El Corazón que Faltaba

Prefacio

El Eco del Silencio

Bruges, Bélgica

Mathis

El teléfono suena. El sonido corta el aire de la oficina como un cuchillo, frío y punzante. Miro la pantalla y es un número desconocido. La habitación parece respirar conmigo, como si el mundo estuviera a punto de partirse en dos. Y cuando escucho que la mujer al otro lado de la línea se presenta, sé que tengo razón.

—Señor De Clercq… ha habido un accidente.

Las palabras flotan en el aire, pero no las entiendo. No quiero entenderlas. Todo dentro de mí se congela y se acelera al mismo tiempo. El aire no llega a mis pulmones. La voz al otro lado sigue hablando, pero ya no escucho. Solo sé que debo correr. Debo llegar.

Llego al hospital antes de darme cuenta y con el corazón latiéndome en las sienes. El frío de Bruges me golpea, pero no lo siento. Solo siento el peso que aplasta mi pecho, esa sensación imposible de que el suelo se ha desvanecido bajo mis pies.

Cuando atravieso las puertas de urgencias, todo parece ir demasiado rápido y a la vez, en cámara lenta. Gente hablando, luces parpadeando, el sonido constante de pasos y voces entremezcladas. Me acerco al mostrador con mis manos temblando.

—Mi esposa… mi hijo… ¿Dónde están? ¿Están aquí? ¿Están bien?

La enfermera me mira con una tristeza que nunca había visto. Un tipo de tristeza que no puedes fingir. No necesito que diga nada. Mi mundo ya se ha derrumbado.

—Lo siento mucho, señor De Clercq…

No. No. No puede ser. Me niego a creer que esto está pasando. Mi mente rechaza las palabras, lucha por escapar de la realidad que me están imponiendo. Pero ella sigue hablando. Dice algo sobre el accidente, sobre una colisión, muerte cerebral… No importa lo que diga. Todo lo que sé es que han muerto. Se han ido.

Mis piernas flaquean, pero me obligo a avanzar mientras me llevan a una habitación. Y allí están ellos. Mi esposa, con su piel pálida y quieta, y mi hijo… mi pequeño… Mi pequeño Louis está inmóvil en una cama demasiado grande para él.

Caigo de rodillas al lado de ambos. No siento el frío del suelo ni el peso de mi propio cuerpo. Solo experimento un dolor tan profundo que es indescriptible. Es como si alguien hubiera arrancado mi alma de golpe.

—Por favor… no me dejen… —Mi voz se quiebra, suena tan rota como yo. Me aferro a sus manos, las acaricio, esperando que el calor vuelva, que respiren, que todo esto sea una pesadilla. No obstante, la frialdad es real. La ausencia es real.

Los besos que ya no podré darles. Las palabras que ya no podré decirles.

He perdido todo. He perdido mi mundo.




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