«Un golpe de realidad es lo que a veces necesitamos para darnos cuenta de que no es posible regresar al pasado».
Bruges, Bélgica
Anouk
La alarma suena, pero yo ya estoy despierta. He pasado toda la noche preocupándome por cómo será el primer día de escuela de Lena. Incluso ahora, mientras me levanto de la cama, mi mente está llena de preguntas. ¿Será bien recibida? ¿Le gustará su maestra? ¿Hará amigos rápidamente o se sentirá sola?
La veo dormir junto a mí, con su carita serena y tranquila, aunque sé que anoche estaba llena de nervios. Cuando sus pequeños sollozos rompieron el silencio de nuestra habitación, me deslicé a su cama, le leí un cuento y la abracé hasta que ambas nos quedamos dormidas. Ese momento me recordó lo vulnerable que sigue siendo, a pesar de su espíritu fuerte y su risa contagiosa.
—Hoy será un buen día —murmuro para mí misma mientras la despierto con suavidad.
Lena parpadea, desorientada al principio, pero pronto recuerda lo que significa este día y su rostro cambia. De emoción a miedo.
—¿De verdad tengo que ir? —pregunta con voz temblorosa.
—Claro que sí, mi amor. Es una oportunidad para hacer nuevos amigos y aprender cosas emocionantes.
Ella no responde. Solo se acurruca más en las mantas, y yo dejo que ese momento de refugio dure un poco más antes de empezar nuestra rutina matutina.
La mañana avanza con un ritmo inquieto. Lena no deja de moverse, dando vueltas por la casa como un torbellino. Una vez parece emocionada y al minuto siguiente se detiene, su pequeña frente arrugada en una expresión de duda.
—¿Y si los otros niños no me quieren? —pregunta mientras intenta desayunar.
Mi corazón se contrae.
—Te van a querer, Lena. ¿Sabes por qué? Porque eres amable, divertida y tienes el mejor corazón.
Ella me mira con esos ojos grandes y confiados que parecen buscar en mí todas las respuestas del mundo.
—¿Lo prometes?
Sonrío y asiento, aunque por dentro comparto su miedo.
Cuando por fin salimos de casa, Lena lleva su mochila rosa llena de útiles escolares nuevos, pero sus pasos son lentos. A mitad del camino, se detiene por completo con sus ojos llenos de lágrimas.
—No quiero ir —dice con su voz rota.
Me agacho a su nivel, tratando de calmarla.
—Es normal sentir miedo, cariño. Pero a veces, lo que nos da miedo también puede ser lo que nos hace más fuertes.
Ella no parece convencida. Las lágrimas comienzan a correr por sus mejillas, y mi corazón se rompe al verla así.
De repente, escucho pasos detrás de nosotras.
—¿Qué está pasando? —La voz grave de Mathis corta el aire.
Me giro y lo veo, de pie en su entrada con las cejas fruncidas y su típico aire de incomodidad social. Sin embargo, hay algo diferente en su expresión: preocupación genuina.
Antes de que pueda responder, Lena corre hacia él y se lanza a sus brazos.
—¡Manthis! —solloza—. No quiero ir. ¿Y si no les caigo bien?
Mathis parece paralizado por un segundo con sus brazos rígidos, pero luego los envuelve torpemente alrededor de ella.
—Oye, oye… No llores. —Su voz, aunque vacilante, tiene un tono reconfortante que nunca le había escuchado antes.
Lena levanta la cabeza y lo mira con ojos llenos de lágrimas.
—¿Puedo quedarme contigo?
La pregunta me golpea, y antes de que pueda decir algo, Mathis le responde:
—No puedes quedarte, pero... ¿quieres que vaya contigo?
Los ojos de Lena se iluminan de inmediato, como si él hubiera ofrecido resolver todos sus problemas.
—¡¿De verdad?!
Él asiente, y aunque parece inseguro, hay algo en su postura que transmite calma.
Subimos al auto de Mathis, algo que nunca pensé que haríamos, y el trayecto es una mezcla de nervios y pequeños destellos de alivio. Lena está sentada en el asiento trasero, balanceando las piernas y hablando sobre lo que hará cuando conozca a sus nuevos compañeros.
—Voy a decirles que tengo un jardín lleno de flores y que Manthis me ayuda a cuidarlas —anuncia, como si eso fuera suficiente para conquistar a cualquiera.
Mathis no dice nada al principio, pero hay un leve movimiento en la comisura de su boca que casi parece una sonrisa.
—Seguro que les encantará escuchar eso —responde finalmente, su tono más suave de lo que lo he oído antes.
Me siento en el asiento del copiloto, observándolo de reojo. Hay algo en su gesto, en cómo mira a Lena a través del espejo retrovisor, que me hace pensar que, tal vez, él también necesita este momento tanto como ella.
Llegamos a la escuela, un edificio pequeño pero acogedor con un patio lleno de niños y padres. Lena se detiene un momento antes de bajar, mirando a los demás con un destello de duda.
—¿Qué pasa ahora? —pregunta Mathis, girándose hacia ella.