«Un pequeño acercamiento es lo que basta para abrir nuestros corazones ante nuevas posibilidades».
Bruges, Bélgica
Mathis
Estoy regresando del mercado, cuando la veo. Anouk está en el local nuevo, que parece estar más cerca de convertirse en una pequeña tienda de artesanías que cuando se lo entregamos, con cajas apiladas por todos lados y un estante a medio ensamblar. Está agachada, intentando colocar una repisa que parece más rebelde de lo que debería, su rostro concentrado, una gota de sudor en su frente.
No sé por qué, pero me detengo. Observo la escena por un momento desde la camioneta, dudando. He pasado los últimos años de mi vida evitando meterme en los problemas ajenos, manteniendo mi mundo pequeño, a salvo de los demás. Sin embargo, verla ahí, peleando con ese mueble como si fuera una guerra personal… algo en mí se activa.
Resoplo, casi frustrado conmigo mismo, y antes de darme cuenta, ya estoy bajando de la camioneta.
—¿Necesitas ayuda? —pregunto sin mucha ceremonia.
Anouk se gira con sorpresa. Sus ojos se encuentran con los míos, y hay un destello de algo en su mirada, tal vez curiosidad o quizás simple agotamiento. Ella asiente con una sonrisa suave.
—No te negaré la ayuda —dice, acomodándose el cabello que se le ha escapado de la coleta—. Este estante parece tener algo en contra de mí.
Me acerco, y sin decir nada, tomo el extremo del estante y comenzamos a empujar juntos. Trabajamos en silencio al principio, ambos concentrados en el acto mecánico de ensamblar la madera y ajustar los tornillos. Siento sus movimientos coordinándose con los míos, un ritmo que surge de forma natural, y por primera vez en mucho tiempo, no siento incomodidad por la necesidad de decir nada para llenar el silencio.
Pero pasados unos minutos rompo el silencio, casi sin darme cuenta.
—Este pueblo… tiene una manera especial de probar la paciencia de los recién llegados.
Ella suelta una risita y se recuesta contra una de las cajas, limpiándose las manos en un paño. La observo de reojo, intrigado por su comportamiento y por todo en ella.
—Definitivamente, es una prueba de resistencia —responde, y su voz lleva una pizca de humor—. Pensé que sería más fácil adaptarme, pero… bueno, hay cosas que no anticipé.
—¿Como la falta de espacios en la escuela? —interrogo sin rodeos, recordando lo que escuché de Lena el otro día.
Anouk suspira y asiente, con una mirada cansada.
—Sí… Lena pregunta todos los días cuándo podrá ir a la escuela y hacer amigos. Me he pasado semanas llamando a todas las escuelas del área, pero nada. Y aunque intento mantenerla ocupada, sé que necesita algo más. Algo que yo, por mucho que lo intente, no puedo darle.
Por alguna razón, esa confesión hace que me sienta… incómodo. No por ella, sino porque me recuerda a una persona, alguien que, como Anouk, también enfrentaba el mundo con una determinación que me parecía admirable.
Me aclaro la garganta, quitando la mirada de ella y enfocándome en el estante que finalmente hemos logrado ensamblar.
—Puedo ayudarte con eso —digo casi sin pensar.
Anouk me mira, sorprendida.
—¿En serio? —indaga con un escepticismo mezclado con esperanza.
Asiento, intentando no demostrar que su entusiasmo me afecta más de lo que debería.
—Conozco al director de la escuela del pueblo. Era un buen amigo de mi familia… podría hablar con él, ver si puede hacer alguna excepción para Lena. Este tipo de trámites suelen ser más flexibles cuando uno conoce a la gente correcta.
Ella me sonríe de una manera que me desarma por completo, y casi siento que me he metido en algo más complicado de lo que imaginaba. Pero, al mismo tiempo, hay una parte de mí que no puede evitar sentirse… bien.
—Mathis, eso sería increíble —dice, y su voz tiene un tono suave y sincero—. No sé cómo agradecerte.
Me encojo de hombros, fingiendo indiferencia.
—No es nada. Supongo que es mi manera de compensar la impresión que te llevaste de mí cuando nos conocimos.
Ella ríe, y su risa es una de esas cosas que llena la habitación, ligera y natural.
—Bueno, digamos que no fue la mejor primera impresión —admite, entrecerrando los ojos en broma—. Pero esto lo compensa.
Nos quedamos en silencio de nuevo, y aunque lo normal es que me sienta incómodo con la proximidad, esta vez es diferente. La veo trabajar, mover cajas, organizar cosas en los estantes, y me doy cuenta de que hay algo en esta escena que se siente… correcto. Tal vez es su determinación, o quizás es la forma en la que se preocupa por su hija, una preocupación que me recuerda al pasado, a algo que creía olvidado.
Finalmente, las cosas pesadas y complejas están en su lugar, y yo debería irme, pero algo me retiene.
—¿Por qué decidiste mudarte aquí? —averiguo de repente, sorprendiéndome a mí mismo. No suelo averiguar cosas personales, y menos a alguien a quien apenas conozco, pero la pregunta se me escapa antes de poder detenerla.