Despierta, Kira.

Diecisiete

¿Recuerdas a Tommy? Mi primo, ese niño de 9 años que ha intentado conquistarte y que asegura que algún día será tu esposo. Hace unos días me vi obligado a cuidar de él en lo que mamá regresaba de trabajar y mi tía estaba en una cita.

Me hizo una pregunta que imagino que su madre le prohibió hacerme, pero con la inocencia que suele caracterizar a los niños, la soltó igual.

«¿Kira morirá»

Sentí mi corazón estrujarse con tan solo oírlo. Aquella pregunta es la que todos nos hacemos, pero nadie se atreve a plantear.

Mi respuesta fue que espero que no fuera así, y que creo en tu fortaleza para lograr salir victoriosa. También le dije que nadie sabía con certeza qué es lo que ocurrirá, que la vida es demasiado impredecible como para saberlo. Se me inundaron los ojos cuando lo oí decir que «Kira siempre dice que lo maravilloso de la vida es lo impredecible que es».

Me preguntó cómo podía ser maravilloso algo terrible. No supe responder de inmediato; llevaba haciéndome la misma pregunta desde el día del accidente. A Tommy se le ocurrió buscar el significado en un diccionario, y eso fue lo que hicimos.

 "Que es extraordinariamente bueno, o que maravilla por alguna otra cualidad"

En otras circunstancias, aquello habría tenido sentido. Lo impredecible de la vida sería maravillosa si descubres que eres heredero de una fortuna, o si piensas en lo impredecible que fue ante nuestros ojos que alguna vez pudiéramos terminar amándonos.

Tú estando en estado vegetativo jamás podría ser considerado, bajo ninguna circunstancia, extraordinariamente bueno.

No conformes con esa definición, buscamos con la esperanza de que hubiera un segundo significado. Efectivamente lo hay.

"Que no se puede explicar por las leyes de la naturaleza"

Me gustó esa explicación.

Nadie jamás podrá explicarme por qué tú te llevaste la peor parte y por qué yo sólo obtuve una fractura en el brazo y moretones. Tampoco creo que alguna vez vaya a obtener la respuesta de por qué nosotros y no otros.

Nadie jamás podrá explicarme qué hemos hecho para sufrir tanto dolor.

Había pasado no más de media hora cuando Evelyn me envió un mensaje diciéndome que tenía algo importante que decirme y que estaba en la entrada de mi casa. A penas abrí la puerta, vi sus ojos completamente hinchados y rojos. Habían lágrimas deslizándose por ambas mejillas y su labio inferior no paraba de temblar.

No lo negaré, amor. Apenas la vi, creí que te habíamos perdido, que te habías rendido y que oficialmente ya no volvería a ver tus ojos. Lo siento, pero la positividad jamás fue lo mío, y eso lo sabes bien.

Pregunté qué es lo que sucedía, porque no quería creer que realmente estabas muerta hasta oírlo de su boca o verlo con mis propios ojos. Mis pensamientos no podían ser correctos; tú no podías haberme abandonado.

Con mucha dificultad, Evelyn logró decirme soltar la terrible noticia que debía compartir. No has muerto y eso es algo que agradezco, pero lo que dijo duele tanto que ni siquiera fui capaz de sentirme aliviado.

Al parecer, llevabas once semanas de embarazo, el cual lo perdimos tras el accidente. Recuerdo que tu período no llegaba con regularidad, jamás lo hizo. Podías estar más de tres meses sin menstruar y tú lo considerarías normal. La idea de que fuéramos a tener un bebé jamás se había asomado.

Pero también recuerdo que un día antes de que ocurriera todo esto, estabas muy emocionada por compartir alguna noticia conmigo. Jamás pudiste decirme qué era lo que sucedía porque, muy estúpidamente, te interrumpí porque necesitaba ir al baño. Para cuando había regresado a la habitación, tú ya estabas dormida en un rincón de mi cama y no me atreví a despertarte para que terminaras lo que querías decir. Me había prometido que te preguntaría sobre el tema durante el desayuno, pero al despertar a la mañana siguiente tú ya te habías ido a tu casa.

Me he pasado los últimos días lamentándome por no haber esperado unos minutos más para ir al baño. Tampoco puedo dejar de preguntarme si tú eras sabedora de que había un ser gestándose en ti o si esa gran noticia que tenías era otra.

Me angustia saber que en aquel accidente no sólo tú fuiste condenada a un estado vegetativo, sino que también perdimos al que habría sido nuestro primer hijo.

Todas las conversaciones que hemos tenido sobre formar una familia se reproducen en mi cabeza cual disco rayado, torturándome. Ambos sabemos que somos jóvenes y no hay apuro en comenzar ahora, pero tú siempre habías querido ser madre joven y yo estoy seguro de que no me imagino construyendo una familia con otra mujer que no seas tú. Y quizá sería difícil al principio y no estaríamos preparados, pero lo lograríamos. Lo amaríamos con todo nuestro corazón y nos aseguraríamos de darle una vida repleta de felicidad y amor.

¿Qué habremos hecho mal para que nuestro mundo se desmoronara justo cuando estábamos por cumplir nuestras más grandes metas? ¿Cuál es el punto de darnos la posibilidad de tener un hijo, si al cabo de tres meses nos lo arrebatarían tan brutalmente?

Imagino que esta es otra obra de eso maravilloso que tiene lo impredecible de la vida. Nadie jamás podrá responderme por qué.




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