Cuervo, no me olvides.

7

 Apenas cruzo la puerta de mi casa, un olor a lavanda y vainilla me sorprende agradablemente. De una vez y sin pensarlo más de la cuenta, me dirijo hasta mi cama y me tiro de espaldas. Allí, acostado, miro el techo e intento calmar las pulsaciones lacinantes y punzantes a cada lado de mi cabeza. Es tan cansado sentir ese dolor que ya ni sé qué se siente no sentir nada. Toda mi energía se enfoca en ignorar mi suplicio y la fatiga de mi cuerpo. Frustrado, agarro mi cabello a puños y suelto un grito alto y profundo. Mi condición física y mental es tan deplorable que ni siquiera me atrevo a mirarme al espejo de cuerpo entero.
Sin moverme, observo mi habitación y realizo que algo no encaja. No se siente como si fuese mi habitación. Por alguna razón, tengo la impresión de que alguien vivió aquí en mi ausencia, ¿es eso posible? ¿Realmente Lee y Luca dejaron a alguien vivir aquí? No, es imposible; y de una vez descarto esa loca idea.

Sin poder quedarme quieto, me vuelvo a levantar y decido recorrer la casa. A cada paso descubro nuevas sensaciones: olores, lugares de ciertos objetos, y otra cosa que no alcanzo determinar. Sin saber porqué, me siento como un extraño en mi propia casa. Sin comprender, detallo cada mueble, cada cuadro y objeto en busca de una señal o indicio de esa persona, en vano. A lo mejor, el desubicado soy yo. Tres meses, puede ser tiempo suficiente para desvincularme de mi casa... aún así, eso no me explica ese sentimiento que tengo adentro de mi pecho.
Desde mi estadía en el hospital, la urgencia de volver a casa me perseguió al punto de atormentarme por completo; y ahora que estoy aquí, tengo la impresión de haber llegado demasiado tarde. Perdido, deambulo por los pasillos hasta entrar en la cocina. Allí, mi mente escanea todo hasta el último detalle. Sé que busco algo, algo en específico. Algo que mi mente trata de recordar sin poder descubrirlo. 
De pronto, todo es demasiado y me rindo.
Camino de vuelta para mi habitación y más por costumbre que por necesidad prendo el televisor bajando el volumen lo más bajo que pueda sin parar de escuchar.
Por mientras, pongo la habitación a oscuras, saco del bolso de mi pantalón el frasco de pastillas, abro la tapa y vierto algunas cuentas en el hecho de mi palma; y sin dudar me las trago todas como si de confites se tratasen. Y espero, caminando en círculos que el efecto de la droga haga su efecto. Si antes era cuestión de minutos, ahora sé que el alivio no vendrá hasta unos largos quince a veinte minutos: una tortura. Para distraerme, escucho sin intentar comprender los sonidos del televisor cuando el nombre de "Page" me llama la atención. Enseguida, subo el volumen:
"... por lo que se cuenta. Los guardias de seguridad lo encontraron ahorcado en su celda. Según la administración y los guardias, el señor no había dado ningún indicio de depresión o voluntad de suicidarse. Por ende, todo indica que su última visita fue la causante de su gesto de desesperación".
"En efecto, Luciana. Como bien lo especificas, el registro de las visitas indica claramente que el señor Page recibió una visita justo antes de quitarse la vida. Y esa visita, no es más que su propia hija: Catalina Page. En ese momento, me encuentro frente a su casa, pero no hemos visto a nadie entrar o salir en las últimas horas".

Con lentitud, la cámara se enfoca sobre una casa; y justo en ese instante, siento la tensión en mi cuello aliviarse, las pulsaciones bajar y el dolor bajar de intensidad. Me siento tan bien que el sueño no tarda en ganar terreno. Sin luchar, dejo mi cuerpo caer sobre la cama. En el televisor observo a medias unas rejas metálicas con el nombre del Monte Vernón aparecer. Ese nombre me suena tan familiar, pero al igual que las sensaciones en mi casa, sigo sin saber qué es lo que no logro conectar. Para cuando mi estómago se contrae y mis entrañas se aprietan, entiendo que mis emociones están fuera de control. ¿Por qué me siento tan triste? ¿Por qué no paro de mirar la puerta de mi habitación como si alguien fuese a aparecer? Maldiciendo para mis adentros, agarro todo lo que mis manos tocan y mando cada cosa a volar.
Minutos después, estoy con el soplo corto, un dolor de cabeza que me deja sin piernas y una habitación echa una mierda. Sentado en medio de mi habitación, seco con el ruedo de mi camisa el sudor de mi frente, sin dejar de ventirlar mi pecho con ésta misma. Necesito tomarme una ducha. Pero, algo me lo impide. Es como si estás por irte de tu casa y sabes que estás olvidando algo transcendentar sin recordar lo que es. Entre la presión constante en mi cráneo, la sensibilidad de mis ojos, y la frustración misma de mi estado me es imposible entender lo que mi corazón intenta decirme. Una ducha, sí, iré a ducharme. Y sin fijarme, salgo dejando encendido el televisor.

"Después de los comerciales, compartiremos la declaración del abogado de Cata....".

__________

—Deberíamos llamar al médico, Lee.
—No hay que ser un sabio para saber lo que ocurre, Luca. Catalina no se cuidó a como debía —digo molesto, al ver el cuerpo inmovil y pálido de Catalina.
—O llamás al médico, o lo hago yo —me amenaza Luca, serio.
—Anda —lo invito, cansado.
—Y eso haré, es más la llevaré al hospital para un chequeo —me especifica Luca, al salir.
Con los ojos hirviendo, miro a Catalina enojado. Si Alessandro la viera en ese estado le daría otro derrame cerebral. Es más, en esos momentos, hasta Alessandro se ve mejor que Catalina. Maldiciendo para mis adentros, estoy por hacerle caso a Luca y llamar a una ambulancia, cuando un mensaje de un contacto periodista me llama la atención. Enseguida, prendo el televisor y escucho las noticias caer sin poder creer lo que mis oídos escuchan. Fuera de base, me siento sobre el sofa, mudo y la mente en blanco.
—Solo eso faltaba —dice Luca, detrás mío.
Sin contesar, solo asiento con la cabeza. Era justo lo que trataba de evitar. Y es con alivio que Luca y yo escuchamos al abogado dar su entrevista para anunciar la decisión de retirarse del caso por ordenes de Catalina.
—Es lo mejor que Catalina pudo haber hecho —reflexiona Luca.
—Sí. Pero, no creo que sea suficiente para que los periodistas la dejen en paz —digo frustrado.
—Es un hecho, ahora que su viejo murió van a buscar alguién a quien molestar.
—A veces me pregunto, cuándo es que todo se nos fue de las manos —admito a Luca, al servire un vaso de Qhiskey triple en rocas.
—Muchas veces me pregunté lo mismo, ya sabes, yo y mis piernas —dice Luca, burlándose de él.
—No te hagas eso, Luca...
—Tranquilo, tiene su punto positivo, sabes; a donde sea que vaya, puedo sacar mi laptop y trabajar —suelta riéndose—. Pero, en serio, creo que algo se nos escapa. Sabes nunca creí en las coincidencias, si llegamos donde estamos es porque...
—... se nos fue una variante.
—Exacto. Llamaré a mi médico, ya no podremos enviar a Catalina para emergencias.
—Anda, alistaré el cuarto de invitados para Catalina.




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