El Ceo necesita una esposa

Capitulo 18

La señora Elena Montenegro, matriarca indiscutible, apareció en la entrada como una reina que no necesitaba corona. El sonido de sus tacones sobre el mármol resonó como un compás de autoridad. Traje sastre en tonos marfil, el corte impecable que resaltaba su porte erguido; un collar de perlas que descansaba sobre su cuello como si hubieran sido hechas exclusivamente para ella; y esa mirada escrutadora que hacía temblar a medio mundo corporativo, capaz de desnudar intenciones con un solo parpadeo.

—¡Ya! —exclamó con una voz cálida, que no lograba ocultar el filo de su curiosidad—. Pensé que pasarían… más tiempo juntos.

Greeicy, bajó lentamente las gafas oscuras. El reflejo del sol se prendió en el verde intenso de sus ojos, como si tuviera fuego líquido en la mirada. La sonrisa que dibujó no fue sumisa, ni complaciente; fue una sonrisa calculada, con la exactitud de una jugada de ajedrez.

—Lo lamento, señora Elena. Pero recuerde algo… —Caminó hacia ella sin prisa, con un balanceo felino—. Nosotros tenemos un contrato. Yo no voy a sobrepasar los límites que firmamos.

El comentario cayó como un cristal haciéndose añicos. Dylan, tensó la mandíbula. Elena, frunció ligeramente el ceño como quien intenta descifrar un idioma extraño. El aire se cargó de electricidad invisible, una tensión que parecía expandirse desde los pies hasta la nuca.

—Un contrato… —repitió Elena, modulando cada sílaba como quien paladea una palabra incómoda, una espina que no puede ignorar—. Querida, lo que menos necesitamos es que hables de eso frente a la prensa. ¿Entendido?

Greeicy inclinó la cabeza, un gesto cortés pero cargado de independencia.

—Por supuesto. Disculpe. —Giró el rostro hacia los ventanales que daban al jardín, y su tono cambió a uno más ligero—. Con su permiso, iré a saludar a Valentina.

Sus zapatos repicaron contra el mármol, un sonido firme que marcaba el ritmo de su retirada. Las columnas del pasillo la fueron devorando, y su silueta se perdió tras la penumbra del corredor que llevaba a los jardines.

Dylan la siguió con la mirada.

—¿Pasó algo?

—No, no pasó nada. —Respondió Dylan y apretó los labios, como si morderlos pudiera contener las preguntas que no quería hacerse.
¿Por qué demonios me importa tanto lo que dice?

El jardín trasero era un paraíso privado: setos perfectamente podados, un césped que olía a fresco, flores de tonos carmesí y marfil que se mecían con la brisa. El aroma de jazmín y lavanda envolvía el aire, mientras el sonido de una fuente cercana creaba una melodía suave y constante.

Bajo la sombra majestuosa de un roble, Valentina estaba en su silla de ruedas. Tenía un vestido azul claro y el cabello recogido con una cinta que dejaba escapar algunos mechones rebeldes. Frente a ella, un lienzo a medio pintar: pinceladas de azul y rosa formando un cielo de fantasía. Al verla, sus ojos se iluminaron como si el sol hubiera bajado para sentarse a su lado.

—¡Greeicy! —exclamó, levantando los brazos en un gesto de pura alegría—. ¡Mira lo que estoy pintando!

Greeicy sonrió, y esta vez fue una sonrisa limpia, sin máscaras. Caminó hacia ella y se inclinó para mirar el cuadro.

—A ver, princesa… —susurró, casi como si ese momento fuera un secreto entre ellas—. ¡Wow! Cada vez eres mejor. Mira esos colores, ese cielo… parece que el viento realmente sopla ahí.

Aplaudió suavemente y Valentina soltó una risa cristalina que resonó más que cualquier aplauso de gala. Esa risa era como un bálsamo, derritiendo cualquier resto de tensión.

—¿Te quedarás conmigo esta tarde? —preguntó la niña, con esa mirada que desarma cualquier resistencia.

—Por supuesto —respondió Greeicy, arrodillándose para quedar a su altura. Tomó una manta suave que estaba sobre el respaldo y la acomodó con cuidado sobre las piernas de la pequeña—. Hoy eres mi prioridad.

Desde la terraza, Dylan las observaba. Sus manos permanecían dentro de los bolsillos del pantalón, pero la presión de los puños cerrados se marcaba en la tela. Fingía indiferencia, pero por dentro, algo ardía con fuerza.

¿Por qué diablos me afecta verla así… sonriendo así…?

A kilómetros de allí, la residencia Suárez exudaba opulencia. Cortinas de terciopelo filtraban la luz, tiñendo el salón de un rojo profundo. Las copas de vino brillaban sobre la mesa baja de madera tallada. Amalia, con su inseparable aire altivo, bebía lentamente mientras observaba a su hija.

—¿Ya viste las fotos? —Greta dejó su móvil sobre la mesa, y la pantalla mostró la llegada de Greeicy a la mansión Montenegro—. ¡La tratan como si fuera una reina!

Amalia apretó los labios, un destello venenoso cruzando sus ojos.

—Disfruta mientras puedas, bastarda… —murmuró con un hilo de voz, pero cada palabra tenía filo de daga—. Porque voy a convertirme en su peor pesadilla.

Greta sonrió con malicia, echándose hacia atrás en el sillón como quien ya tiene una carta bajo la manga.

—Tranquila, mamá. Tengo un plan. Muy pronto… Dylan se dará cuenta de que ella no es digna de la familia Montenegro.

La puerta se abrió de golpe. El eco de los pasos firmes precedió a Aníbal Suárez, quien se plantó en medio del salón. Su sombra parecía alargar el silencio.
Su voz, grave y helada, cortó el aire como una espada.

—Ni se les ocurra.

Ambas mujeres se giraron, intentando disimular. Amalia dejó la copa sobre la mesa, disimulando un gesto de nerviosismo.

—¿De qué hablas? —preguntó, tratando de sonar casual.

Aníbal las miró con esa intensidad que podía quebrar voluntades.

—Sé exactamente lo que planean. Escúchenme bien: no se metan con Greeicy. Si lo hacen… no solo arruinarán esta alianza, arruinarán a esta familia. ¿Me entendieron?

Greta apretó los dientes, su voz dulce solo para cubrir la rabia.

—Claro, papá. Como digas.

Pero en su interior, ya comenzaba a tejer la telaraña.

En la ciudad, las luces del atardecer entraban como ríos dorados por los ventanales del elegante penthouse donde Juana se encontraba sola. La copa de vino descansaba en su mano, pero apenas bebía. El silencio del lugar parecía amplificar el latido de su corazón. Afuera, la ciudad brillaba como un cielo estrellado caído a la tierra.




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