Tiempo después
El mar brillaba bajo la caricia suave del atardecer. La arena, tibia todavía por el sol de la tarde, se deshacía entre los dedos de Valentina mientras corría descalza junto a su hermano menor. Cada paso dejaba huellas pequeñas que el oleaje venía a besar y borrar, como si el tiempo mismo jugara con ellos.
Valentina, con su cabello suelto y ondeante, reía a carcajadas. A sus diez años se había convertido en una niña fuerte, creativa y feliz. En su rostro ya no quedaba rastro del dolor que había marcado su infancia.
A su lado, un pequeño de 2 años trataba de seguirle el ritmo. Su cabello oscuro brillaba con reflejos dorados bajo la luz, y sus ojitos grandes, iguales a los de Dylan, estaban llenos de curiosidad. Tropezaba de vez en cuando, pero Valentina lo tomaba de la mano con ternura, como si quisiera guiarlo en cada paso de su corta vida.
—¡Más rápido, Matías! —exclamó Valentina, estirando su brazo para jalarlo suavemente.
El niño jadeaba, pero sonrió, mostrando sus pequeños dientes. De pronto, sus labios se movieron con esfuerzo y dijo con voz titubeante:
—¡Va… Va-le!
Valentina se detuvo en seco, sorprendida. Sus ojos se abrieron de par en par, y una carcajada emocionada escapó de su garganta.
—¡Papá, Greeicy! —gritó, volteando hacia la orilla donde Dylan y Greeicy los observaban—. ¡Dijo mi nombre! ¡Matías dijo mi nombre!
Dylan corrió hacia ellos, su corazón palpitando como si fuera el primer logro de su hijo. Alzó al niño en brazos, girando con él en el aire mientras Matías reía.
—¿Qué dijiste, campeón? —preguntó Dylan, besándole la mejilla.
El pequeño, riendo, repitió entre risitas:
—¡Va-le!
Greeicy llegó enseguida, con los ojos brillando de emoción. Acarició el cabello de su hijo y lo llenó de besos.
—Mi amor, tus primeras palabras claras… ¡Y fue el nombre de tu hermana! —exclamó con ternura.
Valentina infló el pecho con orgullo. —Eso es porque yo soy su favorita —dijo, fingiendo seriedad, aunque no pudo ocultar la risa.
—No te emociones tanto —replicó Dylan en broma, dándole un suave coscorrón cariñoso—. Lo siguiente que dirá será “papá”. ¿Verdad, campeón?
El niño lo miró con una sonrisa traviesa, como entendiendo el reto, y balbuceó algo que sonó parecido a “pa-pa”. Dylan lo abrazó con tanta fuerza que Greeicy tuvo que reír.
—Está claro —dijo ella—. Va a ser un niño que une a todos.
Los cuatro caminaron juntos hacia la orilla, donde las olas mojaban suavemente sus pies. El aire estaba impregnado del olor a sal, a algas y a arena húmeda. El viento hacía ondear el vestido blanco de Greeicy y levantaba mechones rebeldes del cabello de Dylan.
Valentina, pensativa, se quedó mirando el horizonte teñido de naranja y púrpura. El mar parecía infinito, como lo eran sus pensamientos en ese momento.
—Papá… —dijo de pronto, sin apartar la vista del agua—. ¿Te puedo decir algo?
—Lo que quieras, mi niña —respondió Dylan, tomándola de la mano.
Ella se giró hacia Greeicy, con los ojos brillantes de emoción. —Yo te escogí, Greeicy —dijo con voz clara y firme—. Te escogí como la esposa de mi papá… porque sabía que tú ibas a sacarlo de la tristeza. Sabía que lo ibas a hacer feliz. Y a mí también.
Greeicy sintió que el corazón se le apretaba con fuerza. El nudo en la garganta era tan grande que apenas podía hablar. Se agachó hasta quedar a la altura de Valentina, y la abrazó con fuerza, aspirando el aroma a sal y sol de su cabello.
—Gracias, Valen… —susurró con lágrimas rodando por sus mejillas—. Gracias por darme la oportunidad de amarlos.
Dylan miraba la escena con los ojos húmedos. Su voz salió ronca, cargada de gratitud.
—No tienes idea de lo que significas para mí, Greeicy. Valen tiene razón: tú eres la razón por la que seguimos aquí, juntos, felices.
El pequeño Matías, contagiado por la emoción aunque no comprendía del todo, extendió sus bracitos.
—¡Ma-má! ¡Pa-pá!
El corazón de Greeicy casi estalló. Dylan lo alzó otra vez, y los cuatro se abrazaron fuerte, envueltos en la calidez del momento y en el murmullo eterno del mar.
—Somos una familia —murmuró Dylan, besando primero a Valentina y luego a Greeicy en la frente—. Y eso no cambiará nunca.
Valentina, sonriendo, se acomodó contra el costado de Greeicy y tomó la mano de Matías.
—Entonces, prometamos algo —dijo con solemnidad infantil—. Que siempre vamos a estar juntos, pase lo que pase.
—Prometido —respondió Dylan, sin dudar.
—Prometido —añadió Greeicy, acariciando la mejilla de Valentina.
Matías, sin entender demasiado, levantó su manita y dijo con voz clara:
—¡Pome… tido!
La risa estalló entre los tres, mientras el niño los miraba orgulloso por haber repetido su palabra nueva.
El sol comenzó a ocultarse tras el horizonte, pintando el cielo de tonos rosados y violetas. Dylan tomó la mano de Greeicy, Valentina sujetó la otra, y Matías, con sus pasitos tambaleantes, se unió a ellos.
De pronto, Valentina soltó una carcajada.
—¡Vamos a correr los cuatro!
Sin esperar respuesta, echó a andar por la arena húmeda, arrastrando consigo a su hermano. Dylan y Greeicy rieron y los siguieron, corriendo juntos, sintiendo la brisa en el rostro, el latido acelerado del corazón y el eco de sus risas mezclándose con el canto de las gaviotas.
El mundo parecía detenerse: solo eran ellos, cuatro almas unidas, dejando huellas que pronto serían borradas por el mar, pero que permanecerían grabadas para siempre en la memoria de su familia.
El último rayo de sol los envolvió como un abrazo dorado, y en ese instante Dylan y Greeicy se miraron con la certeza absoluta de que esa era su mayor obra: una familia completa, un amor que había vencido el dolor, y la promesa eterna de caminar juntos hasta el final.
FIN.
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