El Ceo necesita una esposa

Capitulo 5

El salón estaba sumido en un silencio espeso, cargado de incredulidad. Valentina, con su pequeña mano aún señalando a Greeicy, sonreía con esa dulzura que contrastaba con la explosión emocional que acababa de provocar.

Greeicy sintió cómo todas las miradas se clavaban en ella, algunas llenas de veneno, otras de desconcierto. Y por primera vez, la sonrisa insolente desapareció de sus labios. Caminó despacio hacia la niña, dejando atrás el sofá blanco. Sus botas resonaron contra el piso, un sonido fuerte, firme… desafiante.

Se agachó frente a Valentina y la miró a los ojos. No había sarcasmo en su mirada ahora, solo una chispa de curiosidad genuina.

—¿Por qué yo?, princesa —preguntó en voz baja, sin el tono burlón que la caracterizaba—. ¿Por qué no tu otra opción? Ella… representa todo lo que tu familia es. Y yo… soy lo opuesto.

Valentina sonrió con dulzura y la inocencia desarmante que solo un niño puede tener.

—Porque eres hermosa —susurró primero, y Greeicy soltó una risa suave, sorprendida. Pero la niña no había terminado—. Y porque eres genuina.

Los ojos verdes de Greeicy parpadearon, incrédulos.

—¿Genuina?

—Sí —Valentina asintió con seriedad—. Yo ya averigüé sobre ustedes dos. —Levantó su libreta, que no solo contenía dibujos, sino también notas y recortes—. Sé que a ti te gusta el arte, que no te gusta que te encierren, que das amor cuando alguien lo merece. Greta… no le gustan los niños.

Un murmullo recorrió la sala. Greta apretó la mandíbula, roja de furia, mientras Amalia la sujetaba para que no explotara.

Greeicy tragó saliva, incapaz de apartar la mirada de aquella niña que la había estudiado como un libro abierto.

—Así que… me eliges porque soy libre y me gustan los niños —murmuró, con un nudo en la garganta que no esperaba sentir.

—Te elijo porque quiero que tú me acompañes en el arte —respondió Valentina, sonriendo, y extendió su mano pequeña.

Algo en el corazón de Greeicy se quebró y se reconstruyó al mismo tiempo. Por primera vez en años, sintió que alguien la veía más allá del apellido que la marcaba. Tomó la mano de la niña, y en ese gesto, el destino quedó sellado.

—¡No! —la voz de Juana explotó, rompiendo la burbuja—. ¡No aceptarás esto, Greeicy! ¡Nos vamos ahora mismo! ¡No necesitamos su maldito dinero!

Greeicy se puso de pie lentamente, girando hacia su madre. El fuego había vuelto a sus ojos, pero no era rebeldía… era determinación.

—Mamá… —su voz sonó firme, tranquila, pero cargada de acero—. Voy a hacerlo, ya puedo tomar mis decisiones.

Juana la miró como si la hubieran apuñalado.

—¿Qué dices?

Greeicy avanzó, sosteniendo sus manos con ternura.

—Voy a hacerlo… pero a mi manera. No por ellos… sino por ella. —Señaló a Valentina, que las observaba con esperanza en los ojos—. Sería bueno librarme de las arpías —Susurro.

Juana negó con lágrimas en los ojos.

—No, mi amor. No sabes en lo que te estás metiendo. Te van a destrozar.

Greeicy sonrió, esa sonrisa indomable que siempre había sido su escudo.

—Que lo intenten. —Luego giró hacia Dylan, caminando con pasos seguros, hasta quedar frente a él. Levantó la barbilla, enfrentando su mirada oscura con un destello desafiante—. Pero tengo condiciones, Señor Montenegro.

Un murmullo recorrió la sala. Dylan arqueó una ceja, como si aquella mujer acabara de declarar una guerra que no podía ganar.

—¿Condiciones? —repitió con voz grave, llena de incredulidad.

—Sí. —Greeicy cruzó los brazos, sonriendo con descaro—. Si vamos a casarnos, será bajo un contrato. Yo seré la mujer que cuide de Valentina, la esposa perfecta para la foto, la que tu familia quiere para calmar la lengua de las víboras… pero no te daré hijos y tendré mi espacio para ser libre.

Un silencio helado se apoderó del lugar. Dylan parpadeó, incrédulo.

—¿Perdón?

—Lo que oíste. No compartiré tu cama. No habrá amor, ni sexo, ni nada de eso. Solo un papel firmado y mi compromiso con ella. —Señaló a Valentina, cuya expresión se tornó ansiosa, temiendo que Dylan se negara.

Los ojos del magnate se oscurecieron como una tormenta. Dio un paso hacia ella, y su voz se volvió un látigo.

—¿Quién demonios te crees para poner condiciones?

Greeicy sonrió, ladeando la cabeza.

—Greeicy Suárez, un gusto —Le dijo dándole la mano con una sonrisa burlona.

Un silencio tenso siguió. Dylan respiraba hondo, sus manos apretadas en puños. Era el hombre más codiciado del país, y una mujer… una hija ilegítima, lo estaba humillando frente a todos.

—Deberías estar agradecida de que un hombre como yo se digne a casarse contigo —rugió, su voz grave resonando como un trueno.

Pero Greeicy no se inmutó. Dio un paso más cerca, sus ojos verdes ardiendo con desafío.

—¿Agradecida? —soltó una carcajada breve y fría—. No, Montenegro. Yo soy la que está haciendo un favor aquí. ¿Qué mujer quiere casarse solo para ser un adorno? Podrás ser el viudo más codiciado de la ciudad, pero eso a mí no me hace nada.

El golpe fue directo al ego, y Dylan lo sintió como un puñal. Pero en lo profundo de su orgullo herido… algo más se encendió. Intriga. Fascinación.

En el rincón, Amalia y Greta hervían de odio. La humillación les quemaba la piel. Ver a Greeicy, la hija bastarda, negociando frente a los Montenegro… era una bofetada.

Greta apretó los dientes hasta doler.

—Maldita sea… —susurró, las uñas clavándose en la palma—. Si esa zorra cree que me va a opacar, está muy equivocada.

Amalia le sostuvo la mano con fuerza, susurrando con veneno puro.

—Esto apenas comienza.

Dylan inspiró hondo, dominando la furia que lo devoraba. Finalmente, sus labios se curvaron en una sonrisa fría, peligrosa.

—¿Un contrato, entonces? Muy bien, querida —Su voz goteaba ironía—. Prepárate para firmarlo… y para descubrir que nada en este mundo es gratis.

Ella lo sostuvo con la mirada, sin parpadear.




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