«Una invitación, por sencilla que sea, puede alegrar a un alma entristecida».
Bruges, Bélgica
Anouk
El aroma del pan recién horneado llena la cocina mientras reviso la lista de pendientes para la reunión de esta noche. Servilletas, platos, vasos… ¿Me estaré olvidando de algo? He planeado este pequeño encuentro con la esperanza de empezar a integrarnos al vecindario. Si algo he aprendido en estas últimas semanas es que las conexiones importan, y aquí, en este lugar nuevo, me siento como una hoja flotando sin raíces. Lena parece adaptarse más rápido que yo; ya ha hecho de las flores de Mathis sus confidentes y ha comenzado a referirse a él como «Manthis», lo que siempre me arranca una sonrisa.
Sin embargo, la idea de que ese hombre sea parte de nuestra vida me provoca una sensación extraña, casi incómoda. Lena insiste en que lo invite esta noche. No dejo de preguntarme si es una buena idea.
—Mamá, por favor —dice Lena, balanceándose en el borde de una silla mientras termina su desayuno—. Manthis también necesita amigos. ¿No crees que estaría triste si no lo invitamos?
Me detengo, cuchillo en mano, frente a una hogaza de pan a medio cortar. ¿Triste? ¿Mathis? La imagen me parece difícil de conjurar. Ese hombre tiene la habilidad de hacerte sentir como si estuvieras invadiendo un terreno sagrado con solo mirarte. Y sin embargo, Lena no ve al gruñón malhumorado que conocí el primer día. Ella ve algo más, algo que aparentemente yo no alcanzo a percibir.
—No estoy segura de que le interese, Lena. No parece del tipo que disfruta de las reuniones —respondo, intentando ser diplomática.
—Pero deberíamos intentarlo. A lo mejor cambia de opinión si lo pides tú —insiste Lena, mirándome con esos ojos grandes que siempre logran desarmarme.
Suspiro.
—Está bien. Lo intentaré —cedo, aunque una parte de mí se arrepiente tan pronto como las palabras salen de mi boca.
Más tarde, con el sol de media tarde iluminando el vecindario, me encuentro frente a la puerta de Mathis. El corazón me late con fuerza, como si estuviera a punto de hacer algo indebido. No entiendo por qué me siento así. ¿Es por su actitud distante? ¿Por la tensión incómoda que aún parece colgar entre nosotros a pesar de que hemos compartido un par de momentos civilizados?
Toco la puerta, y el sonido parece resonar más fuerte de lo que debería. Me arrepiento al instante. Tal vez no debería haber venido. Podría haberle dicho a Lena que no estaba en casa, pero ahora es tarde.
La puerta se abre, y allí está él. Mathis. Su expresión es estoica, aunque su mirada me analiza con curiosidad. Parece sorprendido de verme aquí, lo cual no es exactamente un aliciente para continuar.
—¿Anouk? —dice, su tono lleno de sospecha.
Trago saliva y sonrío, aunque la sonrisa se siente forzada.
—Hola, Mathis. Espero no estar interrumpiendo.
—No, no interrumpes —responde, aunque su voz carece de entusiasmo.
El silencio que sigue se alarga demasiado. Carraspeo y me apresuro a hablar.
—Verás, estoy organizando una pequeña reunión en mi patio esta noche. Nada complicado, solo una forma de conocer a los vecinos y… bueno, mostrar algunas de las cosas que planeo vender en la tienda.
Su ceja se arquea ligeramente, como si la idea le resultara absurda.
—¿Y?
Me cruzo de brazos, incómoda bajo su mirada inquisitiva.
—Y… Lena pensó que sería buena idea invitarte.
Su expresión cambia, aunque apenas. Sus labios se aprietan y parece debatirse internamente.
—No creo que sea mi tipo de evento —dice finalmente, aunque su tono no es tan firme como esperaba.
Aquí es donde habría desistido, agradecido su tiempo y regresado a casa. Pero hay algo en mí, quizás la insistencia de Lena o quizás mi propio orgullo, que no me deja rendirme tan fácilmente.
—Sé que no nos conocemos mucho, y entiendo que prefieras estar solo. Pero creo que sería bueno para ti… y para todos nosotros, si vienes. Solo será un rato.
Él no responde de inmediato. Su mirada se desvía, como si estuviera considerando seriamente lo que acabo de decir.
—Está bien —dice al fin, para mi sorpresa—. Pero no prometo quedarme mucho tiempo.
Mi alivio es tan grande que casi dejo escapar un suspiro audible.
—Gracias, Mathis. Te prometo que no será tan terrible como crees.
Cuando regreso a casa, Lena me recibe con un grito de alegría al enterarse de que «Manthis» vendrá. Yo, por otro lado, no estoy tan segura de que haya sido una buena idea. Mientras preparo el patio, colocando luces y organizando las mesas, mi mente regresa una y otra vez a Mathis.
Hay algo en él que me inquieta, más allá de su actitud gruñona. Su soledad me parece palpable, como una sombra que lo sigue a donde va. Pero también está esa vulnerabilidad que he vislumbrado en momentos breves, como cuando aceptó regar las flores con Lena. Es como si estuviera atrapado entre dos mundos: uno de dolor y aislamiento, y otro que podría ofrecerle consuelo si tan solo se permitiera alcanzarlo.
Y quizás, en el fondo, me preocupe porque veo algo de mí misma en él. Yo también he pasado por pérdidas, por momentos en los que construir barreras parecía más fácil que enfrentar la realidad. Pero tengo a Lena, mi pequeña luz en la oscuridad, para recordarme que siempre hay motivos para seguir adelante. Mathis, por otro lado, parece estar navegando esa tormenta completamente solo.