Cuervo, no me olvides.

23

―No crees que tus medidas son un poco excesivas, Lee ―ataca Lucas, apenas entró en mi oficina. En su mano levantada una pelota de tenis, listo para tirarla en la pared... o a mí.. No le contesto, Lucas tira la pelota, brinca, pega la pared, rebota y rebota antes de ser agarrada de nuevo por Lucas. Del estrés, extiendo la mano hasta que mis dedos dan con la gruesa  manzana verde sobre la mesa.

―Sabes bien que no ―contesto finalmente, antes de hincar mis dientes en la crujiente y jugosa textura de la manzana.

―Debe haber otra forma, Lee ―insiste Lucas apenado.

―¿De verdad? A ver, dime ―digo con ironía, mientras mastico tomando respaldo sobre la pared de la oficina de cristal―, soy todo oídos.

―...

―Pienso lo mismo, Lucas ―resumo sin dejar de comer.

―¿Lo lograrás? ―me pregunta Lucas con una nota de esperanza en su voz.

―Sí ―contesto, con la garganta apretada y el corazón partido.

―No habrá vuelta atrás, Lee ―me advierte Lucas.

―Lo sé. Y tú, ¿estás bien con ello?

―No, en absoluto ―me confiesa Lucas.

―Yo tampoco ―admito, al cerrar los ojos al rojo vivo.

―¿Qué pensará  Alessandro? ―continua Lucas.

―Pensará.... pensará que no teníamos ninguna otra opción, eso pensará. Él entenderá.

―Eso espero, Lee. De verdad, eso espero...




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