Calima Roja

9

OK COMPUTER

RADIOHEAD

—¿Estás lista?

Asiento mientras bajo las escaleras para reunirme con César, que me observa tratando de evaluar mi estado. Es obvio que todavía no está convencido de que sea una buena idea empezar nuestro viaje hoy, pero no quiero perder más tiempo.

He llenado una mochila con ropa vieja que encontré en el armario e, impulsada por la rara curiosidad que siento por Jude, metí algunas de sus cosas en un bolso marrón verdoso que llevo cruzado. César me quita la mochila para llevarla él sin hacer preguntas sobre lo que he cogido.

—¿Podremos llegar hasta la carretera? ¿Hay nekrofágoi en el bosque?

—Los demonios están en todas partes. Iremos en mi camioneta; todavía quedan suficientes horas del día para que podamos avanzar hasta un refugio para pasar la noche.

Eso significa que lo que me dijo Zarek es cierto. Son más peligrosos en la oscuridad.

Vamos hasta la puerta y me preparo para el golpe cuando la claridad deslumbra mis ojos. Después de más de dos semanas encerrada en esta cabaña con las persianas de seguridad bajadas, me siento como un vampiro saliendo del ataúd antes de tiempo; mi piel y mis ojos pican bajo el sol incluso si está cubierto por nubes grises.

Trago saliva tratando de ver algo entre la niebla que sigue pegada al bosque. No recordaba lo inquietante que es en silencio. César toca mi hombro para llamar mi atención y me hace un gesto para que lo siga. Cuidando mis pasos, lo dejo guiarme hasta el garaje cerca de su cabaña y, mientras lo abre, caigo en cuenta de que la olvidé de nuevo.

—¿Dónde está Ada?

César se gira y me enseña el contenido de una de las mochilas que lleva. Allí está la pequeña diva hecha una bola, roncando como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. La puerta del garaje termina de abrirse y veo una vieja camioneta marrón. Una camioneta de gasolina. ¿Es raro que en mis diecisiete años de vida normal no viera ningún coche de gasolina y desde que el mundo colapsó ya haya visto dos?

César deja las mochilas en el maletero y coloca una lona para sujetarlas mientras yo me subo al asiento del copiloto y examino el raro interior. No hay modo automático, ni pantalla de control, solo unos raros botones con una pequeña pantalla rectangular bajo las rejillas de ventilación.

—¿Cómo funciona esto? —le pregunto en cuanto sube al asiento del conductor.

—Es una radio pero no funciona —contesta dejando la mochila donde duerme Ada en mi regazo.

César arranca la camioneta y nos movemos por el camino que lleva a la carretera. Me abrocho el cinturón de seguridad mientras miro ansiosamente por la ventana, atormentada por el recuerdo de impactar boca abajo sobre el asfalto dentro de mi vehículo. Parece que he conseguido otro trauma.

—Oh sí, tuve que quitarte esto ya que no dejaba de pitar —dice sacando algo del bolsillo de su cazadora de cuadros.

Extiendo la mano para recibir el Exéli watch. Pulso el botón lateral para encenderlo; gracias a que estuvo apagado, todavía tiene batería. Reviso si he recibido algún mensaje por el dispositivo SOS, nada. Reviso los mensajes normales por si acaso, nada. Está claro que Zarek no ha hecho ni el más mínimo esfuerzo por encontrarme.

Tal vez el motivo por el que eso me molesta tanto es porque mis padres murieron creyendo en él. Se sacrificaron pensando que había un lugar seguro y alguien que se aseguraría de que lo encontrara.

—Que Hades te juzgue y te lleve —mi maldición sale en un susurro rabioso mientras ato el Exéli watch a mi muñeca —. Que conozcas hasta el último tormentoso rincón del Tártaro.

César me mira como si se cuestionara mi cordura, pero no dice nada mientras atravesamos la silenciosa carretera rodeada de niebla.

—Es ahí —señalo cuando nos acercamos lo suficiente para ver mi vehículo, justo en el mismo lugar donde lo dejé. Boca abajo sobre el asfalto —. Detén el coche.

—¿Para qué?

—Tuve que huir porque había un nekrofágoi rondándolo y puede que todavía esté por los alrededores. Necesitamos un plan para darle la vuelta sin llamar su atención.

—Tengo armas, ¿sabes usar una?

Es mi turno de mirarlo como si estuviera loco.

—Las armas están prohibidas para cualquiera que no tenga una licencia por trabajo y aun si no fuera así, mis padres no me hubiesen dejado estar cerca de una. Me costó incluso convencerlos de que me dejaran aprender tiro con arco.

—Bueno, tus padres estaban en lo correcto. Las armas las carga el diablo; es mejor no usarlas, especialmente las chicas.

Ni me molesto en rebatir eso. Cesar detiene la camioneta y, tras bajarse, va hasta el maletero. Me cuelgo al hombro la mochila en la que duerme Ada y voy a reunirme con él, justo para verlo cargar un revólver que deja en la funda del cinturón de cuero sintético que no me había fijado que lleva. Después carga una escopeta.

—¿Lista? —me pregunta por segunda vez en el día.

—Supongo.

Caminamos por el pavimento fotovoltaico de la carretera en silencio y siento mi corazón latir cada vez más rápido cuanto más nos acercamos al vehículo, por lo que, por supuesto, el Exéli watch empieza a pitar ruidosamente.

—Apágalo.

Qué gran idea, genio.

Lo apago y, tras esperar unos segundos conteniendo el aliento sin que aparezcan, seguimos avanzando. Cuando llegamos a la altura del vehículo, camino lentamente hasta el parabrisas para ver el interior y asegurarme de que no haya nada ahí dentro.

—¿Cómo lo vamos a hacer? —le pregunto tras comprobar que está vacío.

—Tienes que entrar, encenderlo y anotar las coordenadas de ese lugar — en cuanto abro la boca para protestar, continua sin dejarme decir una palabra—. No hay manera de darle la vuelta sin hacer un montón de ruido; además, será un esfuerzo inútil, ya que funciona con batería y difícilmente encontraremos sitios para cargarlo en el camino. Nuestro viaje ya es demasiado peligroso para añadirle más.




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