—Avy.
Dirigí la cabeza hacia la entrada de la cocina, donde los tres miraban nuestras manos unidas con curiosidad.
Como si fuera automático, ambos nos separamos.
—¿Te sientes mejor?—Oliver se acercó, asentí—¿Segura?
—Ya te ha dicho que sí—Reece le dio un pequeño golpe en la cabeza—. Además, parece ser que ya tiene un enfermero personal—le hice mala cara que poco le importó porque ya tenía sus ojos puestos sobre Charles, este último parecía querer desaparecer—. Soy Reece. —le extendió una mano.
—Oh, Dios, ¿Dónde están mis modales?—Riley se acercó—. Reece, él es Charles, mi mejor amigo...Charles, él es Reece mejor amigo de mi esposo. —pronunció eso último con orgullo.
Tragué en seco al oírla.
—Es un placer. —dijo Charles, apretando la mano de mi amigo. Pude notar como su voz temblaba un poco—. Ava no se encuentra bien, quise darle algo dulce, solo que no encontré nada—se acercó hasta la isla y tomó su billetera—. Voy a comprar algún jugo o algo.
—¿Te sientes muy mal?—Riley se acercó y tocó mi rostro—. Parece que tienes fiebre.
Mis dos amigos también se acercaron y ambos empezaron a hablar.
—Debe tomar medicina.
—No, debe recostarse.
—No, debe abrigarse.
—No, debe desabrigarse.
—No, debe...
—¡Ya basta!—les grité, dándoles un golpe en la cabeza a cada uno—. Parecen Tweedledum y Tweedledee discutiendo.
Los dos parecieron indignados ante la comparación.
—A mí no me compares con esas dos esferas. —protestó Oliver, negando con el dedo.
Suspiré cansada, negando con la cabeza y dirigí mi atención a Charles.
—No hace falta que vayas a comprar nada, lo mejor será que me vaya a casa—les dije y me dirigí hacia la puerta para tomar mi abrigo—. Disfruten de su cena.
Los cuatro de habían seguido hasta la entrada. Agradecía el sentirme mal a decir verdad, no me quería quedar allí, el ambiente se me hacía tenso e incómodo, no me gustaba. Hasta ese punto quería volver a casa con la compañía de Loli.
En cuanto tuve la intención de ponerme el abrigo, Riley me detuvo.
—No te vayas, quédate, por favor—me suplicó—. Luego nosotros te llevaremos a tu casa.
Dios mio, me miraba con suplica, como si me estuviera implorando con los ojos que me quedara. Era como un cachorrito, de los que te seguían por la calle.
—Está bien—eché mi cabello hacia atrás—. Si voy a quedarme iré a comprar algo, porque de lo contrario voy a desmayarme.
—Te acompaño. —dijo Oliver y a decir verdad, no quería que me acompañará.
—Mejor voy yo—se adelantó Charles, llamando la atención de los demás—, ya tengo mi abrigo puesto.
—No te ofendas, pero...—Intentó decir Oliver.
—Y no me ofendo. —interrumpió nuevamente Charles.
—Tranquilo, amigo, tampoco es que vaya a besarla. —se río Reece seguido por Riley.
Los dos nos petrificamos. Levanté las cejas tratando de aparentar que el comentario no me afectó.
—Ja, Ja, Ja—traté de reírme, solo que parecía el lamento de un perro más que una risa—que gracioso.
—¿Nos vamos?—Chales me miró con los ojos muy abiertos.
Asentí y enseguida salimos de la casa al ver que intentaban protestar.
Comenzamos a caminar a la tienda acompañados de un silencioso camino, no era incómodo.
Me gustaba el silencio, nunca fui una persona sociable, me costaba demasiado todo lo que implicará habar con la gente, parecía un robot que solo sabía responder con preguntas configuradas y nunca solía tener temas de conversación. A veces era una tortura ser así.
Aún así decidí romper el silencio, sorpresivamente se me hacía fácil hablar con él.
—Gracias por acompañarme.
—No tienes porque agradecerme, creo que necesitábamos estar lejos de ellos.
—Lo sé—sonreí un poco—. Perdón por los comentarios de mi amigo—me disculpé—, él suele ser así.
—No te preocupes, también tengo un amigo así, estoy acostumbrado—frunció el ceño—. Estoy seguro de que si él nos hubiese encontrado hubiese hecho lo mismo o un comentario peor.
Sus palabras me hicieron gracia. Se me hacía genuina su forma de ser.
Cuando llegamos a la tienda nos dirigimos al lugar de bebidas, tomó una Coca Cola y yo me dirigí al pasillo de dulces buscando algo para mí.
Siempre fui una amante de los dulces, tanto en casa como en la oficina tenía una caja llena de golosinas de todo tipo, caramelos, chocolates, gomitas y algunos otros que Melia me trajo de Japón.
Tomé unos cuantos y los tiré a la canasta.
—Soy una amante de los dulces. —le dije a Charles cuando llegó a mi lado.
—Puedo notarlo. —miró la canasta.
—Voy a llevar esto para el postre—agarré una caja llena de bombones—. ¿Crees que se enojen si llevo una botella de vino? Lo digo porque sé que Riley no es una fanática del alcohol.
Recordaba la vez en la que Oliver, en uno de nuestros viernes de película, había comentado que a ella no le gustaba beber y que, por lo tanto, estaba intentando dejar la costumbre de beber cada vez que salíamos, por lo cual comenzamos a comprar cerveza sin alcohol para él.
—Yo creo que mientras nadie se ponga ebrio estará todo bien. —comenzó a caminar hacia el pasillo de los vinos con una pequeña sonrisa.
Después de comprar las cosas nos encaminamos devuelta a la casa, esta vez acompañados de una fluida charla que me sacaba carcajadas cada vez más.
En cuanto llegamos, la cena ya estaba lista y los chicos nos esperaban sentados en el comedor. Cuando Riley vio el vino simplemente suspiró y señaló a Oliver y advirtiéndole que ni siquiera se le pase por la cabeza beber de más.
Tomamos asiento, donde los recién casados tomaron lugar en cada punta mientras que Reece se sentó a mi lado y Charles frente a nosotros.
En un principio costó un poco que la conversación fluya, hasta que mi querido amigo junto a mi soltó uno de sus típicos comentarios.
—¿Alguna vez soñaron que no tenían pies?—preguntó llamando la atención de todos en la mesa— porque cada vez que sueño algo jamás puedo mirarme los pies, es como si no existieran y es extraño porque se supone que si lo deseo, puedo controlar mis sueños. Dime Riley, ya que tú eres psicóloga, ¿Eso tiene algún significado?