Cuervo, no me olvides.

38

Salgo de la autopista y tomo la primera saluda. Me dejo llevar hasta encontrarme conduciendo por la orilla del mar. Las luces de los faroles y de los restaurantes dan vida a las olas calladas y rítmicas. 
Sin pensar, estaciono el vehículo y salgo a caminar. Bajo la escalera de cemento, de inmediato mis tenis se hunden en la arena seca. 
Esa sensación detiene el tiempo. Alrededor todo para. Una calma indescriptible me invade como un bálsamo en mi piel y en mis pensamientos. Aquí los problemas, las emociones y toda mi vida parecen cobrar otro significado, otra realidad.

Sin entender cómo, la impresión de haberme dejado llevar por el torbellino de la vida sin detenerme a pensar, me sonríe. Despacio, me agacho para desatar los lazos de mis tenis blancas. Descalzo, el contacto de la suavidad y la calidez de la arena desconectan mi mente.
En ese instante, todo se apaga, y por un momento realizo que existo. Sin disfraz, sin máscara, y sin rumbo, deambulo con mis zapatos en mano.
A cada paso la libertad perece ser una posibilidad, la tensión acumulada durante años sueltan mis apretados pulmones.
Mi cerebro se apaga.
Mi cuerpo vuelve a mí.
Al instante, las complicaciones se volatilizan llevadas por la corriente del agua y sus rítmicas olas.
Es sin dificultad que Logro imaginarme ese momento como si fuese a plena luz del día: el sol brilla, reflejado en la inmensidad del mar como millares de diamantes indicándome el camino a seguir.

El mar es una lección de vida.
Admirado, deseado, y temido por todos.
A como calienta y apacigua a las almas perdidas puede enfriar y ahogar las intrépidas almas.
Su justicia es ley y solamente podemos aceptar nuestros destinos. Nadie la juzga porque está en su naturaleza. Control, no es parte de su vocabulario.
¿Acaso no soy como el mar? Cálido y calmado en tiempo de sol y frío como desalmado en tiempos de cólera. Nadie deja de ir al mar por su naturaleza.
Nadie y todos vuelven. Todos la admiramos por lo que es: indomable, imperturbable, incontrolable.

¿Podemos decir que amamos a un ser humano en sus días de sol y darle la espalda en sus días de oscuridad? ¿Acaso podemos obligar al mar escoger entre su lado oscuro y brillante?
Nadie se atrevería, nadie.
Pedirme ser o no ser, se resumiría en hacerme escoger entre lo que soy y yo: imposible.
Desde esa perspectiva, Lee y Luca parecen dramatizar un poco la situación. No puedo solamente apagar mis emociones y lo que soy por el miedo.
El ser humano, por miedo, ha cometido y obedecido a las peores atrocidades en contra de todo sentido común.
Tener miedo de mi pasado y de mi presente sería como aniquilar todo lo que soy. 
De pronto sé a quién debo llamar.

Mientras los pitidos suenan, juego con la arena mojada con la punta de mis pies. El contacto es suave y rugoso a la vez. Los hundo, cavo y los vuelvo a sacar. 
De pronto, una potente ola fría y espumosa se lleva consigo todo el desorden que cometido, mojando a su paso mi pantalón.
No me muevo, ni me inmuto, vuelvo con el mismo juego con una sonrisa. 

Navaja me entiende. Sé que es mi mejor opción. Él y yo hemos pasado por mierdas increíbles. Enfrentamos juntos a la violencia, la muerte, los traficantes de toda categoría a diario.
Él nunca me falla. El no decide por mí, nunca. Al final, de todos, Navaja es mi hermano del alma. La voz de Lee vuelve al asecho, la voz de la razón, del bien, del mundo perfecto.
Un mundo que no existe.
Un maldito caos, una maldita jungla artificial llamada sociedad que debemos de protegernos.
Lee tiene toda la razón, Lucas también, pero entre Catalina y yo no puede haber marcha atrás. 
Después de todo lo que hemos vivido, sería ridículo dejar las cosas tiradas: un real desperdicio.
Y en cuanto a dejar al Grupo 3 solo por el hecho de estar con Catalina es una gilipolles igual de estúpida que dejar de ser el Cuervo.
Soy lo que soy y Catalina así me conoció. Y porque soy lo que soy hemos logrado salvar al Grupo 3 innumerables cantidades de veces.
Porque fui el Cuervo, Catalina vive hoy.
Comprendo el miedo de Lee y Lucas, sé que soy una bomba de tiempo. Sé que en cualquier momento puedo ser la granada que revienta en manos equivocadas.

—Navaja, soy yo.
—Cuervo, ¿pasa algo?
—¿Cómo pudiste escoger entre tu doña y tu vida?
—Ya veo... Estamos con cosas de que puta—es—mi—vida y qué—mierdas—hago. Está bien. No escogí, Cuervo. Ella lo hizo.
—¿La dejaste decidir?
—¿Y por qué no? No soy ningún santo y lo sabes. ¿Por qué dejaría la vida que llevo por una mujer?
—Por el bien común —digo como si fuese el mismo Lee.
—¿Y qué es eso Cuervo? ¿Qué coño es eso? ¡Bien común, no mames! ¿Cuál perfección quieres en tu vida?
—Seguridad para todos.
—Lo que buscas no existe, Cuervo. Lo hemos vivido en las calles, en las noches, en los bares, entre las piernas de las mujeres y las balas de los hombres, entre jeringas, drogas y dinero sucio.
Esa es la realidad. La tapamos con edificios, modernismo, pero la realidad detrás de la pantalla de humo es esa. Nadie tiene una vida perfecta. Al final del día, Cuervo, yo sé que mi Doña está más a salvo conmigo que con algún otro hombre sin bolas para honrarla y protegerla; y créeme ella lo sabe.
No podrás proteger a Catalina, siempre.
—He cambiado.
—¿Y? ¿Qué pasó? Tienes más lana de sobra, eres pandillero que pone orden en el caos de la noche, el hijo de puta del peor magnate que existe en el planeta, ¿y? Hombre, si ella te ama así, ¿quién eres tú para cuestionarla?
—No soy ya tan buen partido para ella, Navaja.
—No decías eso hace una semana. Déjame adivinar tus amigos te están lavando el coco. Mira, cabrón, si te dejas convencer por esos oficinistas hipócritas lo lamentarás de por vida. Haz hecho lo mismo que yo hubiera hecho. Haz hecho lo que cualquier hombre digno y con bolas hubiera hecho, ni más ni menos. No te dejes convencer. Al último los que aconsejan no son los que pagan. Toma tus propias decisiones, y para la cuenta. Deja que Catalina decida lo que más lo conviene.




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