Pensar en todo lo que había sucedido dolía, pero ya no tanto, había aprendido a vivir a través del dolor, la rabia y el miedo, estaba realmente aprendiendo a controlar todo lo que había dentro de mí, porque era necesario poder expresar lo mejor de mi persona y eso no era para satisfacer a otros, sino más bien para satisfacerme mí misma.
Necesitaba curarme, avanzar e intentar ser feliz. Necesitaba desarrollar ese arte de madurar y dejar de ferrarme a las cosas, era necesario y no iba a posponerlo más.
Cada que pensaba que yo estaba mal, recordaba que no debía ser del todo infeliz, según mi psicóloga, era muy necesario que entendiera que después de que hubiera amor propio en mi vida, aquello ya sería el primer paso para superar todas las cosas del pasado.
Ya que el amor siempre venía de cualquier forma, en cualquier color, en su diversidad más hermosa, complementaria y perfecta.
Probablemente en otro tiempo yo no estaría hablando de amor, no después de tantas cosas, sin embargo, me era inevitable el ser tan frívola y mezquina, ya no era capaz de comportarme de aquella manera, no cuando fui capaz de abrirme al hecho de sentir y experimentar nuevas cosas, no cuando me di la libertad de conocer a alguien que me amara con todo sin duda alguna.
Con el paso del tiempo entendí que yo tuve el privilegio de enamorarme a temprana edad y de esos amores que son para toda la vida, de hecho, eran de esa clase de amores que son tan potentes e inolvidables, que en una vida se quedan cortos.
Si en algún momento tuviera que describir mi amor por Ian Hank, estaba segura de que podría resaltar el hecho de que todo lo que estaba ligado a nosotros era arte. Un arte que nos había enseñado a amarnos sin importar nada y hasta el final.
Cómo debería de ser siempre.
Las semanas después de mi secuestro no fueron para nada fáciles, no cuando los terrores que me acompañaba no se desligaban de mí, no cuando cada día extrañaba con más fuerza y más destreza a Ian, mi Ian.
—Los recuerdos siempre dolerán tanto como tú desees que lo hagan. Está bien sentir dolor, pero no es necesario vivir siempre con él.
Aquello era algo que siempre me decía mi psicóloga, había comenzado a visitarla dos semanas después de lo sucedido, al inicio no me había sentido muy cómoda, aun así, poco a poco logré tomarle un poco de confianza y ahora no me sentía tan mal…
—No podré jamás vivir sin Ian, puedo vivir con mis traumas, pero no puedo sin él.
—¿Por qué no? —había preguntado ella.
—Porque él es mi vida. —respondí yo.
—¿Y que eres tú, para ti misma?
Después de esa pregunta, la sección había terminado y yo jamás respondí nada, no cuando no era necesario, no cuando la respuesta no importaba, no si iba a estar condenada a pasar por el trauma más grande de mí vida.
Los días continuaron pasando y jamás me centré en otra cosa que no fuese el pelinegro, Blake intentó hablar conmigo de cientos de cosas, pero no presté atención a nada, no podía.
—¿Sabes quién más estuvo ligado en tu secuestro? —había querido saber el rubio, quien actualmente se encontraba a cargo del proceso judicial de Parker.
Sí.
Quise responderle en ese momento, quise decirle que no solo Parker fue mi demonio en ese cautiverio, sino que también lo fue el padre de él, —su padre porque ya no era el mío—. Deseé decir todo eso, pero no lo hice porque jamás querría gritar aquello a los cuatro vientos, era mejor omitir esa parte para siempre.
—¿Crees que Ian va a despertar alguna vez? —había preguntado sin más. —¿Crees que lo hará?
El rubio no se encontró en ese momento muy feliz por el cambio de tema, sin embargo, respondió:
—Despertará, lo hará porque sabe que una gran mujer lo está esperando, lo hará porque te ama, Isabella —sus ojos verdes habían sido sinceros— solo ten fe.
—¿Tú tienes fe?
—Normalmente no, pero en esta ocasión la tendré, lo haré por ti.
Esa conversación fue una de las últimas que tuve por un gran lapso con mi hermano, yo no tenía tiempo para nada que no fuese mis terapias de la mano, mis secciones sicológicas y mis trasnochadas en el hospital con Ian, no podía ocuparme de nada más, ni siquiera de mis amigos, siendo sincera, yo estaba lo suficientemente asustada de irme mucho tiempo del lado del pelinegro, porque temía volver con él y darme cuenta de que realmente se había ido del todo, dejándome en nada.
—Se está recuperando —me había asegurado la doctora de él una tarde— perdió mucha sangre, tuvimos que abrir su pecho para extraer la bala y así, evitar que aquella rozara su corazón, es todo un milagro que esté vivo, pero lo está.
—¿Entonces porque no despierta?
—Coma inducida. Su cabeza se golpeó cuando cayó al piso y quisimos evitar que su cerebro se hinchara, es por ello por lo que no despierta, además necesitamos que su cuerpo se recupere y una de las maneras más viables es así.
—¿Qué pasa si no despierta del coma inducido?
Ella había dudado.
—Podremos decir que lo intentamos todo y que, él luchó hasta el final como un guerrero.
Esa respuesta no me tranquilizó, pero no había nada más que pudieran decirme, no cuando él casi murió debido al impacto en su pecho, no cuando comenzó a desangrarse y no hice nada para ayudarlo… En absoluto.
Semanas transcurrieron después del insistente. Semanas en donde mi amor por Ian estuvo constantemente a prueba, pero jamás desistió ante nada, ni siquiera ante el miedo.
Él seguía ahí constantemente dormido, jamás decía nada, tampoco abría los ojos y mucho menos se movía, y así como su salud mejoraba de un día para otro, también podría desfallecer a las horas siguiente, nada era constantemente, pero entonces… siempre estuve ahí dejándole saber que lo esperaría todo el tiempo posible, lo esperaría una eternidad e incluso en medio de la gran y frivola inmortalidad de mi alma. Aguantaría por él porque aquello era lo mínimo que podía hacer por nosotros, por nuestro amor y nuestras promesas en general.