Cuervo, no me olvides.

14

Acorralada entre su musculoso pecho, la fría pared y la presión de sus exigentes labios sobre los míos, lucho. Con todas mis fuerzas me rebelo contra esa deliciosa y punitiva tortura. Sin ceder, aprieto mis labios y rechazo esa ola calor incandescente. Ni siquiera batallo contra Alessandro y su cuerpo, sino contra el mío y mi propio deseo que me surmerge por completo. Mi pulso late a mil por hora, las mariposas en mi estómago se convierten en un loco hormigueo que se propaga a una velocidad preocupante: me niego, a sabiendas que pronto me rendiré.
Cuando de pronto siento agua helada caer encima mío, mojándome, chillo de sorpresa y de frío. O al menos eso quiero, porque apenas abro la boca que la de Alessandro se aprovecha para verter el contenido de la suya sin dejar de regarme con la botella.
Entre el frío chorro de agua, el aliento caliente de Alessandro en mi boca, y la presión de su poderoso pecho contra el mío aplastándome contra la pared, lo pierdo. Pierdo el control y me voy a la deriva sosteniéndome a él, como si Alesandro fuese mi nuevo centro de gravedad.
Si antes entre nosotros había pasión y deseo, no se puede comparar con la atracción que sentimos en ese momento. Es tan enrollador que no puedo controlar el ritmo alocado de mi respiración, tampoco los propios latidos de mi corazón, y mucho menos la tentación y la necesidad de envolver mi lengua alrededor de la suya.
Sé que tengo que parar, sé que debo parar. Tengo que detenerme ahora. Ahora o nunca. Pero, solo quiero robarme ese momento poque sé que terminará pronto, solo quiero vivir cada segundo. Gozar del deseo y del dolor que me produce, de ese estado de excitación que te sacude por dentro como un terremoto junto a un tsunami. Por dentro, mi voz me grita: " ¡qué haces! ¡¡¡Detente!!!" No le hago caso, y sigo. Quiebro todas las murallas heladas construidas por meses y dejo la llama de la pasión ser mi guía. Sin prisa, respiro el aroma picante y suave de Alessandro, con la punta de los pies me elevo para poder saborear el perfecto grosor de sus labios. Succiono lo suficiente parar provovar a Alessandro.
Para cuando siento la lengua de Alessandro devolverme mi beso con el mismo entusiasmo y pasión, una descarga eléctrica me atrevesa por todo el cuerpo.
Y sin querer, gimo de deseo.
—Sí, ten... lo tengo. Tengo tu número de teléfono registrado —confieso, roja de deseo y de verguenza.
De inmediato, Alessandro me suelta. Me empuja contra la pared como si se hubiese quemado al rojo vivo. Y a lo mejor así fue, al menos espero que así sea, porque quiero que le duela a como a mí me duele. Sin saber qué hacer, cuento los segundos sin respirar intentando calmar los temblores de mi propio cuerpo. Uno, dos, tres, cuatro: mi cuerpo sigue temblando de deseo y de rabia. Nunca antes sentí una emoción tan intensa como contradictoria: quiero tenerlo en mis brazos y a la vez quiero pegarlo, empujarlo y gritarle miles de palabras tanto desconocidas como temibles.
El tiempo pasa, los segundos también, nadie se mueve, ninguno habla. Ambos nos desafíamos con la mirada como si hubiesemos descubierto un nuevo rival, a un nuevo enemigo con el cual debemos luchar. Sin dificultad, puedo ver el pecho de Alessandro subir y bajar a una velocidad igual de comparable a la mía. Él me mira con desconcierto, sorpresa, intriga y... amargura. Herida, bajo la mirada, y para cuando lo vuelvo a ver ya no puedo leer ninguna otra emoción más que una barrera de hielo totalmente inmune al fuego de mi amor por
él.
—No me pongas a prueba princesa porque perderás. Si te vas a poner en esos juegos tienes que estar segura de vencer a tu oponente, sino abstente.
Perdí, es un hecho. Alessandro me mira por última vez con desdeñó antes de encaminarse hasta la salida.

De donde estoy, escucho las puertas corredizas abrirse. De inmediato me agarro a la nevera para mantenerme en pie, y sin voltearme a ver, espero a que él salga. Por fortuna, ese momento llega muy rápido y apenas escucho las puertas cerrarse tras él que caigo enseguida en el piso.
Rendida, lloro y me rio de mí misma al mismo tiempo.
Sí, lo sé. Cometí un grave error.
No, cometí dos errores.
El primero, al provocar a Alessandro a propósito. De antemano sabía que “olvidarme” de él y de nuestro encuentro el día de ayer, iba a herir su orgullo. Pero, jamás imaginé que iría a por mí como un león salvaje sobre su presa. Y a pesar de haberlo presentido, jamás se me pasó por la mente que Alessandro fuese tan… ¿tan qué? Manipulador y frío, temerario y fuera de control.
Si antes Alessandro me atraía por su forma de ser, ahora lo encuentro calculador y temible, despiadado e insensato. En tiempos de tormentas y terremotos, él era mi refugio, mi salva vida, mi zona de confort. Pero, ahora entiendo: Alessandro es el enemigo.
El peor enemigo de todos porque es mi enemigo. Aquel con el cual no tengo armas, ni refugio. Porque… porque maldita sea, se suponía… que él era mi todo.
¿Y ahora? ¿Y ahora qué?
De pronto, las palabras de Lee vuelven a mi mente.
—Dolerá de todas formas, ¿no? —dije a Lee, en la habitación del hospital antes de toparme con Alessandro.
—Sin duda, como nunca —contestó él, con toda la sinceridad del mundo.
Y ahora, descubro toda la amplitud y significado de la advertencia de Lee. Yo me imaginé a una tormenta o a lo peor un tornado, pero Alessandro resulta ser un maldito terremoto de un 8 en la escala de Richter, un temblor que destruye todo a su paso fisurando cada capa hasta abrir las puertas del mismo infierno. ¿Acaso seré capaz de hacerle frente?
Sacudida por la emoción, miro la botella vacía en el piso.
Estúpida, ¡maldita y estúpida botella! Del enojo no puedo evitar de patearla y pegar mi cabeza contra la nevera varias veces.
¡Estúpida yo! Aquí el problema no es la botella, soy yo. Yo soy la novia de Alessandro, su esposa y hasta fui la … No puedo, no puedo abandonarlo todo ahora. Sino con qué cara veré a Alessandro cuando él se recuerde.
No, es tiempo de luchar y de devolver cada golpe… a mi manera.
Con esa idea, me levanto, recojo la botella y la tiro al basurero. Y con toda la dignidad que me queda, salgo. Sin mirarlo, sin hablarle, solo me concentro en la salida.
Apenas mi pie pisa el último escalón que vuelvo a respirar. Con prisa, corro hacia el baño. Sin ropa de cambio, cojo tollas de papel –unas docenas- y me seco la blusa mientras que con el secador me seco el cabello.
Media hora después, sigo en el baño. Si antes me parecía a una rata mojada, ahora me siento con un león electrificado. Peinándome a cómo puedo, me ato mi cabello en una cola y salgo a trabajar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.