Hola, mi princesa.
Siempre me has dicho lo romántico que te resulta la manera en que generaciones pasadas se enviaban cartas de amor para mantenerse comunicados. Decías que te parecía absurdo que ya nadie lo hiciera por el simple hecho de que ahora existen los teléfonos móviles y los textos o miles de aplicaciones y programas que te permiten mantener una conversación virtual en tiempo real con cualquier persona, indistintamente de su ubicación en el mundo. Una y otra vez me habías repetido que te parecía insulsa la manera que teníamos (y tenemos, y probablemente que tendremos) en quitarle la magia a la vida. La tecnología nos sacó aquello que tanto te gusta y crees especial.
Sinceramente, me apena haber tenido que esperar a llegar a esta situación para decidir hacer esto. Sé que es algo con lo que habías estado soñando (o tal vez no, pero que sí tenías la ilusión de que algún día, quizás, lo hiciera) hace bastante tiempo, y lamento haber tardado tanto en decidir hacerlo. Aún más lamento el motivo por el cual lo he comenzado a hacer.
Hace dos semanas sucedió lo que hoy en día llamo el peor puto día de nuestra existencia. Sí, así de grave. Aunque probablemente no haga falta decirte qué pasó, porque estoy seguro que dentro de poco estarás leyendo estas cartas y, de ser así, significa que has sobrevivido. Por ende, siendo tú a protagonista de esta historia, deberías recordar qué pasó, ¿verdad?
Aunque existe la posibilidad de que la noche te sea un recuerdo borroso y confuso, pues me sucede exactamente lo mismo. He intentado rememorar aquella noche con la esperanza de saber qué fue lo que nos sucedió. Aún no lo he logrado, amor. Pero puedo decirte todo lo que sé, que en realidad es lo único que me ha dicho mamá al despertar en el hospital: básica y dolorosamente, tuvimos un accidente automovilístico. La peor parte, por desgracia, cayó sobre ti. Aún no entiendo por qué, pero a excepción de mi brazo izquierdo fracturado y las cicatrices que los cristales del vidrio han dejado en mi rostro, no he sufrido grandes consecuencias en cuanto a lo físico. Te confieso que desearía poder cambiar el dolor emocional de verte en estas condiciones por una pierna menos en mi cuerpo. Mientras a mi me han dado el alta a tan solo dos semanas del hecho, a ti pues... es imposible que te den el alta si ni siquiera has despertado desde aquella noche.
Sí, cariño, estás en coma. O estuviste, porque si estás leyendo esto es porque ya has despertado, ¿cierto?
Sé que esto debería ser más extenso, que debería estar repleto de oraciones infinitas donde lo único que hago es recordarte cuánto te amo y nombrar cada una de las cosas que me fascinan de ti. Hay mucho que debo aprender sobre este asunto de las cartas, y lo sé; pero es algo que aprenderé sobre la marcha. Porque sí, te escribiré una carta (o nota, como prefieras llamarlo) cada día que pases en este estado.
¿La razón? Es sencillo: cuando despiertes, lo más probable es que te quejes de todo el tiempo perdido (y no es que crea que te tardarás en despertar, sino que te conozco lo suficiente como para saber que dormir más de 10 horas lo consideras un desperdicio de tiempo; entonces no quiero ni imaginar cómo reaccionarás cuando descubras que llevas más de dos semanas "durmiendo"). Creí que sería genial que en un futuro inmediato pudieras leer lo que ha pasado mientras tanto, así no sientes que te has perdido de algo.
Además, creo que de algún modo esto me ayudará a mantenerme con esperanza y no volverme loco. Quizás escribir cartas dirigidas hacia ti sea la única manera de sentir que aún nos mantenemos en contacto.
Hoy no ha sucedido nada interesante. Yo estoy recién dado de alta y tú en coma. Vaya pareja que formamos, ¿eh?
Quizás mañana tenga algo importante para decir. Ojalá sea escribirte que por más que ya hayas despertado te seguiré escribiendo, pero para eso necesito que vuelvas a abrir aquellos ojos café que tanto me atraen y que tu sonrisa llena de esperanza y vida iluminen nuevamente mi mundo.
Te amo.
Despierta, Kira.
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Editado: 07.11.2020