Ha pasado poco más de tres meses desde la última vez que te escribí. Me disculpo por ello.
Permíteme ponerte al día: no la he pasado para nada bien.
Han sido muchos meses difíciles cargados de una mala noticia tras otra. Hice mi mayor esfuerzo para ser positivo por los dos, pero finalmente mi mala visión sobre la vida y el tiempo acabaron derrotándome. Hubo días en los que llorar se había vuelto tan habitual y necesario como respirar. Días en los que rogué que llegara mi momento de partir para detener todo tipo de dolor.
Llegué a mi límite, Kira. Luego de tanto aguantar, toqué fondo con todo mi peso. Le di a mamá el mayor susto de toda su vida, y eso es algo que no podré perdonarme jamás.
Siempre me había parecido un acto de cobardía el hecho de que alguien se quitara la vida. Tú misma has sido testigo de mis cientos de discursos moralistas en contra del suicidio. Es una ironía casi poética que estuviera al borde de recurrir a eso para terminar con todo tipo de sufrimiento de una buena vez.
Ahora comprendo que quienes lo han cometido ha sido porque la vida lastima mucho más de lo imaginado, y el dolor que se siente acaba consumiéndote lo suficiente hasta agotarte y desear que se detenga, ya sea de un modo u otro. Y es tanto el sufrimiento que se experimenta, que uno queda cegado a la idea de que a alguien le pueda herir tu decisión.
Yo sólo quería que mi tormento tuviera un punto final sin importarme el costo. Pero no había pensado que, detener mí tortura, implicaba condenar a mamá, papá y todo ser humano que me quisiera a sufrir.
Aún puedo recordar la mirada cargada de miedo y desesperación que tenía mamá cuando me encontró casi inconsciente en el baño, rodeado de todos los medicamentos que había en la casa.
La vida ya es demasiado tormentosa por sí sola. No quiero ser el causante del sufrimiento de las personas que amo. No puedo aceptar su dolor a cambio del mío.
Un día después de ser dado de alta del hospital, papá me llevó a mi primer reunión con el psicólogo. No es el mismo que me había acompañado durante la adolescencia, pero aún así me siento cómodo con él.
Le comenté sobre las cartas que te escribo para contarte lo que ocurre por el mundo mientras aguardo a tu despertar. Me recomendó que las retomara como ejercicio de terapia. Él no las leerá a menos que yo decida enseñárselas, pero cree que este método para sentir que hablo contigo me ayuda.
También me ayudó a comprender que no estoy obligado a atravesar por esto solo. Tengo amigos y familia que se ha presentado en mi casa a diario para averiguar qué tal me encuentro e intentar alegrarme un poco. Lo han logrado.
Tú no has presentado ningún signo de mejora. Él único lado positivo es que tus padres han vuelto a permitirme el poder visitarte. Se disculparon por no haberlo hecho antes, asegurándose que solo cumplían con una promesa que te habían hecho. No me atreví a preguntar cuál era esa promesa; no sé si quiera conocerla.
La vida aún duele, y creo que incluso aunque despiertes sin ninguna secuela seguirá doliendo. Pero ahora ya no elijo vivirlo solo y tengo alguien en quien apoyarme cada vez que me agote.
Te pido disculpas por haber pensado e intentado ejecutar la idea de partir de aquí sin despedirme de ti. Mi intención no era abandonarte; jamás podría hacerlo. Espero que puedas perdonarme por haberme rendido cuando tú aún continúas dando pelea.
Me carcome la culpa cada vez que imagino cómo habría sido que despertaras y descubrieras que yo ya no estaba, que fui más débil de lo que esperaba. Se me estruje el corazón con solo pensar que estuve al borde de dejarte. Realmente lo siento, mi amor. Lo siento mucho.
Despierta, Kira.
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Editado: 07.11.2020