El Ceo necesita una esposa

Capitulo 10

La tienda seguía rebosante de luz, con maniquíes vestidos como reinas y asistentes corriendo de un lado a otro, probando los vestidos de las damas de honor.

En un rincón, Elena Montenegro se erguía como un general al mando, revisando detalles del ajuar mientras Greta y Amalia cuchicheaban con sonrisas envenenadas.

El murmullo elegante se quebró cuando las puertas se abrieron y Dylan Montenegro entró, imponente en su traje oscuro. Su sola presencia bastó para que varias asistentes se enderezaran y sonrieran nerviosas.

—¿Qué demonios haces aquí, Dylan? —espetó Elena, girándose con el ceño fruncido—. ¡El novio no puede ver a la novia antes de la boda! Es tradición.

Dylan la miró sin inmutarse, su voz grave cortando el aire.

—Recuerde que esto no es una boda por amor, madre. Es un contrato. Así que no venga a darme lecciones de superstición. —le susurró para que solo ella lo escuchara.

Elena entrecerró los ojos, fulminándolo con una mirada cargada de advertencia.

—Aunque sea un contrato, es un Montenegro quien se casa. Y los Montenegro respetan las formas.

—¿Dónde está mi hija?

—Se están probando vestidos.

Dylan no respondió. Sus ojos se desviaron al reloj y luego hacia la zona de probadores. Pasaron más de quince minutos esperando que Valentina y Greeicy salieran, y la paciencia no era su virtud.

—¿Por qué tardan tanto? —preguntó con voz baja, aunque el tono arrastraba una corriente peligrosa.

—Se están probando vestidos. Recuerda que no solo es el vestido de novia —respondió Elena con un suspiro de fastidio.

Dylan no esperó más. Ignorando las protestas de su madre y las miradas curiosas de Greta y Amalia, caminó directo hacia el corredor privado.

El pasillo hacia los probadores estaba en penumbra, iluminado por luces cálidas que proyectaban reflejos dorados sobre los espejos. El silencio era extraño después del bullicio de la tienda. Dylan avanzó con pasos firmes, sintiendo cómo algo indescifrable le tensaba el pecho.

Escuchó voces suaves detrás de una puerta entreabierta: la risa de Valentina, un murmullo ronco que solo podía ser de Greeicy. Se acercó.

—Valen, ¿ya terminaron? —preguntó, tocando suavemente.

No hubo respuesta. Solo un ruido leve… como el roce de tela.

Dylan empujó la puerta. Y entonces, el tiempo se detuvo.

Greeicy estaba de espaldas, justo cuando se deslizaba el jean por sus muslos. Llevaba puesta solo su ropa interior: encaje negro que se aferraba a su piel como un pecado, contrastando con la curva perfecta de su cintura. Su cabello caía desordenado sobre los hombros, y la luz cálida del probador hacía que su piel pareciera bañada en oro.

Por un segundo, Dylan no respiró. Cada músculo de su cuerpo se tensó como una cuerda.

Greeicy giró al escuchar el chasquido de la puerta, y sus ojos verdes se abrieron como dagas.

—¡¿Qué carajos haces aquí?! —gritó, cubriéndose con la blusa que tenía en la mano.

Valentina, en su silla, pegó un saltito y soltó una risita nerviosa.

—¡Papi! ¡Sal! —exclamó, llevándose las manos a la cara.

Pero Dylan no se movía. Su mente gritaba que saliera, que cerrara la puerta, pero sus ojos… sus ojos lo traicionaban. Ella no era la Greeicy altanera, cubierta de cuero y sarcasmo. Era fuego puro, belleza indomable oculta tras ropa ancha y actitudes rebeldes.

Greeicy agarró el primer cojín que encontró y se lo lanzó a la cabeza.

—¡Fuera, degenerado!

El cojín golpeó la puerta justo cuando Dylan retrocedió de golpe, saliendo al pasillo como si hubiera escapado del infierno… o de algo peor: del deseo que lo había atrapado en un segundo.

Cuando regresó al salón, su respiración era irregular y el cuello de su camisa estaba ligeramente húmedo de sudor. Se dejó caer en una de las sillas, clavando los codos en las rodillas y pasando una mano por su rostro.

Elena lo miró de inmediato.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué esa cara?

Greta también lo observaba con ojos afilados, detectando cada mínimo cambio. Dylan levantó la mirada, sus facciones duras intentando ocultar el caos interno.

—Nada —gruñó, poniéndose de pie de nuevo—. Greeicy y Valentina saldrán en un momento. Yo me voy.

—¿Te vas? —repitió Elena, confundida.

—Tengo trabajo. —La mentira salió áspera, y sin esperar respuesta, Dylan tomó las llaves y salió del local, dejando un silencio lleno de interrogantes detrás.

Greta entrecerró los ojos, percibiendo algo extraño en la tensión de sus hombros y el rubor apenas visible en su cuello. Una idea venenosa se sembró en su mente.

“¿Acaso…?”

El aire de la tarde golpeó a Dylan en el rostro cuando llegó al estacionamiento. Caminó con pasos rápidos, como si huyera de algo. Pero no podía huir de lo que se había quedado grabado en su cabeza: la curva peligrosa de la cintura de Greeicy, el encaje negro sobre su piel, el fuego desafiante en sus ojos mientras lo echaba a gritos.

Abrió la puerta del Maserati y se dejó caer en el asiento de cuero, jadeando como si hubiera corrido una maratón. Apoyó la frente contra el volante, golpeándolo suavemente con un puño cerrado.

—Mierda… —susurró entre dientes, su voz ronca.

Intentó sacudir la imagen de su mente, pero era inútil. Cada detalle estaba allí: la luz cálida sobre su piel, el contraste brutal entre su cuerpo sensual y la ropa holgada que usaba para esconderlo. Y lo peor… la sensación incómoda de querer volver a verla así.

Se recargó en el asiento, cerrando los ojos con fuerza, luchando contra el deseo que lo carcomía. Porque no podía permitirse sentir eso.

Pero su cuerpo lo traicionaba. Cada respiración era más rápida, más pesada. Dylan Montenegro, el hombre frío, calculador, estaba perdiendo el control.

En la tienda, Greeicy salió finalmente del probador, jeans ajustados y blusa suelta, tomada de la mano de Valentina. Elena y Greta la observaron, y aunque nadie preguntó, había una pregunta flotando en el aire.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.