Cruzada de sangre - Linajes #2

Capítulo 45

Víctor

 

El olor a sangre y muerte es penetrante, apenas lo sentimos volvimos a la casa con la mayor premura posible. No puede ser que otra vez hayamos caído en la misma trampa. Aprieto los dientes conteniendo mis colmillos que se han asomado a medida que encontramos ragacez muertos sobre la nieve.

 

En eso unos quejidos y el ruido de golpes llegan a nuestros oídos, sin hablar con solo mirarnos sabemos que tenemos que ir a ese lugar y nos movemos con rapidez. Nos encontramos con aquel vampiro, Damián, peleando contra dos ragacez. Maximiliano saca sus dos hachas dispuesto a pelear.

 

—¡No te entrometas en esto! —le grita enfurecido—. No necesito la ayuda del hijo de unos traidores sin honor.

 

Al escucharlo su mirada se endurece, y guardando sus dos armas le da la espalda. Bufé en ese momento, no ha sido a mí a quien ha ofendido, pero me ha desagradado más que desde primer encuentro.

 

—¿Dónde está Catalina y tu hermana? —le pregunté con sequedad viendo con indiferencia como pelea con esos ragacez. Le está resultando difícil, he conocido vampiros acostumbrados a una vida tan acomodada que ni siquiera saben pelear.

 

—Ni idea en donde se metió la tonta de Magdalena con esa perra convertida —respondió molesto mirándome con odio.

 

“¿Perra convertida? ¿Está hablando de Catalina?” Si antes ya me sentía molesto ahora la sangre me hierve, alcé mi mirada hacia los ragacez que lo atacan alzando dos dedos en dirección a las criaturas antes de que estas estallaran en cenizas debido a uno de mis hechizos, el cual por la ira que siento ni siquiera tuve que llamarlo, pero en este momento no me interesa saber cómo pude hacerlo. Solo sé que agarre al sorprendido vampiro del cuello de su camisa azotándolo contra enorme piedra con tal fuerza que escupió sangre.

 

—Más respeto con ella, es mi esposa —le hablé intentando contener mi rabia, pero aun así mi voz deja fluir el odio que siento—. La próxima vez te matare como lo hice con esas criaturas.

 

Y mientras me mira impávido lo solté. Cayó al suelo sin reaccionar mirándome tanto a mi como a Maximiliano que permanece serio, pero no hizo ningún intento por detenerme.

 

—¡Hermano! —apareció la vampiresa corriendo desesperada hacia nosotros.

 

Detrás de ella vienen tres ragacez a punto de alcanzarla, por lo que Maximiliano tomando sus hachas las lanzó con tal puntería que mató a dos de ellos de un solo golpe. Y luego corrió hacia ella saltando encima para caer sobre la tercera criatura y girarle la cabeza con sus manos matándolo.

 

Noté como Damián mira impresionado el movimiento de quien ha despreciado toda su vida.

 

—El honor de un vampiro no es el apellido, es su valor al defender a los suyos —indiqué antes de dejarlo solo acercándome a la pareja—. ¿Dónde está Catalina?

 

Fue lo primero que le pregunté a la mujer que ahora se ha aferrado a los brazos de su hermano adoptivo y parece disfrutarlo pues sonríe embobada, alzó mis cejas, es evidente lo que siente esta mujer por él, pero en cambio Maximiliano no parece abierto a ninguna relación de ese tipo, pues permanece serio mirando hacia el congelado bosque desde donde ella vino corriendo.

 

—Se fue en dirección opuesta intentando distraer a esas horrendas criaturas para que pudiera huir —me respondió preocupada.

 

Suspiré antes de llevarme una mano a la frente ¿Cómo puede esa mujer meterse en tantos problemas? Siempre piensa primero en ayudar a los otros en vez de preocuparse de su bienestar.

 

—Voy a ir por ella —digo en voz alta.

 

—Pronto saldrá el sol —me responde Maximiliano.

 

Muevo la cabeza en forma afirmativa. Entiendo que ellos no pueden estar bajo el sol como Catalina y yo, y el cielo ya luce claro anunciando que pronto amanecerá.

 

—Bien, vayan a casa, buscaré pistas —les dije antes de adentrarme al bosque.

 

La espesa nieve que cubre todo el lugar no facilita poder avanzar con la rapidez con que quisiera hacerlo, el bosque luce silencioso, y eso en vez de tranquilizarme, me inquieta. A medida que avanzo el olor a sangre se hace más fuerte, veo cuerpos de ragacez despedazados, y la voz jadeante de quien ya se de quien se trata.

 

—Muéranse de una vez malditos bichos inútiles —exclama Mauricio lanzado dos cuerpos sin vidas de esas criaturas.

 

Al sentirme volteó en actitud ofensiva, pero se detuvo al darse cuenta de quién soy.

 

—¿Has podido ubicarla? —le pregunté con seriedad haciendo referencia a Catalina.

 

—No ha sido fácil, por la nieve, y el olor asqueroso de estos bichos. Pero ya me he acostumbrado al aroma de nuestra líder por lo que puedo saber por dónde ha ido, sin embargo, más adelante su rastro desaparece.

 

—Bien, yo seguiré desde aquí —le dije avanzando.

 

—Permítame acompañarlo, con algo más de tiempo sé que puedo encontrarla —exclamó.

 

Moví la cabeza a ambos lados.

 

—Está a punto de amanecer, vete a casa de los Alcázar con los otros —señaló observando a los alrededores por si logro ver algo.

 

—Siento haberle fallado —me dice, y me giro sorprendido por su tono humilde.

 

—No has fallado, me has ayudado a saber que he seguido el camino correcto, indícame hasta donde llega su rastro y después vete, muerto no me servirás.

 

—Sí, señor —respondió.

 

Mientras me explica los pasos de Catalina y me lleva al lugar en donde se pierde su rastro recuerdo la vez que lo conocí, viviendo como ermitaño en las montañas, esperando la muerte luego de que el anterior líder Sebastián lo desterrara. Siendo un niño me perdí de la compañía de Rafael, el cazador, cuando buscábamos a unos vampiros asesinos, llegué a la cabaña en donde vivía Mauricio, y aunque en un inicio fue quisquilloso de recibirme al final lo hizo, desconociendo su pasado me sorprendió su brazo mecánico, y como niño curioso no deje de seguirlo de un lugar a otro a pesar de que buscaba alejarme. Hasta que aparecieron ese grupo de vampiros asesinos y debido a la falta de sangre bebida fue derrotado con facilidad recibiendo una golpiza que tuve que presenciar, fue en eso que perdí el control y cuando reaccioné los vampiros yacían muertos en el piso y Mauricio se arrodilló frente a mi jurándome lealtad.




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