Cuervo, no me olvides.

12

Entre la fatiga, los nervios y el corazón latiendo a mil por hora intento vestirme a como puedo.
Mañana, ¡mañana veré a Alessandro!
Solo con la idea de verlo a ver, de tenerlo a frente mío y tan cerca, que lucho para mantenerme en pie al pasar mis piernas en mis leggins. 
Alessandro, mañana, tan solo unas cuantas horas...
De la emoción, mi garganta se cierra, mis mejillas se enrojecen, mi sonrisa se dibuja mi rostro y un cierto grado de excitación reaviva viejas emociones.
¿Cuanto tiempo hemos estado separados?
Meses, largos meses que se conviertieron en un año y algunos días. Para mí, se sienten como una eternidad. Es como si la Catalina de hace un año fuese otra persona.
¿Acaso no he cambiado? 
¿Acaso, Alessandro cambió?
¿Cómo se verá ahora?
¿Qué corte de cabello llevará?
¿Tendrá el mismo perfume?
Y su vestimienta, ¿habrá cambiado de estilo?
De pronto, quiero escuchar su voz. Sentir la textura arenosa y grave acariciar mis oidos hasta hacerme fremir. Solo quiero escucharlo pronunciar mi nombre, unas cuantas sílabas, con tan solo las primeras cuatro letras de mi nombre y sé que estaré perdida. Nada más con pensar en ella, mis ojos se cierran y dejo mis sentimientos llevarme lejos de esta habitación. Esa nota en su voz que me envuelve toda, que me sacude por dentro obligándome a enfrentar mi propio deseo y lujuria. Adoro su voz, que estoy diciendo adoro todo de él, hasta la más pequeña imperfección es para mí parte de su encanto. Con prisa, meto mi camisa y mis tenis y voy soplada al baño. Prendo la luz y del susto la vuelvo a apagar, me veo terrible: mi rostro es tan pálido que mi cabello parece ser negro en vez de castaño oscuro; mis ojeras me dan el aspecto de una zombie, y mis mejillas muestran sin piedad la pérdida de peso sufrida durante los últimos meses.
Alessandro no me puede ver en ese estado, no debe verme así nunca. En un gesto de autocompasión dejo unas lágrimas caer sobre mis mejillas antes de peinarme y atar mi cabello en un moño desarreglado.

Hoy, es el día para enterrar a esa Catalina, hoy no dejeré que las dificultades de la vida me ganen. Hoy, me prepararé para luchar con y contra Alessandro. Hoy, me permitiré ser por última vez la novia que perdió a su esposo al altar, a la madre que perdió a su bebé, a la hija cuyo padre se quitó la vida y mató a su madre y hermano. Hoy, dejaré el peso del pasado tubarme por última vez.
Haciéndome caso, me dejo caer en la cerámica del baño y contemplo el vacío. ¿Cómo podré atraer a Alessandro con esa pinta? En el estado en el que estoy ni si siquiera yo misma me acepto. "Vamos, puedes hacerlo. Lee te espera afuera". Con ese pensamiento en mente, me levanto y salgo al encuentro de Lee con mis cosas en mano.

