Cuatro estaciones para amarte

Capítulo 2: ETERNO VERANO

Capítulo 2

ETERNO VERANO

Tres semanas después, Dolores y él habían acordado una cita o bueno una salida, porque en realidad no tenía idea de que pensaba ella de él. Podía ser que no lo viera como una cita, sino como una salida entre amigos, o conocidos. Como fuera, estaba un poco nervioso.

La había pasado a buscar por su casa, la cual no estaba muy lejos de la cafetería y después habían decidido ir al parque, allí estarían frescos bajo la sombra de los abundantes árboles.

Durante el trayecto, pensó que todo sería extraño o incomodo por lo menos, pero no, ella había hablado de inmediato y la charla había fluido maravillosamente.

Cuando bajaron del auto, ella sacó una manta que tenía en la mochila y la extendió para que ambos pudieran sentarse.

— Y, ¿qué tal las fiestas en familia? —preguntó abriendo un nuevo tema de conversación.

— Debería considerarse tortura.

Lucca rio por su espontanea respuesta.

— No creo que sean tan malos.

— Te juro que sí, que la tía no se sienta al lado de la prima porque se pelearon, la abuela está enojada con uno de sus hijos porque se peleó a su vez con su otra hija —enumeró fastidiada—, y eso es insignificante al lado de cuando alguno de mis tíos me mira y me dice, «¡Estás más gordita!».

— Bueno, te creo —dijo haciendo una mueca.

Dolores rio y sacó un paquete de galletitas de su mochila.

— Voy solamente por mis viejos, y porque nunca está de más visitar otra ciudad.

— Nosotros somos pocos, mis papás, mi hermana mayor y su novio, así que la pasamos tranquilos.

— Que envidia, pero me alegro que la hayas pasado bien.

Lucca la observó y sonrió, luego siguió con su tarea de preparar el mate.

— Te cambiaste el color de tu pelo —comentó.

— Ah sí, otro motivo de conversación en la cena familiar —bromeó.

— Puedo imaginarme, pero me gusta, el rosa te queda lindo.

— Gracias, intento hacerme un cambio cada año.

— La primera vez que te vi lo tenías de color rojo.

— ¿Te acordás de mí? —preguntó curiosa agarrando el mate—. Digo… antes de que supieras mi nombre.

— Si, es que soy bastante observador.

— Yo me olvido fácil de las caras, bueno, de vos me acuerdo porque vas seguido, pero a veces me saluda gente que la verdad ni idea quienes son.

— Te acordás de mi por la propina —la molestó.

— Tu propina va a pagar la universidad de mis hijos —bromeó haciéndolo reír.

Era rara la complicidad que tenían para hablar, no se sentía incómodo y parecía que podían hablar sin silencios de por medio, todo fluía.

— ¿Cómo vas con el libro? —preguntó Dolores pasándole el mate nuevamente.

— Llegué a la página cien, lo que considero un logro, igual creo que voy a poder adelantarlo en vacaciones.

— ¿Dónde trabajás?

— En una empresa, área de administración.

— Ah bueno, ahora no me da culpa recibir tus propinas —dijo riendo.

Lucca rio, ahí estaba el pensamiento de que le sobraba la plata solo por trabajar ahí.

— Soy un empleado, no creo que llegue a hacerme millonario, aunque si pasa tampoco me quejo.

— ¿Te gusta trabajar ahí?

— Si, vivo bien con el suelo y me gusta tener las tardes libres.

— Hace mucho no tengo las tardes libres entre semana —se quejó—, tengo que conseguir otro trabajo.

— ¿Hace cuánto que estás en la cafetería?

— Cuatro años, me sirvió y me sigue sirviendo mucho, pero son demasiadas horas y es agotador, además me recibí como profesora de literatura y no tiene ningún sentido trabajar ahí.

— Nuevo año, nuevas oportunidades.

— ¡Ojalá! —exclamó bufando.

Era muy expresiva y le gustaba eso.

— ¿Siempre pasás tus vacaciones acá? —preguntó Dolores cambiando de tema.

— Si, podría irme, pero prefiero ahorrar, así pude comprarme el auto, que no es la gran cosa, pero fue una salvación.

— Mientras te lleve a destino da igual que auto sea, además está lindo.

— Mi próxima meta, es una casa, el alquiler es una tortura.

— Ni me digas, vivo en un mono ambiente que me cobran como si fuera una mansión.

— Cuando era chico, me imaginaba que a esta edad ya tendría mi vida resuelta —recordó con diversión—, que iluso.

Dolores rio mientras agarraba una galletita.

— ¿Qué edad tenés?

— Veintisiete, ¿vos?

— Veintiséis, y también ya pensaba tener mi vida resuelta a estas alturas, pero bueno, se hace lo que se puede.




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