El Ceo necesita una esposa

Capitulo 47

En el hospital, el aire estaba cargado de murmullos, pasos apresurados y el pitido constante de los monitores que se mezclaban con el retumbar de corazones angustiados. Dylan caminaba de un lado a otro en la sala de urgencias, con las manos sobre el rostro, intentando contener las lágrimas que amenazaban con desbordarlo. Cada minuto se sentía como una eternidad.
Juana estaba calmada al ver que si hija estaba bien, aunque seguía preocupada por velanetina. Aníbal y Elías, no perdieron tiempo y desidieron buscar información de él accidente, porque estaban seguros que había sido Amalia.

Greeicy permanecía sentada en una silla, con las manos temblorosas entrelazadas, la mirada perdida en el suelo, repasando una y otra vez en su mente el accidente, el instante en que rodeó a Valentina con sus brazos y el miedo atroz de perderla. La culpa le carcomía el alma.

A su lado, Elena, la abuela de Valentina, estaba nerviosa, sus labios se movían en un murmullo constante, implorando a la Virgen y a todos los santos por la vida de su nieta.

Una hora. Una hora interminable desde que Valentina había llegado inconsciente.

De pronto, un sonido leve se escapó de la habitación donde descansaba la niña. Greeicy fue la primera en percibirlo: un suspiro entrecortado, débil pero real. Se levantó de golpe, con el corazón saltándole en el pecho.

—¡Dylan! —exclamó con la voz temblorosa—. ¡Se está moviendo!

Los tres corrieron hacia la cama. Valentina, con los ojos entreabiertos y las pestañas húmedas por el llanto inconsciente, murmuró:

—¿Greeicy…?

El alma de Dylan se partió en mil pedazos al escucharla. Se inclinó sobre ella, acariciando su cabello con delicadeza.

—Aquí estoy, princesa. Y también está Greeicy. Todo va a estar bien.

Pero lo que ocurrió después dejó a todos petrificados. Valentina, con un esfuerzo visible, apoyó las manos en la sábana y, contra toda lógica, se incorporó lentamente hasta quedar sentada en la cama. Su respiración se agitaba, el monitor cardíaco aceleraba su pitido, pero ella no se detuvo.

Elena abrió los ojos como platos y dejó caer su cartera cara al suelo.

—¡Santo Dios!

Con un movimiento torpe, Valentina llevó las piernas al borde de la cama para sorpresa de todos.

El silencio fue absoluto. Sólo se escuchaba el golpeteo del corazón de Dylan, que se había detenido con la visión imposible.

—¡Valen! —susurró Greeicy, acercándose a ella, con lágrimas desbordando sus mejillas—. ¿Cómo hiciste eso? ¡Mi niña, tus piernas…!

Valentina miró hacia abajo, como si recién fuera consciente de lo que había hecho. Sus ojitos se abrieron con asombro, y enseguida comenzó a temblar. Un dolor intenso recorrió su espalda, haciéndola encogerse.

—¡Me duele! —gritó, llevándose las manos a la cintura—. ¡Me duele mucho!

Dylan reaccionó enseguida.

—¡Llamen al médico! ¡Ahora!

Elena corrió a la puerta y gritó por ayuda, mientras Greeicy abrazaba a Valentina con cuidado, intentando calmar sus sollozos.

—Tranquila, mi amor… tranquila. Respira conmigo, ¿sí? Yo estoy aquí…

El monitor seguía marcando un ritmo acelerado.

En segundos, un grupo de médicos entró a la habitación. Revisaron a Valentina con rapidez, colocando una lámpara para observar sus pupilas, palpando su columna y verificando reflejos.

Dylan no podía contenerse y preguntaba sin parar:

—¿Qué le pasa? ¿Por qué se movió así? ¿Está en peligro?

El jefe de guardia levantó la vista hacia la familia y respiró hondo, con una expresión de asombro que luego se suavizó en una sonrisa.

—Escúchenme con atención —dijo, apartándose un momento para darles espacio—. Lo que ocurrió no es malo, al contrario. Es una respuesta neurológica positiva.

—¿Qué significa eso? —preguntó Elena, con la voz quebrada.

El médico se acomodó los lentes.

—Significa que la médula no está completamente dañada. Su organismo reaccionó al trauma, y aunque el movimiento fue doloroso, es una señal esperanzadora. Con terapia intensiva, Valentina podrá caminar. No necesitará operación.

La habitación estalló en emociones. Dylan llevó ambas manos al rostro, soltando un sollozo de alivio. Greeicy abrazó a Valentina con fuerza, llorando como nunca, repitiendo una y otra vez:

—¡Gracias, gracias, Dios mío!

Elena cayó de rodillas junto a la cama entre lágrimas.

Valentina, confundida, miró a todos con los ojos grandes y húmedos.

—¿Puedo… caminar de nuevo? —preguntó con voz débil.

Dylan se inclinó, tomando su mano y apretándola con ternura.

—Sí, mi princesa. Vas a volver a correr, a saltar, a jugar… todo lo que quieras. Sólo necesitarás paciencia y esfuerzo.

La niña sonrió entre lágrimas, aferrándose al cuello de Greeicy.

—Greeicy… yo sabía que tú me cuidaste.

Greeicy la abrazó aún más fuerte, temblando de emoción.

—Y lo haré siempre, Valen. Siempre.

El monitor marcaba un ritmo más estable ahora, como si incluso la máquina respirara con alivio. Afuera, el cielo nocturno se había despejado, y un rayo de luna se colaba por la ventana del hospital, iluminando el rostro frágil pero esperanzado de Valentina.

El destino había decidido darles una tregua, un respiro en medio del dolor. Y en ese instante, todos lo entendieron: lo imposible comenzaba a hacerse realidad.




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