Hola, princesa.
Hoy es un día helado. La ciudad se pintó de blanco tras la llegada del primer copo de nieve que cayó durante la madrugada de ayer.
Te escribo desde la comodidad de mi habitación. Hace unos minutos hallé la lista de apartamentos disponibles que habíamos armado para buscar nuestro primer hogar. El plan era mudarnos para estas fechas. ¿Cómo puede ser que ahora todo aquello luzca tan lejano y ajeno?
Casi puedo oírte decir que «es lo maravilloso de lo impredecible de la vida»
¿Recuerdas la última navidad? Aún tengo enmarcado y colgado sobre la pared de mi habitación la fotografía que nos tomamos la mañana de Noche Buena. Es esa en la que estamos sonrientes y con nuestros dedos entrelazados, presumiendo de los suéteres de pareja que habías comprado. Dato de color: estoy usando el mío ahora. Aún tiene tu aroma impregnado en él.
Nuestras guerras de nieve es algo que realmente añoro. Siempre he sido parte del grupo de humanos que prefieren el verano. Calor, playa, helados y la frescura de la vida en su máxima expresión. Por el contrario, por algún momento que aún no entiendo, el invierno siempre ha sido tu estación del año favorito. En nuestra última batalla de bolas de nieve pude atisbar a entender tu fascinación por el frío. Recuerdo que cuando dimos por finalizado el juego, ambos habíamos quedado empapados de pies a cabeza. No pude ofrecerte mi campera porque ésta también había sido víctima de nuestra guerra. A modo de solución, pediste que te abrazara para que ambos entráramos en calor.
Me habías dado una nueva manera de comprender el frío. Desde ese entonces, el invierno también ha sido mi estación del año favorita: existe una nueva justificación para abrazarte sin quedar como un pesado/empalagoso.
Extraño abrazarte, amor.
Despierta, Kira.
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Editado: 07.11.2020