededor es tenso, pues por un lado esta Marta con uno de sus noviecitos de turno, y al otro Demian que no deja de ignorarme. Y ahora me falta que ella, Eva, esté al tanto de mis planos. Entrecerré los ojos esperando sus reclamos, pues es claro que Hades, nuestro padre no va a bajar a comer, no lo ha hecho en años, no entiendo la manía de esta mujer de prepararle un servicio que jamás va a utilizar.
—¿Tienes algo que decirme? —le pregunté en forma agresiva sin mirarla.
Detesto como sus ojos de color turquesa me contemplan con esa ironía.
—Hijo…
—No eres mi madre —la interrumpí entrecerrando los ojos con molestia.
Sí, es la madre de Demian y Marta, pero no la mía.
—No hijo de mi vientre, pero si hijo de mi crianza —respondió con tranquilidad sonriendo mientras come con lentitud una fresa con un gesto que ninguna madre tendría frente a su supuesto hijo.
En cuanto a la crianza de la que habla, es mentira, una madre nunca se hubiera comportado como ella lo hizo conmigo, ignorándome, siempre intentando poner a mis hermanos por delante mío frente a nuestro padre, y sé cuánto le dolió que me eligiera a mi como la cabeza de la familia en su ausencia en vez de a Demian.
Sonreí con ironía.
—Supongo que mis hermanos ya te han ido con el cuento —señalé cortando la carne de mi plato, el cual luce tierno y fresco, sin contar con las fuentes de esplendorosas frutas.
—Ya empezaste, Arturo —se quejó Marta luego de soltarse de los abrazos y besos fogosos de su “esclavo”. La miro con asco y esta refunfuña arrugando el ceño.
¿Podría siquiera en la mesa evitar esas muestras de “cariños” a sus amantes?
—¿Este cuál es? ¿El décimo? —le preguntó entrecerrando los ojos.
—Es uno de mis maridos —replicó amenazante—. Tengo cinco maridos ¿Cómo a estas alturas no puedes recordarlos?
Demian tosió con fuerzas.
—Creo que el asunto no son los noviecitos de nuestra hermana, sino de esa asistente humana que has tomado a tu lado —masculló con frialdad.
Deje el tenedor y el cuchillo a un costado de la mesa entrelazando los dedos de mis manos mientras mis ojos se fijan en él.
—¿Hay un problema con eso? —le respondí en el mismo tono frio.
—Sí, si piensas que esa asistente será la mujer que procree a tus hijos. Eres la cabeza de nuestra familia y yo no voy a aceptar que tus futuras crías sean resultado de este experimento asqueroso —dejo caer su servilleta molesto.
Lo miré un momento antes de echarme a reír y esto provocó que tensara su mirada. Sus ojos turquesa no se despegan de mí.
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Editado: 05.03.2022