Cuervo, no me olvides.

22

—Llevenos a la sede central —pide Alessandro en el intercomunicador.

—Nos llevará más de media hora —le informa el chofer antes de colgar.

A pesar de ser un auto de lujo, siento el espacio pequeño y la presencia de Alessandro enorme. Alejarme de él es lo primero que se me ocurré, pero en ese mismo instanto su mirada cruza la nñia, seria. Demasiada seria, penetrante, siento como si su mirada azul pusiera al desnudo la mía. Conozco esa mirada, es la misma que me ha atraido hacia él en primer lugar. Lucho, de verdad lo intento. Hasta que siento las fuerzas abandonarme ante su irresistible encanto, un hechizo donde el deseo en su mirada se convierte en una bola de fuego azul. —Ni se te ocurrá, Alessandro. 

—¡Qué! A lo mejor me ayudará a recordarme...

—No empujes tu suerte, hablo en serio —digo, antes de recostarme en el asiento de cuero, cierro los ojos cansada. Me duele la cabeza, me arde el cuello. Intento mantener todo a raya, pero creo que es demasiado pedirme. Sin control alguno y a la deriva, realizo haber caído una vez más en la red de Alessandro. Al abrir los ojos, veo a Alessandro digitando cosas en su celular, se ve extremadamente concentrado, no dice ni una palaba, ni siquiera levanta la nariz de su pantalla para mirarme. Aprovecho ese instante para pensar las cosas, entiendo el punto de vista de Alessandro y sé que en el fondo tiene razón. Él es mi esposo, él que cubrió su cuerpo para servir de chaleco antibalas por mí, él que desafío a mi padre y no dudo en protegerme, siempre. Antes, Alessandro no había cometido ningún desliz como pareja: nunca.
Hasta la llegada de Lucy, y ella no duró mucho tampoco para hacérmelo saber. De algún momento ella debió sentirme como una amenaza para tomarse el tiempo de venir a verme.

—Por cierto, ¿cómo supiste lo de Lucy? —me pregunta Alessandro, sin mirarme. 

Su pregunta me toma fuera de base, es el mismo reflejo de mi propio pensamiento. Sé que debo contestarle. A pesar de su aparente tranquilidad puedo sentir un torbellino de emociones en su interior, lo oculta y muy bien. Metido en su trabajo, contesta a lo que supongo ser unos correos en espera mi respuesta. La verdad es que debería de decirle las cosas a como sucedieron, pero no quiero lastimarlo. A ella la pueden quemar viva por bruja, pero los sentimientos de Alessandro por ella, sí me importan. Si solo pudiera ver en su mirada una pizca de ternura, algo con que aferrarme, algo en que confiar. Pero el Alessandro a la par mía no se parece en nada del que me enamoré. Es el sin ser él realmente. Es como un espejismo de lo que alguna vez fue y que puede ser nunca será. De qué me sirve confiar en él, jamás tendré la respuesta que espero de él. No tendré mi respuesta, y él saldrá lastimado. El problema queda entero, sin solución. Fastidiada, expiro.

—¿Entonces? —vuelve a preguntar, esta vez mirándome directamente a lo ojos. Es una mirada helada, fija, que te corta como el hielo. Mi respiración se agita, mi instinto me advierte que su enojo está cerca, y su paciencia al límite. Tú no eres él, Alessandro, pienso con tristeza.

—Solo lo sé, Alessandro, ¿acaso importa el cómo? —digo, fingiendo restarle importancia.

—Importa y mucho. Hay unas pocas maneras para tí de enterarte. Y ninguna me gustan.

—Hecho, hecho está Alessandro, no remuevas cosas que no se pueden cambiar —sentencio firme.

—¿Lee te lo dijo? —acusa Alessandro, mordaz.

—¡Qué, Lee! ¿Lee, lo sabía? —pregunto dolida, sintiéndome como una idiota.

—Entonces no fue Lee, Luca tampoco... ¿Me seguiste? 

—¿Para qué?

—¿Dejaste cámaras en mi apartamento? 

—¡No!

—¡Le pediste a SIM que lo haga!

—¡¡Qué!! Pero, ¿qué te pasa? ¡Estás loco! Para eso me hubiera quedado en tu casa, idiota.

—Entonces...

—Entonces —contesto, al borde de lágrimas y del enojo—. ¡Entonces, tu preciosa Lucy vino a verme en el hospital! ¿Satisfecho? —digo al cruzar los brazos sobre mi pecho furiosa y dolida que pudiese pensar algo tan bajo.

—Eso fue, entonces —dice, pensativo—. Tanto misterio por ella, ¿la estabas defendiendo?

—Jamás.

—Eres imposible, sabes. Cómo quieres que te comprenda si siempre me ocultas todo.

—Solo quería...

—Lo sé, pero protegerme de la verdad no me va a ser de ninguna utilidad. ¿Qué hay de tí?

—¿De mí?

—Sí, de ti. ¿Hay algo más del que debería de enterarme? Porque juro que si vuelve a suceder lo mismo y que me entero por medio de terceros, o noticieros, no seré gentil contigo Catalina. Tu obligación ahora, es contarme la verdad.

—Cuando seas capaz de recordar algo más de tu pasado, te iré contando Alessandro. Te lo prometo.

—Si no me lo dices ahora, me imaginaré lo peor —insiste Alessandro.

—Estoy aquí con vida, Alessandro, no dramatises las cosas —digo con desenvoltura fingida.

—De acuerdo, no me cuentes.... pero, ayúdame a recordar mi pasado ¿si?

—De acuerdo —digo, cuando el chofer estaciona el vehículo al frente de la entrada del rascacielos de vídrios. 
Afuera es el caos, periodistas por todo lado se aferran alrededor del coche en espera a que salgamos. 

—Espera, la seguridad nos abrirá el paso yo te cubriré con mi abrigo.

—Estamos listos, señor —informa el chofer.

—¿Lista?

—No.

Y Alessandro se rié: —vamos princesa, yo te cubriré.

La puerta se abre, y Alessandro sale primero, luego me ayuda a levantarme y con su abrigo me cubré todo el rostro. Ambos caminamos con prisa hacia la torre de cristal. Una vez adentro, todo se despeja. Lee y Luca están frente a nosotros.

—¡Qué bueno verlos juntos! —se entusiasma Luca.

—Veremos eso luego, tenemos varias preguntas que hacerte Catalina —corta Lee, serio.

—Para un momento, debe curar sus heridas, ducharse y descansa...

—Nada, Alessandro. Tu padre y la junta directiva nos esperan arriba.




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