El campus de la universidad estaba en plena ebullición. Los árboles, vestidos de verde intenso, daban sombra a los estudiantes que caminaban con libros y carpetas bajo el brazo, mientras el aire se llenaba de risas, conversaciones y el murmullo lejano de un grupo que practicaba música en los jardines.
Greeicy acababa de salir de una clase y el sol tibio de la tarde acariciaba su rostro. Caminaba con paso tranquilo, pero un mareo repentino la obligó a detenerse. Se llevó la mano a la frente, intentando respirar hondo. El mundo giraba a su alrededor, los sonidos se volvían lejanos, distorsionados, como si estuviera bajo el agua.
—¿Greeicy? —preguntó una compañera, alarmada.
Antes de poder responder, las piernas de la joven cedieron y su cuerpo cayó suavemente hacia el suelo. Los estudiantes gritaron, corrieron en su dirección.
—¡Ayuda, alguien que llame a emergencias! —se escuchó entre voces asustadas.
Dylan estaba en una reunión de trabajo cuando recibió la llamada. El corazón se le aceleró con fuerza. Apenas escuchó las palabras “desmayo” y “hospital”, salió corriendo, dejando papeles y compromisos olvidados.
Cuando llegó a la clínica, la angustia lo devoraba. El olor a desinfectante lo golpeó apenas entró, y la fría luz blanca del lugar lo hizo sentirse atrapado en un mal sueño.
Corrió hacia recepción.
—Greeicy Montenegro —dijo con la voz entrecortada—. Mi esposa, la trajeron hace unos minutos.
La recepcionista lo guió con rapidez hacia el área de emergencias. Dylan la encontró en una camilla, recibiendo atención de una enfermera. Estaba pálida, pero consciente. Sus ojos, grandes y asustados, se iluminaron al verlo.
—Dylan… —susurró con un hilo de voz.
Él se lanzó a su lado, tomándole la mano con fuerza.
—Estoy aquí, amor. No te asustes.
Un médico se acercó, revisando una carpeta de exámenes preliminares.
—Señor Montenegro. Ella está estable, pero vamos a realizar algunos estudios de inmediato para descartar cualquier complicación.
—¿Qué le pasa? —preguntó Dylan, la voz cargada de ansiedad.
—Vamos a descubrirlo pronto. Espere en la sala, por favor.
Pero Dylan se negó a soltarla. Greeicy apretó su mano, y el médico, al ver la intensidad en los ojos de ambos, permitió que se quedara.
Horas más tarde, Dylan y Greeicy estaban en una pequeña habitación privada. La tensión se podía cortar en el aire. Dylan acariciaba la frente de ella, mientras los segundos se hacían eternos.
Finalmente, el médico entró con una sonrisa serena, sosteniendo una carpeta en sus manos.
—Tengo los resultados.
Los dos se miraron con nerviosismo. Dylan sintió un nudo en la garganta.
—Dígame, doctor —pidió, con la voz ronca.
El médico los miró con complicidad antes de hablar.
—No hay nada de qué preocuparse. El desmayo fue consecuencia de un leve mareo por cansancio, pero hay una razón más… hermosa para lo que ocurrió. Felicidades, señora Montenegro: está embarazada.
El silencio llenó la habitación por un instante. Greeicy abrió los ojos, incrédula, llevándose una mano al vientre. Dylan, en cambio, se quedó petrificado, como si las palabras no terminaran de llegarle.
—¿Embarazada? —repitió con la voz temblorosa.
El médico asintió.
—Sí. De pocas semanas, pero el embarazo avanza bien. Necesitará cuidados, descanso y revisiones regulares.
Las lágrimas se desbordaron de los ojos de Greeicy. Dylan, al verla, reaccionó por fin: se arrodilló a su lado, tomó su rostro entre las manos y la besó con ternura.
—¡Vamos a ser padres! —exclamó con un brillo indescriptible en los ojos—. Mi amor… ¡me has hecho el hombre más feliz del mundo!
Ella rió entre lágrimas, abrazándolo con fuerza.
—No lo puedo creer… —susurró, temblando de emoción—. Dylan, un bebé… nuestro bebé.
El médico, conmovido, se retiró discretamente para darles intimidad.
^^^
La casa de los Montenegro se llenó de murmullos de expectativa cuando Dylan convocó a todos esa misma tarde. Juana, Aníbal, Elías, Elena y Valentina se reunieron en la sala principal, decorada con cuadros y flores frescas que impregnaban el aire con un aroma dulce.
Greeicy, aún un poco débil, entró del brazo de Dylan. Ambos tenían un brillo especial en los ojos.
—Bueno, familia… —empezó Dylan, con la voz emocionada—. Hoy quiero compartir con ustedes la noticia más importante de mi vida.
Todos lo miraban expectantes. Elena espera impaciente, Juana, con una sonrisa maternal, entrelazaba sus dedos sobre el regazo. Aníbal mantenía los brazos cruzados, pero sus ojos delataban la curiosidad. Elías, atento, inclinaba la cabeza, y Valentina no dejaba de observarlos con una chispa de entusiasmo.
Dylan tomó la mano de Greeicy y la besó suavemente.
—Voy a ser papá —dijo al fin, con un tono que desbordaba felicidad.
El silencio fue seguido por un estallido de voces.
—¡Qué bendición! —exclamó Juana, llevándose las manos al rostro.
—Mi nieto, ya era hora —hablo Elena con elegancia.
—¡Dios mío! —dijo Valentina, corriendo a abrazar a Greeicy—. ¡Voy a tener un hermanito!
Aníbal, que pocas veces mostraba abiertamente sus emociones, se levantó y estrechó a Dylan en un fuerte abrazo.
—Felicidades. Ya me pusiste viejo.
Elías sonrió ampliamente, y con voz sincera agregó:
—Gracias por permitirme ser parte de todo esto. Nunca pensé tener una familia así… y ahora voy a tener hasta un sobrino.
Greeicy se levantó con esfuerzo y, conmovida, lo abrazó con fuerza.
—Tú eres familia, Elías. Siempre lo serás.
Juana se unió al abrazo, y pronto todos se fundieron en un círculo cálido, con lágrimas y sonrisas mezcladas.
El brindis de unión
La celebración improvisada se convirtió en una fiesta íntima. La mesa del comedor se llenó de platillos preparados por Juana y brindis espontáneos. El aire olía a pan recién horneado, vino espumoso y flores que decoraban el centro de la mesa.