Cuervo, no me olvides.

30

—Cuervo —me saluda Navaja, tirando al piso su cigarrillo antes de aplastarlo con su bota de cuero y exhalar el humo por la nariz.

—Navaja —contesto, mientras escaneo el inmenso e interminable almacén lleno de motos que cualquier aficionado soñaría con tener. Impresionado es poco decir, emocionado sería la palabra justa para describir lo que siento. Es como si volviera a conectar una parte de mí que había perdido. Aquí, me siento completo. Por el momento, nadie nos presta atención. Hay una multitud de grupos esparcidos por aquí y por allá: jugando cartas, tomando cerveza, apostando sobre el ganador de la pelea de boxeo, y otros arreglando las motocicletas. Nada nuevo, todo se ve igual que antes, si no fuese por la cantidad de personas.

—Tenemos más gente —me confirma Navaja.

—Eso veo.

—Mancha ha probado no ser un tan buen líder después de todo.

—Nada nuevo —digo y sonrió con amargura. Nada nuevo, no podía ser de otra forma. Mancha nunca fue un buen líder, Mancha nunca fue un compañero fiel. Debí reventarle ese ojo cuando tuve la oportunidad.

—Cometí un error —resumo con pocas palabras.

—¿Quién no?

—Siempre con la palabra justa, Navaja.

—Pareces llegar de un loquero —se burla sin piedad.

—Seas cabrón —contesto, sin poder reprimir una franca risa. —Cuida tu boca si no quieres apretar los dientes.

—Es bueno tenerte de vuelta, ¿todavía puedes pelear?

—No se necesita práctica para pelear, Navaja, con un buen motivo basta.

Solo es cuestión de unos cuantos minutos para que lo demás se den cuanta de nuestra presencia, o más bien dicho de la mía. Muchos rostros vuelven a mi mente, muchos recuerdos de mis escapadas nocturnas. Cada aventura desencadena un sinfín de salidas, confrontaciones, peleas, carreras, batallas que ganamos una por una hasta llegar a ser lo que somos ahora.

El silencio es brutal, todos nos miran con asombro, intriga y curiosidad. Poco a poco, cada uno deja su actividad para acercarse a nosotros. Los murmullos comienzan a alzarse, la palabra “Cuervo” es apenas audible, pero se escucha reiteradas veces. A medida que ellos se amontonan a nuestro alrededor, realizo no ser capaz de decir sus nombres. Por el momento son solo recuerdo mudos.

—Como ven, su jefe está aquí de regreso —informa Navaja con una voz clara, autoritaria que no deja lugar a confusión.

—Espera, Navaja.

Navaja me mira y me clava con la orden silenciosa de cerrar el pico.

Al instante una avalancha de aplausos cae de la nada. Callado, me niego, observo sin creérmelo la bienvenida que recibo sin siquiera haber movido un solo dedo. Una bola de rencor crece en mi interior. Esos cabrones me quieren, se nota. Esos idiotas me quieren, se escucha. Esos perdidos, me aceptan por lo que soy. Les he fallado a todos, sí. Cometí muchos errores, pero nunca me juzgaron por ello. ¿Acaso puedo decir lo mismo con mi propia familia? No, a la primera dificultad ellos escogen matarme como un vulgar perro callejero. La traición me quema por dentro. Bien, seré un perro callejero y rabia será la que guiará mis pasos.
A pesar de esa contradicción, me siento como un fraude, un soldado herido sin siquiera haber ido a la guerra. ¿Qué es lo que ven en mí que mi propia familia no es capaz de ver? Contradicciones chocan en mi mente, no, no soy cobarde, nunca lo fui. Los segundos pasan y realizo que toda esa gente al frente mío es mi familia. Una familia que no tiene nada que ver con la otra. Ésta no es su pelea, es la mía. Con calma, levanto los brazos, todos paran.

—No vine a reclamar mi puesto, vine a recuperar a mi doña… —De inmediato, los escucho reírse con gusto—. Hablo en serio, vine a soldar unas cuentas—enfatizo sorprendido.

—Hablo por todos aquí —interviene Navaja—. Tu pena es la nuestra. Tus enemigos son los nuestros. Tus cuentas son las nuestras.

—¡Mierda Navaja, sí! —explota uno.

—Jefe, aquí has salvado la vida de todos —sigue otro.

—Cuervo, a mí me diste trabajo cuando yo no valía ni un centavo —me explica… “palito”. Sí así lo llamé. Me lo tope una noche mendigando por las calles. A pesar de su situación tenía las uñas de las manos limpias. Así que le di trabajo, como aprendiz en nuestro garaje.

—Muchos sacaste de las calles, Cuervo. —explica Navaja. —De las calles, de las drogas, de la violencia, de familias caóticas y les diste un techo, una familia. Somos una familia, somos tu familia.

—Sí, yo antes traficaba drogas con los Diablos.

—¡Mierda, hombre tú! —dice su amigo a la par.

—Sí, no soy orgulloso de mi pasado. Tú, Cuervo me diste mi primera paliza y me trajiste al restaurante de Pulga. Este hombre de allá bueno para nada.

—Júralo, ese día fue una bendición, pudimos comer un buen plato. Alas de pollo picantes con cerveza, de verdad —dice un amigo a su lado.

—¡¡¡Ratas malagradecidas!!! Aumentaré la tarifa, ya verán ratones de mierda, ya van a ver. Claro con descuento para el cocinero y Navaja y jefe…

—Y nuestras doñas, ¿qué? Sin ellas no hay quién cae muerto fuera de nosotros —espeta uno, muerto de la risa.

—Recuerdas de Chito, allá está. Lo metimos en clases de contabilidad, ahora es nuestro administrador. Paco, aquí legalizó su importación de piezas para moto. Somos sus primeros clientes, pero es uno de los patrocinadores oficiales de las carreras oficiales en la localidad. Puedo seguir si quieres —ofrece Navaja. Puedo seguir toda la noche, nos importa una mierda que no seas una rata, un perro callejero. Probaste ser un puto dulce, el mejor de todos. ¿Pensaste que te íbamos a dar la espalda?

—No venía a pedirles nada. Sabía que podía contar con mis cabrones, pero no así.

—Tiene razón, démosle en la cara —propone uno.

—Vamos a hablar, Cuervo —me pide Navaja.

Dejamos a la gente detrás nuestro y caminamos hasta el final. Entre pilares y pilares, motos y motos.




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