El Código Luis

1. HABÍA UNA VEZ

A los doce años, mi mundo giraba en torno a la música, las películas y los juegos de computadora de los cuales llevaba registros en un cuaderno desde el cual ilustraba historietas imaginando que tenía mis propios canales con programación: uno para música, otro para películas, otro para dibujos animados. Ese canal se llamaba “CAnimación”, algo así como un neologismo entre las palabras “Canal de Animación” el cual lo mantuve con resmas de papel completas y cuadernos llenos desde los siete hasta los trece años, más o menos.

Para mi canal propio de dibujos animados, dibujaba historietas al igual que para las novelas de las siestas o para las películas. En el servicio de TV por cable venía adjunta una revista con la programación las veinticuatro horas de todos los canales que incluía y copiaba mi propia “programación” inclusive los listados de los rankings de canciones más escuchadas de MTv y Much Music con las canciones más pedidas día tras días. Copiaba las reales y creaba mis propias bandas musicales (esto creo que lo venía haciendo desde los cinco o seis años). Una de esas bandas era RITMO, otra CORAZÓN y hubo un par de emulaciones más a Bandana, Erreway y Kudai.

¿Cómo es posible que un niño dedicara tantas y tantas horas a crear mundos completamente ficticios? Resmas de papel de quinientas hojas, cuadernos tapa dura de ochenta y cuatro hojas, otros tapa blanda de sesenta hojas, lápices negros (ya que no le gustaban los lápices de colores o las lapiceras) y sacapuntas (porque le gustaba el olor de la madera cuando quedaba el grafito finito, eligiendo usar poco y nada la goma de borrar).

Si te quedaste pensando en una respuesta a la pregunta que acabo de hacerme, probablemente la hayas encontrado: era un niño sumamente solitario.

Se divertía solo, le costaba hacer amigos, no se entendía con los niños de su edad quienes muchas veces lo tomaban de saco de boxeo en la calle.

También se entretenía pasando muchas horas con juegos de computadora y programas sin acceso a internet excepto cuando iba a un cyber.

Adentrado en la pubertad, esa bendita etapa en la que cualquier chico tiene que poner en jaque todo el mundo anterior, ser destruido y construir uno completamente distinto ajustado a la vida adulta donde la magia de crear se condenaba con vileza, empezó a romper cuadernos en secreto, a tirarlos, a esconderlos, que nadie los viera. Su madre rescató algunos dibujos y se los pasó a una vecina (o bien, ya no tenía dónde seguir guardando entonces le pasó un par a la vecina, nunca se sabrá a ciencia cierta), pero aún así él fue por todo y no dejó nada. Cuando creces y tienes que destruir un mundo que te avergüenza, a veces duele, pero se vuelve aún más complejo cuando tienes que destruir tantos mundos.

Entonces, a los doce para los trece, ya en su primer año de la secundaria, sólo se quedó con la música.

No más dibujos, no más ficción, no más crear historias, solo escuchar música. Era una época divisoria entre “emos” y “floggers”, pero puede que era muy chico para identificarse con uno u otro, además que siempre vio ambas modas con un poco de envidia porque implicaba relacionarse con otros y tener amigos. Él no tenía amigos porque no quería tenerlos, prefería la soledad aunque la padecía también. Y mucho.

Hasta que un día llegó una compañera nueva a su curso. Una chica de trece que había repetido un año y que era muy bonita, pero silenciosa. No le llamaba la atención ella como chica atractiva, tampoco habían manera que sucediese jamás sino que se acercaron uno con el otro porque eran silenciosos los dos, tenían gustos musicales en común con bandas (Paramore, Kudai, My Chemical Romance) y ambos seguían los conteos musicales de MTv.

Hicieron par con otra compañera que era medio vecina con la cual el niño se hablaba de vez en cuando en visitas después de la escuela o fiestitas de cumpleaños, sin ser genuino el vínculo hasta ese momento.

Sin embargo, el chico se sentía muy compenetrado en la música que escuchaba.

Conoció Decode, de Paramore.

Vio que estaba inspirado en el libro Crepúsculo de Stephenie Meyer, pronto a ser película y decidió acercarse a una biblioteca para ver si encontraba el libro o de qué se trataba. No concebía la lectura como algo por placer, pese a que ya había leído libros por placer y escritor por placer sin ser consciente de ello en verdad.

Entonces, el encuentro con las estanterías cambió su vida de una manera irrevocable de ahí en más.

 

 

*****

Este libro corto corresponde al desafío de Booknet hacia los autores de escribir nuestras autobigrafías. Admito que fue en cierto modo sanador hacerlo. Espero que disfruten la lectura, recuerden seguir, comentar, votar, etc.

PD: El cambio de primera a tercera persona en este capítulo es intencional, los demás están narrados solo en primera persona.

Gracias (:




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