Cuervo, no me olvides.

8

En la cocina, con una taza de café entre las manos, escucho sin poder creer las noticias. Al inicio es tan inesperado que me cuesta creer en la veracidad de la información.
¿Page, ha muerto?
Incrédula, dejo mis piernas acercame al televisor, pero las imagenes no engañan.
Page, ha muerto.
El pulso de mi corazón corre a una velocidad imposible de controlar, mientras mil ideas cruzan por mi mente. Todas enfocadas en un solo próposito; o más bien, en una sola persona.
¡Page, ha muerto! ¡¡Page, ha muerto!!
¡Muerto!
Él ha muerto, y yo sigo con vida.
Una sonrisa de satisfacción se dibuja sobre mi rostro, y sin poder reprimir mis emociones estallo de la risa. Una risa de ironía, placer, con un sabor a libertad y felicidad.
La verdad es que en mis sueños más locos jamás imaginé a Page fuera de ese mundo. Para mí, él era como un Dios, no, él era como el Diablo: imposible de parar y de derrotar. La vida, ahora, me enseña lo equivocada que estaba. El señor Page es un humano como todos, y como tal su muerte era inevitable.

Estoy tan contenta que saco una cerveza de la refrigeradora, ¡una cerveza a las once de la mañana! Sonriendo, destapo la botella y miro a la imagen del señor Page y le dedico mi primer trago: "Nos veremos en el infierno, Page. Pero, todavía no me toca".
Sin querer escuchar más, prendo la música y dejo los sonidos y las distintas notas del violín acompañado del piano vibrar por toda la casa. Con mi cerveza, levanto los brazos y bailo al compas de los sentimientos que me sumergen mientras mi mente comienza a esbozar un plan infaible para recuperar a Alessandro. Porque ahora lo sé, nada ni nadie me impidirá volver a él.

Poco a poco, paso a paso, me dirijo hacia mi armario y saco el vestido que guardé durante tantos años, aquel que Alessandro me regaló para mi último cumple años. Ese día, fue la última vez que volví a soplar las candelas. Ese día, fue la última vez que pedí un deseo, el último de mis deseos; aquel que siempre mantengo, el único que me permitió luchar y de no rendirme: vivir con Alessandro, ser la novia de Alessandro, casarme con Alessandro.
Del plástico, saco mi vestido y me visto sin arrugar los pliegues de la seda. Quieta, admiro mi reflejo en el espejo, y salvo esa expresión en mis ojos, parezco ser la misma persona de antes. Con una sonrisa de satisfacción, agarro el cepillo en la mesa y peino mi cabello rubio ondulado en un moño desarreglado. De pronto, dejo de moverme mientras los recuerdos vívidos vuelven a mi mente, ¿cuántas veces Alessandro me quitó la liga mientras su mano en mi cuello me apresaba? ¿Cuántas veces sus manos se deslizaron en ellos al hacerme el amor? Incapaz de reprimir la fuerza de mis sentimientos, me dejo caer en la esquina de la silla. 
Pronto, nos volveremos a ver. Ya verás, falta muy poco. 
De la felicidad, me seco la esquina de mis ojos, y vuelvo a guardar todo en su lugar. Por última vez, miro la habitación porque sé que ciertamente ésta era mi última noche aquí.

Afuera, en la acera de la calle principal, alzo la mano cada vez que veo a un taxi pasar, en vano. Hasta que uno para justo al frente mío, y con el corazón hecho un puño le doy la dirección del lugar que pensé nunca más volver a pisar.
Y durante todo el trayecto, las mismas preguntas me atormentan: ¿Podrá reconocerme? Después de tanto tiempo, ¿le importaré todavía? ¿Será Alessandro capaz de perdornarme por mi traición? ¿Él entenderá mi sacirifcio al esconderme de él durante tanto tiempo? ¿Me amará todavía?
Las dudas son como un veneno que ponen a prueba mi capacidad de discernir entre el miedo y la razón. Por un lado quiero correr hacia él y tirarme entre sus brazos sin restricción, pero por otro lado pienso que no soy digna de ello.
¿Si lo traicioné? Sí, lo hice.
Es más, no solamente lo traicioné sino que lo maté, a él y a toda su familia. Maté todo lo que me recordaba a él porque estaba tan dolida, y sin esperanza, que creí haberlo perdido por siempre. ¿Y si hubiera esperado un poco más? No, si no hubiera jugado mi movida, esa mujer ya estaría casada con él; y el señor Page estaría en la cumbre de su poder. No, todo lo que hice fue necesario. Un sacrificio que valió la pena. Después de todo, no podía dejar a Alessandro cometer el peor error de su vida al casarse con la hija de ese monstruo.
No, primero muerta que verlo con esta mujer. Sigo sobrepesando el peso de mi culpabilidad cuando el taxi para al frente de la casa de Alessandro. Y mi corazón se detiene, nada ha cambiado, nada. Ni siquiera las flores que decoran cada lado de la casa. Todo sigue igual, como si nada hubiese sucedido. Como por arte de magia, me siento propulsada en el pasado donde yo iba a visitarlo cada domingo para pasar el día juntos. Hoy, se siente como uno de esos días.

El taxi gira y pasa debajo del porche de cemento cubierto por tejas rojizas. Detrás, la inmensa puerta de roble me da la bienvenida. Las lágrimas desbordan de mis ojos, al pensar que justo detrás de esa puerta está la felicidad de mi vida. Con las piernas temblorosas, doy un paso, dos, tres, cuatro, y me detengo.
Y si es muy tarde?
El miedo de ser rechazada me congela por completo, y sin querer retrocedo de varios pasos. ¿Quién dice que mis sentimientos son correspondidos? Nada. No tengo la certeza de nada, fuera del amor que le tengo. Tantos años de lucha interna y dolor para llegar ahora a dudar de mí y de nosotros, me enferma. Me siento como una cobarde huyendo de un pasado que ya no existe y de un futuro inexistente. Solo quedan los recuerdos, nuestros sentimientos, y el ahora. 
Nerviosa, le doy mordizcos a mi uña del pulgar sin lograr a dar el primer paso. La puerta está justo al frente, a unos cuantos centimetros de mi nariz. Es solo cuestión de levantar mi brazo, contraer mis dedos en un puño para tocar. Dos golpecitos, uno, dos. Nada del otro mundo, pero estoy asustada. Tan asustada que me cuesta respirar.
Luego, al volver a pensar en todos esos sacrificios y luchas para volver a ser más que una zombie que siento el valor energizar mi cuerpo y mi mente. Y sin pensarlo más, mis nudillos tocan la puerta, varias veces.
Y, espero.
En ese instante, el tiempo se detiene. Y los segundos parecen ser horas. Horas en las que mi mente, mi corazón, y todo mi ser se enfocan en ver esa puerta abrirse.
Después de lo que siente horas, me atrevo a volver a tocar.
Y la misma espera vuelve a comenzar. Las dudas vuelven a sumergirme mientras la tristeza me contrae el pecho sin piedad. ¿Llegué tarde? Sin poder más, mis piernas ceden bajo el peso de la espera, y me apoyo contra el roble de la muralla que me separa de Alessandro.
Creo que ya casi no me quedan más uñas que comer, cuando escucho un ruido detrás de mi espalda. De inmediato, siento el respaldar de la puerta ceder mientras yo caigo a la reversa sobre el piso de la fría cerámica.




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