El Ceo necesita una esposa

Capitulo 41

En la mansión Montenegro, Greeicy no disfrutaba la cena, su mente estaba en su hermano, más allá de su deseo por hacer justicia y limpiar el nombre de su padre, estaba ese deseo de llevarse bien con su hermano, de conocer su historia y apoyarlo. Muy distinto a Greta, ella solo pensaba en la herencia que debía compartir con él.

—Greey, ¿estás bien? —hablo Valentina con voz tímida.

—Ah, si. Mi vida. Solo pensaba en lo difícil que es la vida.

—Papá me dijo que te cuidara, que estaba muy triste y preocupada.

—Ven, solo necesito un abrazo tuyo —Greeicy se acercó y besó su frente, abrazándola.

Ambas sintieron paz y tranquilidad en ese corto y hermoso abrazo.

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Días después

En la mansión Suárez, el rumor de un plan se filtraba como un insecto diminuto que anuncia plaga.

Amalia hizo lo que sabía: se protegió. Movió fichas, ofreció sobornos, presentó versiones falsas, documentos alterados, testigos dispuestos a recordar otra historia. Pero había algo que no se compra con dinero: la determinación de una hija que busca la verdad. El orgullo herido de Amalia no soportó la idea de que Greeicy pudiera derribarla con lo que ella misma había enterrado. La furia necesitó un cauce: callar a quien la acusaba. Era un juramento interno envuelto en rabia y necesidad.

Greeicy siguió adelante con la investigación. Cada paso tensaba la red que cubría a su familia. Reunió testigos: una vecina que recordó la voz de Amalia preguntando por una mujer; un comerciante que había vendido medicación a alguien que decía ser la tía del niño; y un chofer que confesó que Amalia pidió ser dejada en una calle apartada y que no preguntaran nada.

Las piezas acumuladas dibujaron una imagen casi imposible de negar: Amalia había estado en la zona, había hablado con la vecina y regresado con prisas. El chofer añadió un detalle terrible: la mujer que Amalia encontró en la vereda fue atropellada; el niño, Elías, quedó herido y solo. El resto fue silencio y ocultamiento.

Cuando Greicy presentó todo frente a su padre, la sala parecía una cámara fría. Aníbal miró las pruebas con manos temblorosas.

—Amalia lo hizo —dijo Greicy, firme aunque su garganta temblaba—. Atropelló a Roberta cuando ella quiso pedir ayuda a papá. Elías quedó solo. Usó su posición para enterrar la verdad.

El silencio fue un estruendo. Aníbal exhaló como quien suelta un animal: dolor y negación mezclados.

—No puede ser… —balbuceó—. ¿Hasta donde llega su ambición?

—Seguro son pruebas inventadas —dijo Greta desde el corredor, con los ojos inyectados en sangre—. ¿Porque ahora?

Amalia apareció en el umbral, pálida, con los ojos desorbitados.

—Esto es una calumnia —sopló, aire saliendo en hilo—. No pueden hacerme esto.

—Las pruebas están ahí —replicó Greeicy—. Testigos, registros, declaraciones. No es calumnia. Es verdad.

Amalia dio un paso hacia adelante.

—¡Esto no es verdad! ¡No voy a permitir que me arruinen la vida! —gritó, la voz rota por la cólera—. Si creen que me quedo de brazos cruzados hasta que me metan en la cárcel… se equivocan.

Su mirada se clavó en Greeicy con odio y miedo. Greta, Aníbal y Juana la miraban con asombro contenido. La mansión parecía contener la respiración.

—¿Qué vas a hacer, Amalia? —preguntó Aníbal—. Si esto es verdad, hay que ir a la Fiscalía. Tienes derecho a un abogado, pero nadie está por encima de la ley.

Amalia rió, amarga y cortante.

—¿Ir a la Fiscalía? —dijo—. ¿Creen que no puedo hacer desaparecer esto? No conocen mi mundo. No saben lo que puedo perder.

Greeicy dio un paso adelante, firme y afilada.

—No lo vas a comprar a costa de la vida de alguien más. No destruirás a una familia para salvar la tuya. ¡Ya basta!

Amalia la miró con desprecio.

—Entonces verás lo que pasa cuando te metes con quien no debes.

La amenaza quedó clara: Amalia pensaba en silenciar a quien la acusaba.

Empleados murmuraban sin atreverse a nombrar el miedo. Juana cerró la puerta y abrazó a Greeicy:

—No voy a permitir que te pase nada —dijo, con la voz rota—. Si Amalia intenta algo, lo enfrentaremos.

Greeicy apoyó la cabeza en el hombro de su madre, dejando que las lágrimas fluyeran. La promesa de encontrar la verdad pesaba menos que el miedo real de ser aplastada.

En la habitación contigua, Amalia no dormía. Llamó de nuevo a su amante.

La última escena del día fue la ventana abierta hacia el jardín. La lluvia había cesado y el aire olía a tierra mojada y hojas rotas.

Greeicy miró hacia fuera, estando en la mansión de su esposo, segura de haber hecho lo correcto. Segura de que al dia siguiente, Amalia debía entregarse.




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