Besos con sabor a Champagne

Capítulo 3

Mi celular no paraba de sonar mientras yo me removía con pereza sobre la cama. Tapé mi cabeza con una almohada porque el tono de llamada de mi celular no cesaba. Cansada, estiré la mano y tomé el celular para contestar.

—¿Se puede saber dónde carajos estás? —la voz de Amelia hizo que abriera los ojos y quitara la almohada.

—Mierda, lo olvidé. —le dije, enderezándome.

Llevo una eternidad esperando a que llegaras, y resulta que ni siquiera abriste los ojos. —me regañó.

—Lo siento, lo siento—me disculpe—. Estaré ahí en 15 minutos o tal vez 20.

Lo que se resume a media hora. Bien, estuve bastante tiempo esperando, un poco más no me hará daño.

—Te amo, pero eso ya lo sabes.

Yo también. Apresúrate. —y con eso colgó.

Me senté y pasé mis manos sobre mis párpados, me puse de pie con pereza y me miré en el espejo. Me veía terrible.

La jaqueca me estaba matando. Me sentía terriblemente mal, tanto que me costaba mantenerme en pie, pero tenía un compromiso con Amelia así que, sin muchas ganas, me metí a la ducha y me cambié para salir.

○○○○○○○○

Entré al pequeño restaurante donde Amelia me esperaba, me senté frente a ella y le regalé mi mejor sonrisa en forma de disculpa.

—Hasta que al fin llegas—resopló, dejando a un lado su libro—. Comenzaba a pensar que te habían atropellado en medio del camino.

Amelia era mi mejor amiga desde hacía varios años atrás. Nos conocimos en la universidad, fue la primera persona en hablarme cuando decidí cambiarme de universidad cuando me mudé a Inglaterra. Fue muy amable al momento de conocernos y me presentó al resto de su grupo de amigos. Con el paso del tiempo nos hicimos muy unidas e inseparables. Desde ese entonces pasó a ser una de las personas más frecuentes e importantes de mi vida.

Era bastante hermosa a mi parecer. Tenía el cabello negro largo hasta su cintura, piel bastante clara y ojos un tanto rasgados debido a su ascendencia asiática. Era más alta que yo, tal vez me sacaba una cabeza, era bastante delgada y delicada.

—Lo siento, pero llegué muy tarde anoche—le dije, un mesero se acercó y nos dejó dos menús y le agradecí—. La boda estuvo estupenda.

—Lamento no haber ido contigo anoche, pero tuve guardia y no conseguí a nadie que me cambiará el día. —se disculpó por enésima vez.

—Lo sé, lo sé. Ya me lo explicaste y lo entiendo—sonreí y puse mi atención en el menú—. Se veían muy bien juntos...

—Avy...—cubrió mi mano con la suya.

—Me alegra mucho que ambos estén juntos por el resto de sus vidas—me limpié con rapidez una lagrima que se escapó de uno de mis ojos—. Estoy tan feliz por ellos, solo que no entiendo porque me afecta tanto.

Me sentía bastante afligida y confundida, tenía tantas emociones a tal punto que me hacían sentir bastante mal. Por un lado, me sentía feliz y contenta por Riley y Oliver porque sabía que se amaban con todo su corazón y que serían completamente felices juntos. Pero por otro lado estaba yo, con mi corazón roto y afligido. Odiaba tanto ese sentimiento, yo no quería sentir nada, solo que no lo podía evitar.

—Te entiendo, sé que es difícil—comenzó Amelia—. Pero Oliver no es el único pez en el mar, hay otros hombres lo cuales morirían por ti. Estoy segura de que algún día podrás olvidarte de él y encontrarás a alguien que te ame.

—Gracias, Jun—sonreí con malicia y ella me pellizco un dedo cambiando—. Lo siento.

—Para ti soy Amelia o Melia—me señaló—. Ahora pidamos algo porque muero de hambre.

Después de almorzar, Melia y yo caminamos hasta el centro comercial. Primero pasamos por una librería donde fuimos directo a la sección de estudios y nos detuvimos frente a los libros de medicina. Puede que ya hayamos terminado de estudiar, siempre descubrían algo nuevo por lo cual nos gustaba estar actualizadas en el tema.

Había libros de anatomía, actualizaciones médicas, de todo. No sé el porqué, pero cada que veía un libro o revista de estas cosas se me desbordaba el corazón de la emoción. Amaba mi carrera.

—Tienes esa cara. —sonrió mi amiga.

—¿Cuál cara?

—La misma que pones cuando algo te gusta—extendió su sonrisa—. No sé qué pasó para que no quieras ejercer la carrera, te encantaba. Siempre estabas dispuesta a la hora de atender algún caso o paciente cuando hacíamos la residencia. Aun no entiendo que fue lo que sucedió para que dejaras el hospital.

Yo no quería recordar ese momento. Cada vez que lo pensaba mi ánimo bajaba drásticamente. No lo hablé con nadie, nadie sabía los motivos por el cual decidí dejar el hospital, ni Oliver, ni Reece, nadie.

—Prefiero no hablar de eso. —susurré, tomando un libro.

—Está bien. Aunque...—comenzó.

—¿Qué?

—En el hospital hay un lugar disponible, nos hace falta un residente por si te interesa—la miré con mala cara—. Solo te avisó—alzó las manos—. No te arrugues por información.

Reí y desvié la mirada hacia la sección de romance, y como si el destino quisiera atormentarme con su castigo divino, lo primero que observé fue una gran pila de libros donde en la portada los protagonistas se encontraban dando un beso, el chico de cabello y la chica con cabello rubio. Parecía apropósito.

Suspiré con fuerza y eché la cabeza hacia atrás.

—Hay algo que no te conté—Melia dejó de mirar los estantes para poner su atención en mí—. Me besé con alguien en la boda.

Lo próximo que hizo fue chillar y arrodillarse para luego llevarse las manos al pecho y mirar el cielo.

—¡Gracias, Señor! —alzó la voz, llamando aún más la atención en el lugar—¡Sabía que no dejarías desamparada a tu hija! ¡Gracias por cubrirla con tu manto divino y darle una recompensa a tu mejor guerrera!

—Pero ¿Qué haces? —susurré avergonzada, levantándola del piso—. Estás llamando la atención.

—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! —expresó, dando saltitos en círculos—Debes contarme todo, Avy ¿Por qué tardaste tanto en contarme?




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