Cuervo, no me olvides.

21

Juro que si la atrapo, la ataré con mi corbata si es necesario. — "LLamar a chofer".

—¿Señor?

—Puerta trasera ahora. No la dejen escapar.

Ahora puedo estar más tranquilo, no hay forma a que escape, o eso me repito a pesar de la fuerza de mi pulso. Y es con una desesperación fuera de ese mundo que veo el elevador abrise a cada uno de los pisos, sin excepción.
Personas entran, personas salen.
Todo me da igual.
Las ganas de empujar a todo el mundo y gritarles para que no entren me hacen perder la paciencia. Con una lentitud fuera de ese mundo, leo los números en la pantalla del elevador: 19, 18, 17, 16... Y para el colmo el elevador se llena al punto que tengo que hacerme a un lado hasta sentir la pared de metal a mis espaldas. Cierro los ojos, mi equipo de seguridad está afuera, no la dejarán escapar: "no hay forma que escape", me repito esas palabras una y otra vez, pero no logran convencerme en absoluto.
Mi celular vibra y puedo leer en mi reloj el mensaje: "En posición, jefe. En espera."
Se supone que debería sentirme aliviado, pero no es el caso; piso 7, 6, 5, y siento que mi cabeza va a reventar. El sudor me perla en la frente mientras los latidos de mi corazón se precipitan sin razón alguna. Una inexplicable angustia me presiona el pecho y sin poder más empujo a todas las personas hasta alcanzar las puertas del elevador.
Estoy en la planta principal y ni sé por qué estoy aquí, debería dirigirme directo por la puerta trasera, es lo más lógico. No me muevo, escaneo la enorme sala en busca de Catalina, mi parte racional me ordena esperar junto con los guardias de seguridad, pero mis entrañas me llevan hacia las escaleras de servicio. Con prisa camino hasta allá, justo cuando veo a Catalina correr... o más bien escapar. Ella mira más hacia trás que por donde va. El golpe emocional es tan fuerte que siento mi energía drenarse por completo, sin esperar corro detrás ella, esquivo a los pacientes, a visitantes, y al personal.

—¡Catalina! —la llamo, pero ella no me escucha. Solo corre como si el mismo diablo estuviese detrás de ella.

Acelero, y estiro mis manos hasta tocar su brazo, y la agarro con fuerza.

—¡¡¡Suélteme!!! —grita histérica, al punto que tengo que encerrarla en mis brazos.

—Catalina, soy yo. ¡Catalina, soy yo!

—Viene por mí, viene po mí, ¡suéltame! —grita, alejándome de ella lo más que puede, sin dejar de ver detrás mío, temblando.
Enseguida tomo su rostro entre mis manos, su mirada está fija en un lugar desconocido. —Soy Alessandro, Catalina. Reacciona. Aquí, estoy.

Ella me mira como si fuese la primera vez que me viera, o no: yo la veo como si fuese la primera vez; algo dentro de mí cambia y gira. En la mirada asustada de Catalina puedo ver que ella me reconoce. Catalina vuelve a sus sentidos y a su paso me arrastra con ella. Su forma de verme es tan... inexplicable, es como si solo con mirarme, yo supiera de repente quién realmente soy.

—Cuervo, no me dejes —me suplica, antes de abrazarme con fuerza y llorar.

Preso a mis emociones, no me cuestiono, solo la tomo entre mis brazos y la alzo. No sé para dónde voy, la única certitud que tengo es que no puedo dejar ir a esa mujer. Ella es la llave de mi destino. Ella sabe quién soy.
La llevo hasta el parqueo trasero, y los guardaespaldas me abren la puerta. —Catalina, entra —pido, y con delicadeza intento zafarme de su agarre.

—No —se niega, sin querer soltarme.

A como puedo me siento con ella.

—Para dónde, jefe —pregunta el chofer.

—Solo da vueltas por el momento —ordeno, al cerrar la ventana polarizada entre él y nosotros.

Quito el cabello del rostro de Catalina, y es en ese momento que veo la camisa de su cuello manchado de sangre. Y un enorme cardenal en su mejilla, el labio está roto y sangra.

—¿Qué paso? —pregunto, sentándola al frente mío.

Catalina me mira, su respiración se agita mientras se retuerce las manos. De pronto, sin esperármelo siento un ardor enorme junto con el impacto de su mano sobre mi mejilla.

—¡Es tu culpa! ¡Todo es por tu culpa! —me grita—, maldito traidor. Se suponía que ibamos a estar juntos, me lo juraste. A la primera ocasión te revuelcas con ella, y me dejas a mí a un lado. No lo toleraré Alessandro...

—¡De qué hablas!

—¡De Lucy, de quién más!

—¡¿Lucy te hizo esto?!

—¡NO!

—¿Entonces, qué importa Lucy?

—¿Qué importa, Lucy? Me estás jodiendo la vida Alessandro, ¿¡en serio!!? ¡¿Qué importa Lucy?! Qué importa Lucy: ¡¡¡todo!!!

—¡Te hablo de quién te hizo esto!

—Y yo que te jodiste a la Lucy!

—¡Eres increiblemente insoportable!

—Ah, ¡tú te revuelcas, ¿y yo soy la insoportable?

—A ver Catalina, vamos en orden. ¿Primero quién te hizo esto?

—No, ¿primero por qué te acostaste con Lucy?

—¡No lo sé, vale!




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