Conquistar su Amor

Capítulo 6.

Poco a poco fuí teniendo más confianza con la señora Karla, y por increíble que parezca con su esposo William. 

Salíamos a la Isquia cada dos días, ellos se encargaron de enseñarme a manejar el dinero, aunque trabajando en un banco antes tenía  un poco de conocimiento de ello, acepté gustosa y sin rechistar sus enseñanzas. Era una mujer muy dulce y tranquila.

Por otro lado estaba Maurice, quién siempre me seguía a donde iba,  no sabía exactamente si para bien o para mal, pero por el momento, parecía bueno.

Los días que no salía a la ciudad me dedicaba a hacer mi trabajo en la mansión, picaba la fruta y alistaba las bandejas como siempre para los hombres, muchos de ellos me llevaban algún caramelo o fruta en agradecimiento.

— Buenos días hermosa.

— Hola Maurice, ¿Cómo estás? 

— Mucho mejor ahora que te estoy mirando, estás radiante esta mañana.

— Gracias.

—  Al menos podrías decir que yo también me veo guapo, o que estoy encantador, o algo así, ¿No crees? — hizo un gesto de falsa indignación que me causó gracia.

— Podría hacerlo. — me miró interrogante, como esperando mi respuesta, — pero no lo haré, al menos no ahora, no me gustaría mentirte. 

— Eres mala, muy mala— reí con su ocurrencia y le extendí la bandeja de su desayuno.

— Soy mala, y tú estás deteniendo la fila, todos quieren desayunar — señalé hacia atrás de él, muchos estaban esperando su bandeja y no con muy buena cara.

— Lo siento, está encantadora mujer me detuvo.

— Ya vete.

— Vendré en un momento, cuando termines de entregar todo, hay algo que quiero darte.

— Está bien, ahora, fuera — señale el otro extremo de la fila con una sonrisa.

Seguí mi rutina hasta que al fin acabé de repartir todo y pude sentarme a tomar mi desayuno. Como cada día, me senté en una de las mesas más alejadas para inspeccionar a todos.

Ya tenía fichados a algunos, que se notaba que eran una porquería y no podía confiarme de ellos, también tenía vistos los más tranquilos y relajados, de los que no me podía confiar ni por equivocación, la gente así era la las doble cara.

— Te sonríen de frente y no dudan en clavarte un puñal por la espalda.— susurré mirando el grupo de hombres riendo a carcajadas.

— ¿Qué tanto susurras hermosa? 

— Hoy me dieron muchas frutas, con una crema podré hacerme una ensalada.

— Mañana que vayamos a Isquia traemos todo lo que quieras — se sentó en la silla frente a mí tapando la vista.

— Eso estaría bien, pero no tengo dinero propio para darme gustos.

— No tienes que preocuparte por eso, me tienes a mi.— me extendió una caja de bombones de chocolate que se veían muy costosos.

— Se ven deliciosos, muchas gracias.

— Son traídos de París, espero que te gusten.

— wow, muchas gracias. 

— Podemos ir a París cuando quieras, solo dame la orden y lo haré.

Ignore aquellas palabras y seguí comiendo mi desayuno mientras la escuchaba platicar de lo hermoso que era Italia, de los lugares que conocía en Europa gracias a la facilidad de transporte del lugar y más cosas, hasta que soltó una bomba que me dejó pálida.

— Ya sé quién eres Stefhany.— mi cuchara se detuvo a medio camino.

No sabía que decir, el aire me faltó y una extraña sensación me invadió.

— Es obvio que lo sabes. Nos presentamos en el barco— esas fueron las únicas palabras que salieron de mi boca, estaba tan nerviosa que mis piernas empezaron a temblar.

— Tu entiendes perfectamente a qué me refiero Stefhany Mosse — escuchar el apellido de Patrick saliendo de sus labios hizo que mi cuchara cayera a la mesa.

— N-No sé de qué hablas.

— No hablaremos de esto ahora, después de almorzar ve al muelle, hablaremos allí.

El resto de mi jornada la pasé muy nerviosa y pensativa, ¿Como supo quién era? ¿Cómo sabía que tenía que ver con Patrick? Nadie lo sabía en este lugar, hasta el momento, nadie sabía o sí sabía nadie me había mencionado algo.

Cuando terminamos de repartir el almuerzo estaba tan nerviosa que las náuseas me atacaron sin control, hasta el momento no había tenido ningún síntoma de embarazo, pero los nervios y el estrés de lo que se venía hizo que uno de ellos saliera a flote.

Limpie y ordene todo muy despacio, tratando de alargar lo inevitable, pero no podría evitar la conversación.

Una vez terminado todo caminé a pasos lentos hasta el muelle, hice todo el tiempo que pude hacer. Una vez en la playa me quité los zapatos y caminé descalza por la arena admirando el hermoso horizonte.

— Me alegra ver que viniste.— soltó el aire y me miró fijamente.

— ¿Cómo sabes quién soy? — pregunté sin rodeos.

— Me agradas así, bien fiera.

— Dime.

— Mosse me ayudó muchas veces, le debo mi vida.




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