Cuervo, no me olvides.

36

Ubicada entre ambas puertas, vacilo: huir o abrir esa puerta transparente de vidrio. Del otro lado, otro mundo me espera. Un mundo del que siempre quise escapar, me espera. En esas galas, hay tanta superficialidad que me es enfermizo el solo pensar de pasar una noche entera, allí dentro. Sin lograr encontrar el ánimo para seguir adelante, lucho conmigo misma. Las palabras de Fabiola hacen eco en mi mente impidiéndome escapar. Detrás de esa puerta, muchas personas me esperan. Lo sabía, no podía ser de otra forma, al menos de ser un puro fracaso; y no fue el caso. La verdad es que no me esperaba a ese nivel de éxito, tampoco a una acogida tan disproporcionada.
Los nervios me dominan, mis manos alzan mi vestido y mis pies giran por donde vine; al mismo tiempo la puerta detrás mía se abre y mi nombre es anunciado. Mi impulso de salir corriendo es totalmente inhibido por esa voz en el micrófono; sin más opción, me devuelvo con la mejor de las sonrisas.

Decir que me cuesta avanzar y mezclarme con la masa, sería mentira. Es un don mío, siempre lo fue. Para eso fui educada. Desde pequeña siempre fui el centro de atención. Siempre, desde pequeña, tenía a mi familia protegiéndome.
Ahora, es distinto.
Ahora todo es distinto.
Sola, entro por primera vez como si mi nombre tuviese otro significado. Esta noche, todas esas personas reunidas han venido para ver a la orquestra, y yo soy parte de ésta. Lo logré, pienso al caminar. Con amabilidad me deslizo de un lado a otro de la sala, brindo de una persona a otra, una copa de champán lleva a otra y otra. Las horas pasan. Por dentro, sigo sintiendo ese detalle que algo se siente como desplazado. Será porque esa sala es de cortar la respiración. Todo a nuestro alrededor es de cristal.
Por algún motivo esa transparencia me recuerda, sin querer, al apartamento de Alessandro... ¿Por qué tengo que pensar en él ahora? Sacudo la cabeza y alejo esos pensamientos. Abrumada, enfoco mi mente en la decoración: lirios blancos y amarillos inundan toda la planta, y si no me equivoco siguen esparcidos hasta lo que supongo ser la terraza externa. Nunca he visto una ceremonia tan espectacular para felicitar a un concierto. Es tan poco común, en mis años de haber estado con mi madre, ella nunca me mencionó noches de galas tan lujosas.

De pronto, comienzo a reconocer un par de personas. ¿Cómo es de que no me di cuenta? Si estoy rodeada por ellos. ¿Qué ocurre? Sin entender, escaneo toda la sala. Sí, hay muchas celebridades políticas al nivel internacional. ¿Qué está pasando? De la aprensión, mi corazón palpita, así no me imaginé mi noche especial.

—¿Champaña, señorita?

Otra, ¿Por qué no? pienso al tender mi mano y aceptar la copa ofrecida por el personal de servicio. Tomo mi bebida, fría y fresca, me la tomo a sorbos disfrutándola. Grupos se ríen, conversan, toman y beben. Mis colegas se me acercan y entre todos hacemos lo mismo que los demás. Es un buen momento, tengo que admitirlo.

—¿Catalina? Catalina, ¿me escuchas? —pregunta el músico de los timbales.

—¿Qué? —digo totalmente fuera de base.

—Vamos a mezclarnos con las personalidades, nunca se sabe. Ellos nos podrían dar trabajo en alguna de sus recepciones —estipula él, con una sonrisa deslumbrante.

—Adelante, yo iré más tarde.

Es mentira, no pienso ir… nunca. Conozco a ese mundo, sé lo que hay detrás.

Sofocada, alzo la cabeza, para mi sorpresa estoy justo debajo de una cúpula altísima de cristal. Todo aquí está hecho de piedra y cristal. El mármol y granito blanco, sobre él se escucha todos y cada uno de los pasos. Impresionante.

Con la idea de ir a refrescarme y retocar mi maquillaje, me muevo hasta el baño; o al menos esa es la idea. A cada paso, manos me detienen, bocas me hablan, ojos me miran como si quisieran hacer mi retrato. Sigo la corriente, saludo a las manos, contesto a las bocas, y devuelvo las miradas con una sonrisa; mantengo el ritmo hasta realizar que nunca podré llegar hasta allá. Es una pérdida de tiempo.

Frente al hecho de no poder escapar, me devuelvo por donde vine. Evito a los futuros posibles contratiempos, en vano; más manos, más fotografías, más autógrafos y conversaciones. Se supone que debería de gozar de ese glorioso momento donde me rinden tributo por años de sacrificios y arduo trabajo. Pero… no lo logro. El ritmo es intenso, sonrisas, risas, conversaciones, autógrafos, copas y más copas ofrecidas que no logro rechazar. Cuando el tiempo se detiene, realizo que estoy sola. Sola y a poca distancia de la terraza. Con esperanza, me dirijo hacia fuera.

El frío de la noche convenció a los invitados de quedarse para dentro. Sonrío y cojo en la mesa vacía una botella de champaña apenas tocada, y una copa de cristal; luego en un plato selecciono algunos bocadillos salados y dulces. Con mi plato, mi botella y mi copa me voy en busca de un lugar aislado donde pueda soplar un poco.

Mi búsqueda no me toma mucho tiempo. Es más, es como si este lugar me hubiese esperado toda la noche. Allí, a unos cuantos pasos de distancia una piscina alumbrada por faroles y focos dentro y fuera del agua. Por un momento me quedo en admiración y contemplo esa multitud de tonalidades esparcida por el agua. Es como si me dieran la bienvenida. Hipnotizada, dejo en el mismo piso, mi improvisada merienda de la noche -a como yo la llamo- me quito mis zapatos de tacón de aguja a juego con mi vestido. Sin poder refrenar mi impulso, recojo todo y camino hasta la orilla de la piscina. Sin esperar ni un segundo, alzo mi vestido hasta mis rodillas y hundo mis piernas adentro. Al instante, dejo esa sensación invadir todo mi cuerpo, inspiro hondo mirando a las estrellas. Sin dejar de ver el cielo oscuro de la noche, me tomo mi primera copa de champaña mientras muevo mis piernas dentro del agua. Se siente bien.
De pronto, las estrellas se mezclan, giran, y cambian de forma, me transportan en otro lugar. Estoy en otro espacio y tiempo, la noche es igual, sino que aún más oscura. Pero esta vez no estoy sola. Adelante mío, puedo sentirlo: el olor de su chaqueta de cuero, el olor viril de su piel y de su perfume de mandarina y ciprés con algo de pimienta. Estoy con Alessandro, alias el Cuervo, en su motocicleta pegada a su gruesa y musculusa espalda. El motor vibra entre mis piernas, y las luces de las estrellas están más bellas que nunca.




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