«El señor amargado debería sonreír más, quiero hacerlo reír hasta no poder más».
Bruges, Bélgica
Lena
Me gusta nuestra nueva casa. Es pequeña y vieja, pero huele a madera y a flores. Mi cuarto tiene una ventana que da al jardín de atrás, donde hay un árbol grande y una banca colgante que se mueve con el viento. Mamá dice que aquí podemos ser felices, que esta casa nos estaba esperando desde hace tiempo, como si supiera que necesitamos un nuevo comienzo. Pero aun así, hay algo que me pone triste.
Extraño a papá.
Mamá dice que ahora lo veremos menos, porque él se fue de viaje por trabajo, y que vendrá a visitarme cuando pueda. Sé que no debo preguntar, pero algunas noches, cuando la escucho suspirar en su cuarto, siento que la culpa es mía. He oído a mamá hablando con sus amigas sobre «el divorcio», una palabra que suena pesada, seria y que las pone de mal humor, y sé que las cosas entre ellos no están bien.
A veces, pienso que mamá y papá se separaron por mi culpa. Mis amigas en la escuela siempre hablan de sus papás, de cómo se quieren y salen juntos los fines de semana. En cambio, mamá y papá siempre discutían, y yo era quien tenía que escuchar sus voces subiendo de tono. Una vez, oí a mamá decir que no podía más, y entonces papá se fue. Pero aunque extraño a papá y lo quiero, no quiero que vuelva con mamá. Mamá ya ha llorado demasiado, y sé que ella también necesita una nueva vida, aunque a veces me dé miedo que eso signifique alejarme de papá.
Siento una punzada en el estómago cuando pienso en esto, así que decido concentrarme en algo diferente. Me acerco a la ventana de la sala y echo un vistazo hacia la calle. Es entonces cuando veo al «hombre gigante» por primera vez. Está bajándose de su auto, y parece molesto. Tiene el ceño fruncido y una expresión como si alguien acabara de robarle algo importante. Sus ojos son oscuros y serios, y lleva el cabello algo despeinado, pero en lugar de darme miedo, siento mucha curiosidad. Me recuerda a esos personajes en los cuentos que mamá me leía, esos que tienen una historia secreta y oculta, y que nunca sonríen.
Me alejo de la ventana y voy hacia la cocina, donde mamá está guardando cosas en los cajones.
—Mami, ¿quién es ese hombre gigante que está en la entrada? —pregunto, sintiendo que mi curiosidad me empuja a averiguarlo todo.
Mamá se detiene por un momento y me lanza una mirada rápida. Suspira como si estuviera cansada y niega con la cabeza.
—Es nuestro vecino, Lena. Pero quiero que te mantengas alejada de él, ¿sí? No parece alguien muy... amable.
«Amable o no», pienso, quiero conocerlo. Algo en su cara me hace sentir como si estuviera muy, muy solo, y yo sé lo que se siente eso. Así que cuando mi mamá se voltea a buscar algo en el cajón, me escabullo rápido y salgo de la casa. Camino de puntitas hasta la entrada, y luego, sin pensarlo más, echo a correr hasta él.
—¡Hola! —digo, un poco sin aire por la carrera, pero con una sonrisa bien grande.
El hombre gigante se voltea y me mira como si estuviera sorprendido, casi como si no pudiera creer que estoy aquí. Sus ojos furiosos me estudian de arriba abajo, y, por un segundo, parece aún más enojado. Pero yo mantengo mi sonrisa. No quiero que piense que tengo miedo, porque no lo tengo. Bueno, un poco, tal vez.
—¿Quién eres? —pregunta, sin sonreír. Su voz es profunda y suena casi como un trueno.
—Soy Lena. Lena De Wilde. ¿Y tú? —le pregunto, poniendo mis manos en la cadera, igual que mamá cuando quiere respuestas.
El hombre gigante suspira y, después de unos segundos, dice:
—Mathis.
Yo lo miro, pensando en lo raro que suena su nombre, y no puedo evitar reír un poquito.
—¿Manthis? ¿Como el insecto? —me burlo, tapándome la boca.
Él pone los ojos en blanco y frunce el ceño, como si hubiera dicho algo muy tonto.
—No. Mathis. No es como el insecto —dice con esa voz seria y gruñona.
No puedo evitar sentir que está siendo grosero, y, como siempre me dice mamá que sea valiente, decido hacer algo al respecto. Doy un paso adelante, y le piso el pie con todas mis fuerzas. Él hace una mueca, sorprendido, y yo sonrío satisfecha.
—Eso es por ser tan gruñón. Adiós, señor Manthis —le digo, y salgo corriendo de regreso a casa, dejando al hombre gigante atrás.
Cuando llego a la entrada, miro hacia atrás y lo veo mirándome, aún sin creer lo que acaba de pasar. Me da un poco de risa su cara de sorpresa, y entro a la casa antes de que mi mamá se dé cuenta de lo que he hecho. No sé por qué, pero creo que el señor Manthis va a ser más interesante de lo que pensaba.