«No me gusta la incomodidad que me provoca porque siento el impulso de comportarme mejor, de ser mejor para ellas».
Bruges, Bélgica
Mathis
Estar en este local no era lo que tenía destinado, debo llenar papeles y permisos; sin embargo, aquí me hallo, cubriendo a uno de mis trabajadores porque se enfermó y los demás agentes estaban ocupados. No tengo dotes de vendedor —por algo me dedico a la parte administrativa de mi empresa—, pero tampoco puedo cancelar a un cliente potencial y más teniendo en cuenta lo difícil que está el mercado mobiliario. Esta propiedad en particular ha estado vacía mucho tiempo y ya es hora de que sea alquilada.
Me cruzo de brazos y espero en silencio, pensando en lo necesario que es encontrar inquilinos comprometidos para revitalizar esta área del centro. El tipo de persona que se interesaría en un local como este, normalmente es alguien con una visión clara, alguien con ideas… Alguien que no bloquee entradas de manera imprudente.
Sonrío con un poco de amargura al recordar a mi nueva vecina. No he podido quitármela de la cabeza desde el día en que llegué a casa y su coche bloqueaba mi entrada. Ella, con su sonrisa fácil y su actitud demasiado confiada, y luego esa palabra —energúmeno— que soltó con tanta ligereza. Tengo que reconocer que nunca me habían llamado así, al menos no de frente. Pero ahora estoy aquí, y no puedo evitar pensar en esa mujer cuando imagino que tengo que encontrarme con alguien que, por lo que mencionó Leo, también es una mujer. Supongo que he perdido la sensibilidad al hablar con mujeres, dado que la última con la que conviví fue mi Elise. Han pasado tres años y la extraño con locura, tanto a ella como a mi pequeño.
Un ruido en el exterior me saca de mis amargos pensamientos. Escucho la puerta abrirse, y cuando levanto la vista, mi pecho se tensa. Es ella, mi vecina.
Por lo que escuché cuando fui a la cafetería esta mañana, su nombre es Anouk. La mujer de la sonrisa fácil y la hija curiosa y traviesa. La misma que me llamó energúmeno sin pensarlo. Ella me observa con sorpresa, igual que yo, aunque intento que no se note. Enderezo la espalda y borro cualquier reacción de mi rostro.
—¿Vecino? —pregunta, reconociéndome después de unos segundos. Su tono es algo nervioso, aunque me dedica una sonrisa educada.
—Señor De Clercq. Mathis De Clercq —corrijo con tono profesional, manteniéndome serio. No quiero hacer esto más incómodo de lo que ya es.
—Oh… sí, claro —responde, aclarándose la garganta y mirando a su alrededor, quizás buscando a alguien más—. Soy Anouk De Wilde.
—Mi asesor, Leo, está enfermo —explico sin darle oportunidad de preguntar—. Así que estoy aquí en su lugar.
Ella asiente, y noto cómo recupera su compostura, como si nuestra… experiencia anterior no significara nada. Me sorprende que ni siquiera haga un comentario sobre ello, pero quizás es mejor así. Después de todo, estoy aquí para trabajar, no para recordar momentos incómodos.
—Bien, entonces… ¿Le parece si comenzamos? —inquiero, señalando el interior del local.
Asiente y me sigue con pasos cuidadosos. Hay algo en su mirada, un brillo de ilusión mezclado con una seriedad que me llama la atención. Aun así, me concentro en el trabajo.
—Este espacio es amplio como puede ver, y tiene buena iluminación natural. Ideal para un negocio que requiera de espacio de exhibición —le explico, manteniendo un tono impersonal. —Tenemos una instalación eléctrica reciente y conexión de internet de alta velocidad, lo cual es bastante demandado en esta zona.
—Me gusta el tamaño —comenta ella, mirando alrededor con interés y tocando una de las paredes como si estuviera probando su solidez—. ¿Y sobre los permisos? ¿Ya están todos en regla?
Me impresiona su enfoque. La mayoría de los interesados que vienen a ver propiedades no se preocupan tanto por detalles técnicos hasta que se deciden. Pero Anouk parece tener claro lo que busca.
—Sí, todo está en orden. Solo necesitaría los permisos específicos dependiendo del tipo de negocio que quiera abrir, pero, en cuanto a estructura y seguridad, no hay nada que deba modificar.
Ella asiente y sigue explorando. Observo cómo se mueve, tocando algunos detalles, midiendo mentalmente el espacio. Me doy cuenta de que hay algo en ella, una especie de determinación en sus ojos que me resulta familiar. Es el mismo brillo que yo solía tener cuando recién inicié mi empresa, con ganas de construir algo propio, sin importar los obstáculos.
Pasados unos minutos, termina de recorrer el lugar y se detiene, volviendo su atención hacia mí.
—Gracias por mostrarme el espacio —dice, con una sonrisa ligera. Casi puedo ver que hay algo en su rostro, una mezcla de esperanza y entusiasmo, y no puedo evitar preguntarme qué significaría este lugar para ella.
—¿Ya sabe qué tipo de negocio quiere abrir? —cuestiono con sana curiosidad.
—Una tienda de artesanias.
Asiento y doy un paso hacia la puerta, listo para terminar la visita.
—Ah, y… sobre lo del otro día —hablo, aunque no es algo que haga a menudo. Pedir disculpas, aclarar malentendidos… no son mi estilo—. Fue un malentendido. Quizá fui… —Me detengo un momento, buscando la palabra correcta—. Un poco brusco.