En el pasillo, busco con la mirada a Lee, pero no lo veo por ningún lado. A lo mejor entendí mal y Lee me espera afuera de la clínica. Durante varios segundos medito las probabilidades y decido que a lo más seguro Lee me está esperando afuera. Camino unos cuantos metros por el pasillo alumbrado por el sol a través de los inmensos ventanales sin cruzar a nadie fuera del personal de limpieza de la clínica.
—¿Sabe a dónde está el elevador? —pregunto a una señora que limpia los vídrios.
—La segunda a su derecha —me contesta mientras sigue trabajando sin voltearse a ver—. Tiene que digitar el número de su habitación y después apretar el botón de llamado.
—Entendido, gracias, y buen día.
—Igualmente.
—Espere, tome la necesita más que yo —dice la señora, al tenderme una botella de agua fría.
—No, yo...
—Tengo muchas debajo de la mesa, solo toméla y bebásela toda, ¿sí?
—Está bien.. Gracias por la botella —digo, al sacurdir la botella de plástico.
—En absoluto, buen día.
Con una sonrisa, camino y abro la botella sellada. La vida a veces es extraña; parece que te manda personas desconocidas solo para darte ánimo. Una especie de saludo para decirte "tú puedes". A lo mejor, yo puedo. Y con esa idea digito el número de mi habitación antes de llamar al elevador.
En mi mente, cuento los largos segundos que toma el elevador para llegar a mi piso. Cuando por fin escucho el timbre de su llegada, las espesas puertas grises metálicas se abren, y perdida en mis pensamientos, me adentro.
Estoy triturando los tirantes de mi camisa verde cuando un olor llega a mí.
Y mi corazón se detiene.
Paro de respirar.
Paro de pensar.
Paralizada, no me atrevo a mirar detrás de mí.
Para darme algo que hacer, tomo la botella de agua ofrecida por la señora y me concentro en abrirla. Al instante, mi corazón vuelve a latir; primero lento, luego con tanta fuerza que podría haber corrido un maratón.
Sin poder resistirme, y sin siquiera haber tomado un solo sorbo de agua vuelvo a respirar hondo, dejándome llevar por la tentación de cerrar los ojos y vivir el momento más intenso de mi vida desde mucho tiempo. El momento en el que huelo el perfume que llevaba Alessandro. Al instante, los efluvios me surergen en un mar de recuerdos profundamente escondidos en el fondo de mi memoria y de mi corazón.
Ese aroma, es para mí la esencia misma del demonio que llega para atormentarme. Esa fragancia de ciprés apimentada con un toque súbtil pero pronunciado a mandarina: es una mezcla de olores tan sensual como peligrosa y adictiva. Sin poder controlarlo recuerdos prohibidos se disparan en mi cerebro: bocas que se tocan, lenguas que se mezclan, alientos que se comparten, sudores que saben al mismo cielo; pieles húmedas y suaves que se deslizan para provocar el más poderoso placer, y sin querer, sin poder retenerme más, gimo.
Al darme cuenta que gemí de placer y de frustración en voz alta, me muerdo con fuerza mi labio inferior y tomo agua de mi botella. La verdad es que no tengo sed, en absoluto, pero todo es mejor para ahogar mi verguenza. Todo es mejor que encarar a la persona detrás mío. Esa persona cuyos ojos deben de estar clavados en mí. Una mirada que de repente necesito ver. De reojo, me atrevo a echar un ojo por medio del espejo del elevador. Cuando de repente, unos ojos azules eléctricos chocan con los míos. 
Sin querer, giro y frente a él, me atraganto con el agua escupiéndosela en la cara.
Y me petrifico.
No respiro.
No pienso.
No me muevo.
En silencio, detallo el rostro al frente mío cuya mirada me clava allí mismo mientras que con la manga de su traje impecable se quita el agua que acabo de escupirle al rostro, sin querer.
Sabía que lo iba a volver a ver algún día.
Sabía que algún día al oler ese perfume, me toparía con él.
Sabía que esos ojos grises azulados volverían a encontrarse con los míos.
Pero no hoy.
Hoy, no.
Hoy, no puedo.
No puedo, de verdad, enfrentarme hoy a esos dos glaciares que me juzgan sin ninguna piedad. Dos glaciares que transmiten todo el poder y el carisma de un hombre exitoso, poderoso, con elegancia de sobra sin un solo cabello desalineado. Y ahora, comprendo a la perfección lo que Lee quiso decirme, el Alessandro que yo conocí no es el mismo de ahora. 
No obstante, es Alessandro.
Es mí Alessandro.
Del impacto, retrocedo de unos cuantos pasos y me agarro con fuerza a la barranda pegada al espejo. E intencionalmente cierro los ojos, paro de respirar y vuelvo a contar los segundos. 
Alessandro no me reconoció, mientras que yo me sé cada detalle de su rostro sin necesidad de verlo: sus largas pestañas negras, sus pobladas y bien definidas cejas que resaltan el mar azul de sus ojos; la línea delimitada de sus altos pómulos y de su cuadrada mandíbula; y su boca, dibujada con la misma pluma de cupido para atrapar a todos los labios de las mujeres que quisieran besarlo.
Alessandro, el hombre al frente mío es Alessandro.
De pronto, siento la desesperación ganar terreno. Vuelvo a abrir los ojos, pero me enfocó unicamente en los números señalados en el panel del elevador : piso 35.
Y juro que quiero desaparecer. Quiero ser invisible.
De todos los días tenía que ser este día, a esta hora, justo aquí en la clínica. De todos los lugares, ¿por qué aquí? ¿Por qué ahora?
No lo enfrentaré, no lo haré. Y sin saber cómo, logro juntar toda mi fuerza interior para controlar mi reacción y mis nervios. Ignorándolo por completo, decido buscar mi reloj en mi cartera para volver a ponerméla. De paso, realizo que son las doce de la tarde. Con una mueca, entiendo que pronto el elevador se detendrá en casi todos los pisos... como éste de aquí, ahora. 
La puerta se abre, y tres personas entran para volver a salir un piso más abajo: 34.
Apenas las personas salen, ruego con todo mi ser para que otras entren, en vano. El elevador vuelve a cerrarse conmigo y Alessandro adentro, solos.
Nerviosa, me arrincono e intento pasar desapercibida. Intento, de verdad lo hago, pero no consigo dejar de mirarlo durante una milésima de segundo... cada diez segundos. Una fracción de segundos donde puedo entrever los pensamientos de Alessandro, porque lo conozco, sé que él está pensando en su próxima jugada.  Porque ya estuvimos hace mucho, en otra vida, en otro contexto, en esa misma situación.
Un día en una cafetería, donde yo sin querer por supuesto, vertí el contenido de mi comida sobre él; además de mi jugo en su rostro pocos segundos depués... adrede.
Y de pronto no puedo impedirme estallar de la risa.
Digo, ¿cuáles son las probabilidades?
Me fuí de la habitación y me tope con esa señora que me ofreció esa botella de agua, la misma que escupí en su rostro. Si no hubiera tenido esa botella, a lo mejor todo hubiese podido ser distinto, y en el mejor de los casos Alessandro ni siquiera me hubiera prestado atención. Es más, hasta podría ser que hubiera alcanzado otro elevador.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.