Mis ánimos durante los siguientes días estuvieron cabizbajos. No me sentía contenta y mis intentos por mejorar mi humor fallaron rotundamente. Y eso me hizo sentir más patética e inútil. Al menos el trabajo me mantenía con la mente ocupada, tener que preparar hojas de cálculo en Excel, enviar emails, llevar café y organizar agendas era algo muy laborioso.
—Ava, Ava—me sobresalté al escuchar la voz de mi jefe—, ¿Sigues aquí?
—Sí, señor MacLennan—le respondí, acomodándome en mi asiento—¿Qué hace fuera de su oficina?
—Ya te dije que puedes llamarme Joey—me regañó una vez más por no llamarlo por su nombre ni por tutearlo—. Contestando tu pregunta, estoy aquí porque te llamé desde el teléfono—señaló el teléfono SIP sobre mi escritorio—, pero no contestaste, por eso salí.
—Lo siento...Joey—eché mi cabello hacia atrás—¿Qué precisas?
—Un café y necesito que hagas un pequeño espacio en mi agenda para el miércoles. También necesito un regalo para el cumpleaños de mi madre, si pudieras comprarlo más tarde—sonrió, acercándose a la puerta—. Casi lo olvido, has una reunión con el nuevo agente de relaciones públicas para mañana. —terminó de decir con su tan notorio acento irlandés.
Asentí y me quedé quieta en mi asiento, haciendo muecas.
—Lo necesito ahora, Ava. —lo escuché detrás de mí, me puse de pie rápidamente.
—Ya voy.
Cuando conseguí el café no pude evitar pedirme uno también.
A Joey no le disgustaba el café de la máquina de la oficina, solo que prefería los que se vendían en una rica cafetería a unas calles del edificio.
Él era un hombre particular y muy atractivo. Era alto, con una figura prominente y el cabello tan rubio y claro como sus ojos grises. Su mandíbula marcada lo hacía ver como un hombre de carácter duro de roer. A pesar de su aspecto físico tan imponente, su carácter se asemejaba más al de Cindy Lou que al del Grinch, era un osito de felpa. Siempre que se iba de viaje me traía algún regalo o cuando me veía de cierto humor me regalaba una malteada junto a un brownie. Tampoco hay que olvidar los bonos de navidad y año nuevo. Ese hombre se merecía el cielo.
Por eso me esforzaba por ser la mejor en mi trabajo, no era cosa de los regalos ni nada por el estilo, era un hombre bueno y un buen jefe que se merecía el mejor trato posible. Apreciaba la amistad que me ofrecía más el trabajo que me dio aun sin yo saber nada. Me pagó el curso de informática y gracias a eso pasé de entregar correos a los demás a ser su secretaria.
Pasé rápido a una tienda de antigüedades donde compré una linda colección de tazas de té antiguas para la madre de Joey. No me molestaba que me pidiera comprar regalos para sus familiares, siempre lo hacía para todos los cumpleaños que debía asistir. No era muy bueno cuando se trataba de regalos y estilo, como dije es un hombre particular. Aunque a mí me dio uno de los mejores regalos que me alegraron la existencia, a mi querida Loli.
—Tu bebida—la puse sobre su escritorio—, tu regalo—dejé la delicada caja de madera sobre una pila de libros—. La reunión con el nuevo agente de relaciones públicas mañana a las 10:00 am. El miércoles de 15:30 a 17:30, a las 18:00 tienes reunión con los patrocinadores, la cual no se puede aplazar porque la vienes retrasando desde la semana anterior. —le dije cuando lo vi poner ese gesto que solía hacer cuando quería retrasar o cambiar algo—¿Algo más?
—Lo mejor que hice fue contratarte—agarró la caja y la observó—. Esto...
—Tazas de té de la época victoriana—tomé el plato y cubiertos sucios de su oficina—. Dentro hay un papel que tiene toda la información del regalo. No te preocupes, te envié un mensaje con toda la información para ti también.
—Tienes la tarde libre—me dio un beso en la mejilla—, te lo mereces por facilitarme la vida.
Salí de la oficina y me dirigí a casa, había salido dos horas antes de lo previsto y no tenía mucha idea de qué hacer con tanto tiempo libre.
Cuando llegué noté que la comida de Loli estaba intacta en su plato, cosa que me pareció extraña porque ella no solía dejar ni una sola croqueta. Comencé a llamarla, sin obtener respuesta alguna, lo cual me asustó.
La encontré echada en el suelo y parecía no respirar.
—Mierda, Loli. —le golpeé suavemente la cabeza y moví sus patitas.
Cuando vi que no reaccionaba, la alcé en brazos y pedí un taxi para dirigirme a la veterinaria.
Al llegar a la veterinaria, rápidamente se la llevaron mientras me hacían dar sus datos, después de todo era una nueva veterinaria.
Me senté en la sala de espera, de los nervios empecé a quitarme el esmalte de las uñas.
—Los dueños de la gata Loli. —escuché al cabo de unos minutos de espera.
Me levanté enseguida, sacudiendo mis jeans para quitar los rastros de esmalte seco sobre ellos.
—Sí, soy yo—contesté totalmente preocupada, pero me quedé quieta al ver a la persona frente a mi—. Inglés.
—Pelirroja Mackenzie—susurró impactado, al igual que yo—...Hola.
—¿Qué haces en una veterinaria? —idiota, estabas allí por tu mascota ¡Concéntrate!
—Trabajo aquí, soy veterinario—alzó los brazos levemente—. Tú eres la dueña de Loli. —dedujo.
—Obviamente.
Cri, cri.
Cri, cri.
Cri, cri.
Tenía peor suerte que los huérfanos de Una serie de eventos desafortunados.
—¿Qué tiene mi gata? —dije al fin, al darme cuenta del porque estaba ahí.
—Oh, sí—juntó sus manos y luego las frotó sobre su uniforme celeste—. Al parecer tuvo una reacción alérgica, aún no sabemos qué fue lo que lo causó, pero estamos en su búsqueda. Tendrás que dejarla en observación por unos días, luego podrás llevártela a casa. Estará bien en unos días.
Suspiré aliviada.
—Eso es genial. —reí de alegría, echando hacia atrás mi cabello.
—Ava—me habló después de unos minutos, ganándose mi atención—, ¿Cómo has estado?
—Bien, bien. Bastante bien— respondí demasiado rápido para mi gusto y mala suerte— ¿Tú cómo estás?