Despierta, Kira.

Quince

Hace unos días papá vino a visitarme. Estuvimos jugando al básquet un buen tiempo mientras él me comentaba sobre la vida de sus hijastros. Que Lily ha sacado su licencia de conducir, Barbie obtuvo el primer lugar en un concurso de deletreo y Cameron se auto-proclamó queer. Me preguntó si esa era una de las nuevas sexualidades. No supe qué responderle; sé que tú habrías tenido la respuesta exacta.

Me invitó a pasar una semana con ellos. Aún no sé si aceptaré ir, la verdad es que me siento un intruso cada vez que voy a su casa. Además me siento un boomer cada vez que hablo con los hijos de Josephine. Recuerdo que cuando tuve una charla con Cameron sobre las distintas sexualidades, y cuando él comentó la existencia de la pansexualidad pregunté si esas eran personas atraídas por la pastelería. Me miró indignado y explicó lo que significaba, y cuando dije que era lo mismo que la bisexualidad se ofendió.

Me insistió para que tuviéramos una salida de hombres él, Cameron y yo. Propuso que fuéramos a pescar, pero le dije que mis días de lastimar animales habían quedado en el pasado. Propuso que entonces fuéramos de campamento, y como podía notar la desesperación por pasar un momento juntos, acabé accediendo.

Hoy fuimos al supermercado a comprar las carpas y todo lo indispensable para pasar una noche en la intemperie. Al salir de allí, encontré a tus padres terminando de guardar sus compras en la maletera de su vehículo. Ellos también notaron mi presencia.

Había ansiado ese reencuentro durante muchísimo tiempo. Sabía qué les diría: preguntaría por qué. Ni siquiera haría falta aclarar a qué me refería porque ellos lo sabrían. No obstante, la realidad había estado demasiado alejada a todo lo que había imaginado que sería.

Aún no entiendo qué fue lo que sucedió, pero las palabras que tenía planeado formular jamás lograron ser pronunciadas. Me quede inmóvil viéndolos mirarme. No lucían ni enfadados ni asustados; nada que indicara que me odian. Irónicamente, sus miradas cargadas de dolor y lamento me habían hecho sentir aliviado. No habían soltado palabra alguna, pero supe que yo no había hecho absolutamente nada, y que la razón por la que no me permitían verte, fuera la que fuera, era ajena a mi culpa.

Tu mamá se acercó a mí y me dio un abrazo cálido y protector mientras susurraba que lamentaba lo que estaba haciendo, pero no podía no hacerlo. Intenté preguntar cuál era el motivo, pero el nudo en mi garganta me lo impidió.

Tu papá también se acercó a abrazarme. Tenía lágrimas en los ojos al momento de decir que estaban haciendo lo que era mejor para mí.

No fui capaz de hacer nada. Me sentía paralizado e incapaz de realizar cualquier mínima acción. Tenía preguntas que quería resolver, pero no podía hablar. Tenía ganas de devolverles el abrazo, pero mis brazos no respondían a las órdenes que emitía mi cerebro. También quería llorar, pero las lágrimas nunca terminaban de escapar de mis ojos.

Me pregunto si así te sentías cuando en el medio de la madrugada me despertabas asustada porque habías tenido una parálisis del sueño. Si la respuesta es que sí,  admiro tu fortaleza para haber comenzado a tomarlo con calma y descubrir la manera de despertar.

Me pregunto si así es como te estás sintiendo ahora: como si estuvieras atravesando la peor y más eterna parálisis del sueño de toda tu vida.

Espero que no. Porque si el segundo que me sentí incapaz de moverme me resultó lo más aterrador de mi vida, no quiero imaginar lo asustada que estarías tú; por más valiente y fuerte que seas.

Despierta, Kira.

 




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