El Corazón que Faltaba

Capítulo 1: Vecinos Nuevos, Corazones Viejos

«Un nuevo comienzo es lo que necesitamos para dejar el dolor atrás y respirar aire lleno de libertad».

Bruges, Bélgica

Anouk

Sello la última caja antes de levantar la mirada para observar el vacío que me rodea. Las paredes descubiertas de esta casa solo lo hacen más real; fuimos felices aquí, pero es hora de comenzar de nuevo en otro lugar.

—Mamá, ¿has visto al señor M? —La voz de mi hija está llena de preocupación.

—Debe estar en la caja de tus juguetes, Len.

—Pero… —se cruza de brazos y pone un gran puchero en sus labios—. Quería llevar a mi amigo conmigo durante el viaje, mamá. El señor M tranquiliza mi corazoncito.

—Lo sé, cariño. Fue mi error haberlo empacado, lo buscaré para ti.

—No, está bien. Soy una niña grande, ¿cierto? No me dará miedo, mami.

Lena tiene cuatro años, pero todo lo que ha tenido que vivir a su corta edad la ha hecho una niña madura y comprensible. Supongo que por eso también intento consentirla en todo lo que sea razonable.

—El viaje no durará más de una hora, cariño. Estaremos bien.

—De acuerdo.

La veo llevar sus brazos a su espalda y mover los pies de un lado a otro, eso solo implica una cosa: quiere preguntarme algo y no sabe cómo hacerlo. Me siento en la silla plástica que no he empacado para estar a su altura, Lena se acerca y abro mis brazos para cobijarla con ellos. Cuando nos separamos me mira a los ojos y sé que está lista para hablar.

—¿Papá me vendrá a visitar a la nueva casa? —cuestiona.

Mis ojos inician a picar, un indicio de que las lágrimas quieren escapar de ellos. Empujo con fuerza mi lengua contra mi paladar hasta que la sensación pasa y sé que podré hablar sin echarme a llorar o que mi voz salga ahogada.

—Papá está muy ocupado con el trabajo, tuvo que viajar fuera del país y no sabe cuándo regresará, Lena. —explico con calma—. Sin embargo, tan pronto como me diga que ha regresado, te avisaré.

«No te lo dirá, no quiere saber nada de ustedes», me recuerda mi mente.

Sí, acabo de mentirle a mi hija de tres años porque, ¿qué se supone que debo decirle? ¿Que su padre se marchó con otra mujer? ¿Que comenzó dicha aventura mientras yo estaba en el hospital velando y cuidando de su salud? No, prefiero mentirle porque la sola idea de hacerle daño me aterra. Lena es mi milagro, mi tesoro más preciado y haría o aguantaría cualquier cosa por ella: incluso perder a mi esposo.

—Está bien, mami. —Me da otro abrazo.

La aprieto contra mi pecho para infundirme de energía. Al separarnos, le doy una sonrisa amorosa antes de levantarme y llevar la caja que terminé al coche. Luego regreso por mi hija y cierro la puerta detrás de nosotras. Acomodo a Lena en su silla y le paso el cinturón, compruebo que esté bien sujeta para luego erguirme, darle una última mirada al que fue mi hogar por tres años. Sí, fuimos felices aquí, pero es hora de seguir adelante y hacer de otra casa nuestro hogar.

Me subo al auto y conduzco hasta llegar a la autopista E40 que nos llevará a Bruges, un pueblo pintoresco a una hora y media de Bruselas. A pesar de ser un trayecto relativamente corto, hago varias pausas para que Lena pueda ir al baño, también para picar los snacks que preparé para ambas y disfrutar del paisaje.

—Hay tantos árboles… —jadea con la cabeza pegada en la ventana.

—Lo sé, habrá muchos más una vez que lleguemos. —le aseguro.

Elegí Bruges precisamente por eso, por sus paisajes y su tranquilidad. Compré una casa pequeña y pintoresca a las afueras del pueblo, pero que queda cerca del centro. El dinero para la casa lo obtuve del divorcio con Laurent; esa fue la indemnización que recibí por ser engañada de manera tan vil. Laurent no estaba feliz, así que mi abogado tuvo que recurrir al chantaje para hacer que él cediera y me diera el dinero. Me negué a tener que vivir por más tiempo en la casa anterior, donde fui engañada en incontables ocasiones. Lo que más me duele es que lo hizo bajo la excusa de que lo desatendí, como si estar con Lena en el hospital no hubiera sido una prioridad, mi prioridad.

—Mamá, ¿podré ir a la escuela? —La dulce voz de mi niña me saca de mis pensamientos.

—Ya hablamos de eso…

—Lo sé, pero ya estoy bien, el doctor dijo que estoy bien —me interrumpe—. No me agito cuando corro y no estoy cansada todo el tiempo, late bien —se toca el pecho para que sepa de lo que habla.

—Veremos las opciones una vez que nos acomodemos, ¿de acuerdo?

—Sí, gracias, mami.

—De nada, mi pequeña estrella.

Pongo canciones infantiles para el resto del trayecto, una hora más tarde pasamos el letrero de bienvenida del pueblo y dependo enteramente del GPS para llegar a la casa que compré. Por suerte para mí, las indicaciones son claras y no demoro ni diez minutos en detenerme frente a la casa adosada típica de Bruges. La fachada es de ladrillo rojo y ventanas arqueadas enmarcadas por contraventanas de madera. El techo está cubierto de tejas oscuras que han adquirido un ligero brillo, dándole un toque acogedor y antiguo. En el frente, una pequeña puerta de madera pintada de azul celeste invita a entrar, mientras que una enredadera de hiedra trepa por una de las esquinas de la fachada, aportando un aire romántico y tranquilo.




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