El amor en tiempos de hambre

Prólogo

En el bullicio de la Ciudad de México, donde los cláxones se mezclan con los aromas de tacos al pastor y el murmullo de los sueños juveniles, Adam Mireles, un joven de mirada inquieta y corazón soñador, cruzó por primera vez las puertas de la UNAM. Era un día de primavera, con el cielo despejado y el aire cargado de promesas. Entre la multitud de aspirantes al examen de admisión, sus ojos se encontraron con los de Clarisa Bonfil, una chica de sonrisa radiante y pasos firmes, que se dirigía con determinación a inscribirse en la carrera de Ciencias Políticas. Fue un instante, un chispazo: el mundo se detuvo para Adam, y su corazón, sin pedir permiso, se rindió ante ella.

Clarisa, con su cabello suelto y una chispa de idealismo en la mirada, parecía inalcanzable, como un verso que se escapa de la memoria. Durante el año siguiente, Adam, impulsado por el vértigo del amor, la buscó en los pasillos de la universidad, en las manifestaciones estudiantiles, en cada rincón donde su risa pudiera resonar. Se hicieron amigos, confidentes, compañeros de largas charlas sobre política, sueños y el futuro. Hasta que, en un café vintage del centro, entre paredes decoradas con discos de vinilo y el aroma de café recién molido, Adam se atrevió. Con las manos temblorosas y un anillo sencillo en el bolsillo, le pidió matrimonio.

— Clarisa, eres mi todo. ¿Te casarías conmigo? —dijo, con la voz rota por la esperanza.

Ella lo miró con ternura, sus ojos brillando con una mezcla de cariño y tristeza.

—Adam, eres un sueño que no me esperaba, pero mi corazón aún no está listo para promesas eternas, —respondió, rechazándolo con una suavidad que, aunque dulce, le dolió como un aguijonazo.

El tiempo, caprichoso, llevó a Adam lejos de la ciudad. Sin terminar sus estudios, regresó a su pueblo, cargando el peso de un amor no correspondido y el eco de sus propios errores. Años después, la vida lo trajo de vuelta a la Ciudad de México, con el corazón maltrecho pero abierto a nuevas historias. Fue entonces cuando, en una esquina del destino, volvió a ver a Clarisa. Estaba radiante, como siempre, pero algo había cambiado: su mano descansaba sobre un vientre que anunciaba una nueva vida. El corazón de Adam se partió en silencio, pero el universo, siempre impredecible, ya tenía otro plan. En ese mismo instante, como si el destino jugara a las coincidencias, conoció a Edith, una mujer de mirada profunda y sonrisa tímida que escondía sus propios secretos. Sin embargo, Edith cargaba con compromisos que la ataban, promesas que no podía romper tan fácilmente. Y así, en medio del hambre de amor, de respuestas y de futuro, Adam se encontró atrapado entre un pasado que aún dolía y un presente que prometía tanto como asustaba.




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