Asistente de un dios

9.- Una advertencia

Ema

 

Abrió los ojos quedándose detenido en mi rostro, aquellos lucen más claros de lo habitual, el tono gris parece haberse apoderado lo que antes lucia de color azul. Noté como de la sorpresa arrugaba el ceño endureciendo la mirada y tensando su mandíbula de manera que luce disgustado, tanto como nunca lo había visto antes.

 

Tragué saliva pensando que decir, pero antes de que pudiera hablar me vi acorralada contra la pared del ascensor mientras con su otra mano sostiene la puerta para que no se cierre y quedemos atrapados adentro. Apretó los dientes ofuscado.

 

—Lo siento, pero ya es demasiado tarde para echar pie atrás ¿No lo cree, señorita? —y sin esperar respuesta me sacó de ahí llevándome del brazo caminando a paso apresurado para llegar frente a mi escritorio—. Tome sus cosas, nos vamos.

 

Estupefacta, mi atención quedo concentrada en mi escritorio buscando la fuerza para decirle lo que tengo atravesado en la garganta.

 

—No… ¡No puedo ir con usted hasta no ver en qué momento he firmado este contrato! —repliqué y detuvo sus pasos antes de voltear hacia mí, luce tan furioso que si antes me intimidaba ahora siento que mis piernas se han congelado en su posición.

 

—¿De que estas hablando? —preguntó con los dientes apretados— ¡Explícate! 

 

Su grito retumbo por todo el piso vacío. Suspire intentando recuperar mi tranquilidad, aunque está siendo imposible ante la actitud poco paciente del presidente.

 

—No he firmado ningún contrato que expliqué porque usted hizo un pacto mediante un beso conmigo, recuerdo haber leído cada hoja que firmé y no había nada más que mi contrato laboral y…

 

Levantó una mano indicándome que debo callar, se pasó las manos por el cabello intentando calmarse.

 

—¿Me estás diciendo que no firmaste nada más? —y aunque me ha preguntado en tono más tranquilo sigue luciendo tan molesto como desde un principio.

 

Solo moví la cabeza como respuesta.

 

Mierda” masculló antes de tomar el teléfono de mi escritorio y marcar.

 

—¿Puede comunicarme con Claudio Baenza? —esperó unos momentos y arrugó el ceño mientras más se demora, el susodicho, en contestar—. ¿Claudio? Necesito que vengas ahora a mi oficina y tráeme todos los documentos que la señorita Ema Wilson firmó.

 

Y cortó de golpe.

 

—Quiero que estés presente, ven a mi oficina —me ordena sin cruzar su mirada conmigo.

 

Titubeo, pero también necesito aclarar este tema por lo que lo sigo. Se ha oscurecido, a través de los ventanales se pueden ver las luces de la moderna ciudad de los Akunis, con sus altos edificios, observo de reojo ocultando mi curiosidad, ante el presidente que toma asiento entrecerrando los ojos sin ánimos de cruzar ninguna palabra.

 

—Vaya, primo, ¿Cuál es el apuro? —entró el gerente de recursos humanos con actitud cordial, al verlo pude recordar que es el mismo hombre poco agradable que me entrevisto para contratarme.

 

Al notar mi presencia hace un gesto de desagrado que no sé cómo interpretarlo, más cuando siento que no se da cuenta en la situación en que se encuentra, estoy segura de que no he firmado ningún papel extra fuera del contrato laboral, en donde en ningún punto hablaba de relaciones íntimas ni concubinatos.

 

—¿Los trajiste? —le preguntó el presidente con sequedad estirando la mano.

 

Alzó sus cejas como si no entendiera la molestia del otro y le pasó la carpeta que traía en sus manos. Arturo Vikar ojeó los documentos mientras toma asiento, con una seriedad gélida. Mientras avanza las hojas va arrugando el ceño, hasta que al final alza su fría mirada en dirección del gerente que aun sin entender lo que pasa lo mira confundido.

 

—¿Dónde está el contrato del pacto de concubinato? —le preguntó con voz gruesa.

 

—¿Contrato de concubinato? —lo miró confundido.

 

Lo observó como si no creyera lo que acababa de escuchar. El presidente se llevó la mano a la cara antes de ponerse a reír, y en serio escucharlo reír me dio escalofríos, es como esas risas de alguien que está a punto de estallar y así fue, se puso de pie golpeando la mesa tan fuerte que nos hizo saltar a ambos.

 

—Si yo no estoy encima de ustedes, no hacen nada bien ¡No hacen ni una maldita cosa bien! —se acercó tomándolo del cuello de la camisa antes de empujarlo contra la pared.

 

El gerente abrió los ojos espantado ante la actitud agresiva del presidente de la compañía.

 

—Era lo que más te pedí, ese dichoso contrato debía ser firmado antes del pacto, ahora dime ¿Qué vamos a hacer? —le preguntó amenazante.

 

—Es primera vez que un Akuni hace algo como esto, como iba a recordar cada detalle y…

 

—¡Cállate! Que en vez de arreglar las cosas las arruinas más —dicho esto lo empujó con más fuerzas contra la pared.

 

Pareció aterrado al no poder soltarse del agarré de Arturo Vikar, lo entiendo, en su posición me sentiría igual, aun a la distancia no puedo moverme, respiro agitada temiendo que esto termine peor de lo que imagino. En eso el gerente fijó sus ojos en mí.

 

—Está ahí, si quieres acostarte con ella tómala y ya ¿Desde cuándo nos preocupamos de que una miserable como esa quiera que la cojamos o no? No entiendo que te preocupes tanto, ¿Crees que va a poder poner mucha resistencia? —replicó y al escucharlo un escalofrió subió por mi espalda.

 

He escuchado lo que ha pasado con las infortunadas humanas tomadas a la fuerza y como a nadie le importó lo que pasó con ellas, a sus padres gritando cuando recibieron lo que quedaron de aquellas mujeres. Nadie reclama la muerte de un humano en manos de un Akuni, a nadie le importa. Arrugué el ceño mirando hacia la puerta que sigue abierta, pero no alcancé a pensar en un plan cuando un fuerte ruido me hizo girar la cabeza y vi al gerente ser empujado con tantas fuerzas que cayó al suelo sentado, con la camisa de su cuello roto y los ojos desorbitados ante la furia del presidente.



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En el texto hay: distopia, dioses, embarazo

Editado: 05.03.2022

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