«La inocencia es la mejor herramienta para combatir la amargura».
Bruges, Bélgica
Lena
Manthis necesita sonreír, aunque él todavía no lo sepa. Desde que mamá lo invitó a la reunión de vecinos, estoy convencida de que hay una pequeña grieta en su muro de gruñón profesional. Lo sé porque ahora, cuando paso por su jardín, ya no me regaña, aunque tampoco sonríe. Pero eso cambiará hoy, porque tengo un plan infalible: ¿Cómo hacer que Manthis sonría?
Todo empieza esta mañana, aprovecho que mamá está ocupada organizando cajas para la tienda. Me pongo mi sombrero de ideas —que es el que tiene una pluma falsa y parece de detective— y diseño mi estrategia. Una fiesta de té es algo que nadie puede resistir. Y como no sé que Manthis no la organizará, decido hacerlo yo misma en su jardín.
Cargar todo es un poco complicado porque mi mesa es casi tan grande como yo. Pero lo logro, llevando las cosas poco a poco: la mesa plegable, las sillas de plástico, mi tetera especial para fiestas (que está llena de agua con hojas de menta del jardín de mamá), y, por supuesto, las tacitas que compramos en un mercado. También están mis amigas: las flores que plantamos juntos.
Cuando termino de armarlo todo, doy un paso atrás y observo el resultado con orgullo. El mantel lavanda ondea con el viento, y las tacitas brillan bajo el sol. Parece perfecto, aunque falta el invitado principal.
No tengo que esperar mucho. Escucho el ruido de pasos antes de verlo aparecer. Manthis sale de su casa con una caja de herramientas en la mano, su ceño fruncido como siempre. Por un momento, pienso que va a ignorarme, pero entonces su mirada se fija en mi mesa y, luego, en mí.
—Lena, ¿qué haces aquí?
Su tono no suena a enfado, así que me armo de valor.
—Estoy teniendo una fiesta del té —respondo con mi mejor sonrisa—. ¿Quieres unirte?
Frunce el ceño aún más, y yo que pensaba que no era posible.
—¿Por qué no estás en tu casa?
Muerdo mi labio mientras pienso en cómo convencerlo.
—Porque aquí están mis amigas —señalo las flores del jardín—. Y pensé que tal vez tú también te sentías solo.
Por un momento, algo en su expresión cambia. Casi parece triste, pero entonces resopla y niega con la cabeza.
—Lena, tengo cosas que hacer.
—Pero será rápido —insisto, juntando las manos y haciendo un puchero que nunca falla con mamá—. Por favor, Manthis.
Suspira al mismo tiempo que deja la caja en el suelo.
—De acuerdo, pero solo un momento.
Cuando se sienta frente a mí, su postura rígida lo hace parecer que está a punto de huir. Y yo no le doy la oportunidad. Le sirvo una taza de agua con menta y comienzo a hablar sobre las flores, sobre cómo crecen y sobre cómo creo que una de ellas se llama Sofía porque tiene «cara» de Sofía.
Él no dice nada y tampoco se levanta, lo que considero una victoria.
Estamos en mitad de nuestra fiesta cuando escucho a mamá llamándome desde nuestra casa.
—¡Lena!
—¡Estoy en el jardín de Manthis! —grito de vuelta, emocionada de que ahora pueda unirse a nosotros.
Poco después, aparece con las manos en las caderas y una expresión de preocupación.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Una fiesta del té —respondo con una gran sonrisa, señalando las tacitas—. Ven, siéntate con nosotros.
Mamá mira a Manthis, que parece más incómodo que nunca, y luego a mí.
—No quiero molestar.
—No molestas —digo y luego miro a Manthis—. ¿Verdad, Manthis?
Él carraspea y mira hacia otro lado, pero murmura algo parecido a un sí.
Mamá suspira y, finalmente, se sienta en la silla que había colocado para ella. Aunque está incómoda, al menos ahora seremos tres en la fiesta.
El silencio que sigue es extraño. Mamá mira las tacitas como si fueran algo peligroso, y Manthis continúa estudiando su propia taza con la misma intensidad. Decido que alguien tiene que hablar, y como anfitriona, ese alguien soy yo.
—¿Por qué no se hacen amigos? —pregunto, mirando a ambos con seriedad.
Mamá me lanza una mirada de advertencia.
—Lena, eso no es algo que simplemente… pase.
—¿Por qué no? —insisto, encogiéndome de hombros—. A mí me gustan los dos, y creo que deberían llevarse bien.
Manthis carraspea, claramente incómodo, mientras mamá suspira y aparta la mirada.
—Lena, a veces las cosas no son tan simples.
—Sí lo son.
Bebo de mi taza con la misma seriedad que he visto en películas de adultos cuando hablan de cosas importantes. Mamá niega con la cabeza, y aunque no parece convencida, noto que ya no estaba tan tensa. Manthis, por otro lado, se rasca la nuca y murmura algo ininteligible. ¿Acaso el ratón se le comió la lengua o mi té lo dejó tonto?
Tan pronto como se acaba la bebida, Mathis se levanta tan rápido que la silla cae detrás de él, murmura algo sobre trabajo y regresa a su casa. Mamá recoge mis cosas y me lleva de la mano a casa sin darme tiempo para decir algo.