Despierta, Kira.

Veintinueve

Hace una semana fue el día de tu entierro.

Lejos de ser el típico funeral donde todos se despiden del fallecido para luego llevar su cajón al cementerio, tu despedida fue tan hermosa como siempre habías querido que lo fuera.

Los únicos presentes éramos tus padres, Evelyn, mamá, papá y yo. No porque nadie más haya querido presentarse, sino que porque decidimos que sería algo privado. Tampoco quisimos enterrarte en un ataúd, consideramos que siempre habías sido un alma lo suficientemente libre como para merecer ese final. Nuestra primera idea había sido arrojar tus cenizas al río y dejar que fluyeras y te convirtieras una con la naturaleza.

Evelyn tuvo una mejor idea.

Fuimos a aquel pequeño boulevard que comenzaba a tomar forma dentro de rosedal de la ciudad; aquel que tanto te fascinaba. Más de uno de los árboles que lo componen habían sido plantados por tu familia, convirtiéndose así en tu lugar seguro.

Nos gustó la propuesta de Evelyn de convertir tus cenizas en un nuevo árbol para el boulevard. Todos sabíamos que te habría encantado que te transformásemos en una nueva forma de vida. También nos gustó pensar que, en unos años, podríamos ir a ese árbol cada vez que te extrañáramos y sería casi como estar contigo.

Nos turnamos para dedicarte unas palabras. Primero comenzaron tus padres y tu hermana, y luego fue mi turno.

Admití que, a pesar de sentir que he estado despidiéndome de ti hace ya mucho tiempo, sentía que jamás sería suficiente ni estaría preparado para decirte adiós. Aún hoy no estoy listo para dejarte ir, pero estoy obligado a hacerlo.

¿Cómo se le dice adiós a la persona con la que has compartido toda tu vida? ¿Cómo te despides de la persona que más amaste sin derrumbarte en el intento? Sin sentir que te falta el aire con cada palabra de despedida que le das…

No lo haces.

Puedes obligarte a ser fuerte y reprimir tus emociones durante el día, pero al llegar la noche te desmoronarás. Y una vez que la primer lágrima haya caído, y las siguientes ya no podrás detenerlas hasta no quedar dormido.

A veces incluso dormido seguirás llorando.

No sólo eres el gran amor de mi vida, sino que también eres mi mejor amiga.

Comenzamos como desconocidos, vecinos obligados a viajar juntos en el autobús por nuestras madres. Luego comenzamos a hablar por un juguete, y ahí aparecieron las peleas. Nos detestábamos, pero también sabíamos que siempre estaríamos el uno para el otro.

Siempre ha sido así. Incluso detestándonos nos alegraba que al otro le fuera bien o le obsequiaran aquel juguete que tanto queríamos.

Es difícil decirte adiós. Especialmente porque jamás creí que sería tan pronto; mucho menos de esta forma. Y por más que deteste y me duela el hecho de que ya no estás aquí físicamente con nosotros, siempre estarás latente tanto en mi mente como en mi corazón. Parte de él siempre tendrá tatuado tu nombre; después de todo siempre ha sido tuyo.

Nunca se borrarán, ni olvidarán, los recuerdos que tengo de ti. Tu voz, el sonido de tu risa y esa manera encantadora que tenías para mirarme me acompañarán para siempre.

Hace unos días tus padres finalmente accedieron a decirme el motivo por el cual me habían prohibido visitarte en el hospital. Resulta ser que la noche de la fiesta no había terminado con el último recuerdo que tenía de ella, sino que había más.

Tú fuiste quien hizo aquel llamado de auxilio a tus padres para que enviaran una ambulancia, pues no recordabas cuál era el número de emergencias.

No sé qué indició tuviste ni qué fue lo que lo provocó, pero notaste que el vehículo en cualquier momento podría explotar. Tú habías logrado salir, pero yo aún estaba dentro gracias al cinturón de seguridad. Te importó poco y nada estar arriesgando tu vida, y sin pensarlo te aseguraste de que yo también pudiera salvarme.

Pero yo no me salvé: tú me salvaste la vida.

Fue entonces cuando hiciste el llamado, y mientras tu padre llamaba al hospital, tu mamá te mantenía despierta hablándote.

Le hiciste prometer que, si algo salía mal, no dejarían que me quedara estancado. Que si las cosas se complicaban, no permitirían que pasara mi vida sentado en una sala de hospital esperando tu despertar.

Tal vez si lograbas mantenerte consciente un minuto más, la historia que cuento en estas cartas sería diferente. Desgraciadamente, esto es lo que es.

Jamás podré dejar de agradecerte por haberme salvado de aquella explosión ni por haberme hecho el hombre más feliz de la Tierra. Tampoco podré jamás dejar de lamentarme por lo ocurrido y sentir que todo ha sido mi culpa, porque sé que lo fue.

Perdón por haber sido el detonante de tu destrucción.

Lo único que logra reconfortarme en este dolor es saber que ahora estás teniendo la paz que necesitas. Diste pelea durante meses y estoy orgulloso por eso. Quizá no hayas ganado esta batalla, pero está bien. Tú estás en un mejor lugar, descansando como lo mereces.

Agradezco que hayas formado parte de un ciclo fundamental de mi vida; pero mucho más agradezco que me hayas permitido ser parte de la tuya.




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